Jordan
Dorianne me sorprendió al estar sobria después de dos copas de vino, sí, se reía de la nada por cosas triviales, pero estaba plenamente consciente. Me gustaba verla así, el cabello se le alborotaba debajo de la corona de margaritas y sus mejillas estaban ligeramente rosadas.
Comimos pizza y espagueti en un restaurante bastante alegre, había música en vivo y los guitarristas se acercaban a las mesas haciendo reír a los comensales. Dorianne se veía encantada, aplaudía y reía a carcajadas con esos espectáculo, pero guardaba silencio y contemplaba conmovida a los artistas que leían poesía o que cantaban baladas.
El día anterior, justo después de terminar el libro, tuve esta idea espontánea de traerla aquí, había venido obligado por mi madre en algunas ocasiones, pero siempre asistíamos a los eventos de mayor exclusividad del festival, nunca lo había vivido de esta manera, tan... natural, al lado de Dorianne todas mis experiencias se reescribían y me significaban algo más.
Comenzó a atardecer de una manera preciosa, el cielo rosa se reflejaba en el agua y destellos dorados iluminaban a Dorianne, se veía como si fuera magia. Insistió en salir a la playa, se quitó los zapatos y comenzó a caminar por toda la orilla mientras me sujetaba de la mano.
En un momento dado se detuvo y se dedicó a contemplar el atardecer. Saqué mi celular del bolsillo y la capturé en una foto sin que se percatara, estaba sonriendo y se veía malditamente hermosa. Guardaba mi celular cuando se volvió hacia mí.
-¿Por qué me trajiste aquí?- preguntó de repente.
-Pensé que te gustaría- respondí casi inmediatamente, tan rápido que me descubrí ante ella.
-Tu motivo ulterior- presionó con una pequeña sonrisa. Suspiré antes de responder.
-Quería alejarte de todo aunque sólo fuese un día y que ese día fuese feliz- admití a mi pesar, me sentía muy extraño diciendo cosas así.
Dorianne amplió su sonrisa, de seguro ya había deducido esa respuesta, pero me quería escuchar decirlo. Se acercó a mí lentamente y tomó mi rostro entre sus manos, se acercó de tal manera que nuestras frentes se tocaban, la tomé de la cintura para acercarla más a mí.
-Todos mis días son felices, ¿adivinas por qué?- susurró y juntó sus labios con los míos de una manera suave, con movimientos casi imperceptibles.
Dejé que ella me besara y no me moví, sólo me dediqué a sentir la suavidad de su boca y la inocencia de sus besos, que me hacían sentir más vivo de lo que había estado nunca. Se despegó de mí unos momentos después, pero aunque había sido un beso calmado, sentí que me faltaba el aliento.
-¿Esto es culpa del vino o mía?- traté de bromear ante su ataque de sinceridad que me dejó sin armadura.
-No lo sé, tal vez si bebo más podamos averiguarlo- contraatacó encogiéndose de hombros mientras sonreía.
-No quiero ser responsable de que te embriagues- advertí, pero ya la seguía de camino a los restaurantes de nuevo.
Se colocó los zapatos y localizó con la mirada un bar donde las parejas bailaban, ya me estaba guiando dando pequeños brincos cuando me paré en seco. Justo en la acera que dividía la playa de los pequeños locales se paraba una mujer alta, de cabellera negra azabache recogida en una coleta y un ceñido vestido a rayas azules y blancas por debajo de la rodilla, se quitó los lentes oscuros para encontrar mis ojos, igual de verdes que los suyos. Susanne.
Se cruzó de brazos y me sonrió, a su lado un hombre algunos quince años menor que ella la tomó por la cintura mientras el viento ondulaba sus perfectos rizos platinos, pero desistió cuando se percató de que mi madre concentraba los ojos en mí. Así que se le ocurrió venir con uno de sus amantes.
-¿Qué pasa?- preguntó Dorianne contrariada, me observaba preocupada y trataba de seguir mi mirada, pero la desvié.
Había sido un idiota por traer a Dorianne aquí a sabiendas de que mi madre conocía el lugar, pero nunca imaginé que nos la toparíamos precisamente hoy y en el área común en vez de uno de sus eventos para estirados. Pensé en soltar a Dorianne o fingir que apenas la conocía, pero mi madre ya nos había visto y vaya a saber desde cuánto tiempo.
-No es nada- aseguré con voz queda y seguí a Dorianne hacia el restaurante, si mi madre tenía un poco de sentido común ambos fingiríamos no habernos visto. Luego me preguntaría sobre Dorianne y yo le diría que la conocí en la playa, que no sabía de ella. Algo se me ocurriría para alejarla de sus garras.
Me acerqué a la acera con el corazón en la mano, mi madre ladeó la cabeza como esperando que la saludara, pero me pasé por su lado indiferente, pensé que funcionaría cuando sentí un agarre en mi muñeca libre.
-Jordan, ¿vas a decir que no me viste?- reprochó en voz cantarina, totalmente falsa. Tomé aire antes de hablar.
-Ah, no me percaté de que eras tú, te ves tan joven- sonreí haciendo referencia a su nueva aventura.
Dorianne nos observó a ambos con curiosidad, aún me sujetaba la mano y trataba de descifrar nuestra relación. Decidí no detenerme más y no darle pistas a mi madre sobre ella.
-Bueno, ha sido un placer- les dediqué una inclinación de cabeza algo teatral antes de darme media vuelta.
-Hijo- llamó mi madre, lo que me hizo cerrar los ojos con fuerza. Me giré de nuevo y descubrí a su amante abriendo los ojos como platos, me imagino que Dorianne tenía una expresión parecida. -¿Que acaso no tienes tiempo para tomar algo conmigo... o interrumpo algo?- añadió observando a Dorianne fijamente, con una curiosidad genuina.
-En realidad, madre, creo que hemos convivido mucho este mes, no quisiera privarte de la compañía de tan bonitos rizos- seseé, si su amante se molestó, no lo demostró, seguía tratando de recobrar la compostura por encontrarse al hijo de su aventura cara a cara.
-Puedo presentarlos si gustas y tú me presentas a tu compañía- contraatacó con una sonrisa perfecta, estaba centrada en Dorianne.
-No es necesario...
-Soy Susanne Adams, encantada- se presentó mientras extendía una mano hacia Dorianne, me permití verla por primera vez, no se veía sorprendida, más bien la notaba molesta.
-Encantada- saludó apenas aceptando la mano de mi madre, suspiré cuando no le dijo su nombre y abrí la boca para excusarnos e irnos, pero Susanne se me adelantó.
-Te llamas Dorianne, ¿verdad? Dorianne Smith.
El cuerpo se me puso de piedra, me tensé hasta la mandíbula al saber que mi madre me había investigado, que se había enterado de Dorianne.
-¿Tomamos algo, Jordan?- repitió con su voz falsa, algo en su tono indicaba victoria.
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Sentimientos de metal
RomanceLa universidad donde estudia Dorianne es bastante peculiar: además de estar llena de estudiantes adinerados, los hombres dedican sus días de estudio en apostar sobre qué chica pueden tirarse, el que lo consiga se lleva una buena suma de dinero recau...