Capítulo 1

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Lord Phillip Orchmond entró casi corriendo a su casa de Mayfair, en cuanto el mayordomo abrió la puerta. El lacayo se aproximó a tomar el sombrero de las manos del lord, pero este pasó de largo sin quitárselo. El sirviente corría detrás suyo, mientras que él sin hacerle caso, subía los escalones de mármol de dos en dos hasta la planta alta.

Como todas las mañanas, Violet estaba sentada bordando, en la sala de juegos de los niños. Entre tanto, ellos se entretenían con una línea de ferrocarril que abarcaba media sala.

El alboroto que hacían su marido y el mayordomo subiendo a toda prisa la escalera, la sobresaltò. Dejando a un lado el bordado, salió indignada del cuarto de juegos para ver qué sucedía.

Violet se agarró la falda del vestido con ambas manos y subió la escalera detrás de su esposo, con pasos gráciles y rápidos.

Esta vez le tocò a la doncella correr detrás de su señora para ver si necesitaba algo.

-¡Phillip! ¡¿Phillip, qué ocurre?! -gritaba Violet, detrás de él, pero lord Orchmond parecía no escuchar.

Cuando por fin le dio alcance, él se encontraba en la habitación sacando ropa de los armarios, mientras el lacayo lo observaba atónito pues su señor se negaba a recibir ayuda.

-¿Qué haces, querido? Para eso está Edward aquí.

-Gracias, Edward, pero no te necesito. Sal. ¡Salgan todos! -ordenó al ver a la doncella y al mayordomo que acababan de entrar.

Los sirvientes, musitaron un "sí, milord" antes de desaparecer por la puerta, preocupados.

-¿Me podrías decir qué está sucediendo? -preguntó Violet cuando se quedaron solos, pero él estaba concentrado organizando su equipaje y no le prestaba atención-. ¿A dónde vas? ¡Phillip!

-Es mejor que no lo sepas -respondió él sin mirarla.

-¡Tengo derecho a saberlo! -Espetó ella con furia-. ¡Debes decirme!

Lord Orchmond dejó por un momento lo que estaba haciendo y cogió entre las suyas, ambas manos de su mujer.

-Me acusan de traición a la corona. Dicen que yo participé en una venta de armas s un grupo insurgente de África.

-¿Eso... es verdad?

-¡Por supuesto que no! Le presté dinero a Collins sin preguntar para qué lo necesitaba.

-¿Collins? ¿Que no es ese hombre siniestro, con apariencia de pirata? Te advertí acerca de la amistad con ese hombre. ¡Yo sabía que no te traería nada bueno!

Violet estaba desesperada: sentía el pecho oprimido, y dentro de él un nefasto presentimiento comenzaba a tomar forma.

-Sí, querida, pero recuerda que él me salvó la vida en El Cabo -se disculpó él, más sabía que ella tenía toda la razón.

-¡Una vida que ahora te está quitando, y eso fue hace muchos años, Phillip! Ustedes aún eran jóvenes. La gente cambia...

Violet rompió a llorar desconsoladamente. Su esposo la abrazó para contener las convulsiones de ese menudo cuerpo que tanto amaba.

-Amor, así no resolveremos nada. Me marcharé a Francia.

-¿Huirás?

-Debo hacerlo, querida... Debes tomar el dinero, las joyas y todo lo de valor que puedas reunir, y marcharte a Perth con los niños. Yo los alcanzaré más tarde.

-Pero... -A Violet se le encogió más aún el corazón.

-Hay que hacerlo, no tardan en venir por mí.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora