Capítulo 24

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La voz correspondía a una hermosa mujer morena de belleza exuberante. Al verla, Violet pensó que si fuera hombre con seguridad se prendaría de ella, ya que era imposible que pasara inadvertida.

-Es una celebración familiar.

-¿Familiar? ¿Entonces qué hace toda esta gente aquí? -preguntó ella, haciendo un gesto con las manos hacia los parroquianos.

-Creo que entiendes lo que pretendo decir.

-Lo entiendo, mas no lo acepto. ¿Una celebración sin invitar a tu mujer?

Rosario se aproximó a Juan e intentó besarlo, pero él la esquivó con disimulo. Violet sintió una punzada en el vientre, por fin había comprendido quién era ella. Es decir, Juan no estaba solo.

Jamás pensó que podría sentirse tan herida. Entre ellos no había pasado algo significativo, bueno, las circunstancias no se lo habían permitido, pero hubiera sido solo carnal. Él nunca le dijo que la amaba, y ella no sabía lo que sentía dentro de su corazón, entonces ¿por qué le dolía tanto?

Sin pedirle permiso a nadie, Violet retiró una silla y se sentó en ella. Hubiera tomado a sus hijos de la mano, y salido de aquel lugar, pero no tuvo las fuerzas suficientes. Solo esperaba que la continuaran ignorando, y vería la forma de salir lo más rápido posible de ese lugar.

-No me voy a poner a discutir ahora contigo, pero quiero recordarte que nosotros terminamos la última vez que estuve aquí.

-Hace tres años.

-Sí.

-Creo que las cosas no son así. Espera hay alguien a quien quiero presentarte... ¡Dominga! -Rosario llamó sin voltearse siquiera.

A los pocos segundos apareció una niña de unos catorce años a quien todos reconocieron como hermana de Rosario. De su mano caminaba un pequeño moreno, vestido como hombre adulto.

-Juan, te presento a tu hijo Juanito.

Juan permaneció de pie allí, atónito por la noticia. Al resto no pareció sorprenderle la buena nueva, solo se limitaron a desviar la vista para no ser invocados a dar explicaciones, solo John Robbins lo miró con una expresión mezcla de pena y burla por su ingenuidad.

Juan se recuperó pronto y sacó el habla.

-Mamita, por favor dele la mejor pieza a la señora y sus hijos. Y tú, hermanita, encárgate del capitán y de Alika con su bebé... Rosario, quiero que te marches, ya hablaremos después.

-Pero...

-¡Pero, nada!

La mujer se retiró sin disimular su rabia, descargando un amplio repertorio de maldiciones al supuesto padre de su hijo. Entretanto, él se fue a a buscar a Violet.

La habitación en la que acomodaron a Violet era amplia, pero sencilla. Contaba con una cómoda con espejo, sobre el que descansaba una jofaina y un jarro a juego, elementos esenciales para el aseo diario. También había un armario antiguo de tres cuerpos y una cama grande. Sobre una pequeña mesa un florero con flores que a Violet se le antojaron silvestres, pero sin duda lo que más le gustó y le llamó la atención fue la colcha, los cojines y las cortinas que cubrían una ventana que daba hacia la bahía: estaban bordadas a mano con hilo blanco sobre una tela del mismo color, y los bordes habían sido trabajados a ganchillo.

El aire marino era refrescante, muy distinto al de Inglaterra. Solo se olía a mar, no a desechos.

-¿Cuánto tiempo estaremos aquí? -preguntó de pronto Tyler.

-No sé, hijo. ¿No te gusta?

-Es que ya no estoy tan seguro de querer ir con la tía de Australia... Extrañaré al señor Griffin, inclusive Francis ya cree que es nuestro padre de verdad, es como si hubiera olvidado al verdadero.

-¿Y eso no te molesta?

-Francis es muy pequeño y no entiende. Yo sé que tuvimos un padre, y no olvidaré, pero ya no está. No va a regresar... Me pregunto, ¿qué tiene de malo tener otro? Juan nos ha ensañado tantas cosas, y nos ha cuidado bien todo este tiempo.

-Si nos quedáramos, ¿no te importa que nunca más recuperemos nuestra antigua vida?

-¡Mamá, nunca más tendremos nuestra antigua vida! En Australia no hay realeza, todos allá se vuelven comerciantes o mineros, o asesinos de aborígenes.

Violet se sentó en la cama. La madurez de su hijo no dejaba de asombrarla.

-¿De dónde has sacado todas esas cosas, Tyler?

-Juan me ha contado todo, y el capitán Robbins también. Ellos han viajado y conocen casi todo del mundo. Yo también quiero hacer eso cuando crezca.

Violet abrazó a su hijo en silencio. No tuvo palabras para refutar o apoyar las suyas, ahora más que nunca no sabía lo que harían.

-Mamá, ¿tú no quieres a Juan?

Otra pregunta que no supo responder.

-Mamá, ¿por qué no escribiste para contarme lo de Charo?

-¿Y qué sacaba con darte preocupaciones, si nada podías hacer desde el mar?

Juan se dejó caer pesadamente sobre el arcón de madera que estaba a los pies de la cama de su madre. Apoyó los codos en las rodillas y se tomó la cabeza con ambas manos.

-¿Qué haré ahora? Yo amo a Violet, y quiero que sea mi mujer. Ella me necesita, y los niños me quieren.

-Yo creo que no es más que una muer que anda buscando quien la mantenga a ella y a sus chiquillos.

-Usted no sabe, madre. Ella era una mujer de alto linaje. Su marido fue acusado de alta traición, y lo condenaron a muerte. Violet decidió marcharse de Inglaterra porque le quitaron todos sus bienes, y sus hijos serían apuntados para siempre con el dedo.

-La verdad es que no parece una señorona.

-Ya hemos estado en tres barcos. Ha pagado los pasajes con sus joyas. Ha aprendido a cocinar y a remendar heridas. Sabe coser y bordar.

-Así como la describes parece un dechado de virtudes.

-Claro que sí, tiene muchas virtudes, y no quiero que por culpa de la Charo salga huyendo.

-Entonces, tendrás que ver cómo te las arreglas.

-Iba a verla ahora, pero creo que lo mejor es que aclare esto con la Charo primero. Pero por favor, mamita, cuídeme bien a Violet.

-Vaya tranquilo m'hijo, yo cuidaré a su Violeta.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora