Capítulo 5

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Los tres corrieron detrás del capitán, quien a pesar de su mal humor y sus pasos inseguros, caminaba rápido.

-¡Capitán McCoy! ¡Capitán!

El hombre continuaba avanzando en dirección al puerto.

-¡Capitán McCoy! -lo llamó Tyler, adoptando con esfuerzo una voz de adulto.

El capitán frenó sus pasos y se volteó a ver. Violet miró agradecida a su hijo.

-¿Qué quieren?

-Perdón por insistir, pero necesitamos viajar en su barco. Es imperioso que lo hagamos lo más pronto posible.

El capitán la miró con sus ojos azul oscuro como la noche, y soltó una sonora carcajada.

-Aunque fuera la reina, señora, ya le dije que no y es mi última palabra.

-¡Por favor, capitán! Le aseguro que no estorbaremos, y nos mantendremos a distancia de sus hombres.

-¿Cómo quiere que se lo diga para que me entienda? El Australian Pearl no lleva pasajeros.

McCoy se estaba cansando de repetir lo mismo, la mujer era más terca que una mula.

-¡No podemos esperar una semana más!

-Por favor, no insista.

-Mi esposo está muy enfermo en Perth, y mucho me temo que no alcancemos a verlo con vida si tardamos mucho. -Violet se sintió muy mal por tener que mentir descaradamente, pero ya no tenía argumentos para convencer al capitán.

Tyler, dándose cuenta de lo que pretendía su madre, le dio un fuerte pellizco a su hermano, quien comenzó a sollozar casi a gritos por el dolor, él restregò sus ojos, como intentando disimular sus làgrimas.

McCoy se quitó la gorra y se rascó la cabeza. Luego se acercó lo suficiente a Violet como para echarle todo su tufo alcohólico en el rostro.

-Si acepto tendrá que hacer dos cosas, señora.

-¿Qué? -preguntó Violet con voz trémula imaginando lo peor.

-Cocinar para nosotros y no andar pavoneándose delante de los hombres.

-¡Acepto! -exclamó ella de inmediato, olvidando que no sabía cocer ni un huevo siquiera-. ¿Le pago ahora?

-Solo me pagará por los chicos, ya que usted realizará un trabajo no remunerado en mi barco.

Violet, comenzó a buscar de inmediato el dinero, pues estaba más que agradecida.

-No. Cuando aborden... Deberán estar antes del amanecer en el muelle, pues zarparemos en cuanto aparezca el primer rayo de sol en el horizonte.

-¿Y qué hacemos esta noche?

McCoy, que ya se había dado cuenta de que ella no era una mujer de los arrabales, le indicó que fueran a La Casa de Rossy. La mujer, cuyo nombre llevaba el hostal, rentaba habitaciones más decentes que las de los hoteles de mala muerte del puerto.

-Gracias por la oportunidad, capitán -dijo ella antes de tomar a los niños de la mano, para dirigirse a la dirección de La Casa de Rossy.

-Espero no arrepentirme -repuso él antes de ponerse nuevamente la gorra.

***

Antes de irse a dormir la borrachera, el capitán llamó a su segundo a bordo.

-¡Griffin!

Juan Griffin estaba supervisando la carga, pero al escuchar la voz del capitán dejó de inmediato lo que estaba haciendo.

-¿Cómo va la carga?

-Estará todo listo antes de que anochezca, capitán.

-Bien... Griffin, necesito que acondicione un camarote. Uno de los que están más cerca de la cocina.

-El único es el suyo, capitán.

-Es demasiado pequeño. Necesito que quepan tres.

-Si me permite preguntar: ¿para qué quiere un camarote especial?

-Voy a llevar una pasajera hasta Perth.

-¡¿Cómo?! ¿Se ha vuelto usted loco?

-Griffin.

-Disculpe, señor. Pero usted sabe lo peligroso que es eso. ¿Quién es ella? ¿La señorita Lucy?

-Una mujer con sus dos hijos, que viajan a ver a su espsoso y padre quizás por última vez. Esos niños llorando por su padre, me rompieron el corazón.

-Quién diría que tiene un corazón -se mofó Griffin.

-No te pases, Juan.

-Es que no puedo dejar de estar extrañado.

-Se parece a mi hija.

-La que murió.

-Sí. Se parece a mi Meghan. -De pronto el rostro del capitán se ensombreció-... ¿Qué haremos con lo del camarote, Rojas?

-Se me ocurre que podemos habilitar una de las bodegas pequeñas. Ahí puedo instalar unos catres. Además si está cerca de su camarote la podrá vigilar.

-Magnífica idea, Juan, no sé qué haría sin ti.

-Ni yo tampoco -repuso Rojas con una sonrisa socarrona.

-¡Griffin!

-Voy a continuar con la carga, para encargarme luego de lo otro.

-Y yo me echaré un rato.

Juan solo asintió con la cabeza. La verdad era que ambos se querían casi como si fueran padre e hijo. Desde que se habían conocido hacía veinte años atrás, Juan Griffin nunca se había despegado del lado del capitán.

***

Juan Griffin tenía diecisiete años cuando se había embarcado de polizón en el barco de McCoy, en el puerto de Valparaíso, en Chile. El capitán había estado a punto de tirarlo por la borda cuando lo descubrió, pero al agarrarlo de la camisa vio unos feos cardenales en el cuello del joven. Debido a la diferencia idiomática, el capitán no pudo interrogarlo, pero la actitud defensiva que Juan adoptaba cada vez qu él levantaba la voz, lo hizo sospechar que el chico estaba huyendo. Más tarde averiguaría que Juan padecía bajo los puños del padre, un marinero inglés que se habìa emparejado con una mujer chilena, y de ahí que el muchacho tuviera un nombre español y apellido británico. Así fue como Juan Griffin pasó a formar parte de la tripulación, pero McCoy le advirtió en su jerga irlándesa que tenía que aprender su idioma, pues él no pensaba aprender español.

***

La habitación que Rossy le rentó a violet, no era para nada elegante: las cortinas y la colcha estaban raídas, al igual que la alfombra, pero estaba limpia y olía muy bien. Según la mujer, esa era la mejor habitación de la casa, y solo contaba con una cama matrimonial, pero lo suficientemente grande para que en ella cayeran cómodamente Violet y sus hijos.

-¿Qué comeremos? -preguntó Tyler.

-No sé, cariño. Salgamos a comer algo. Dejaremos la maleta pero llevaremos el bolso pequeño, ya que ahí están nuestros valores. Si se llegara a perder...

-Está bien, pero hablemos de papá primero, ¿por qué no vendrá con nosotros?

-Sí, mamá, ¿por qué no viene? -repitió Tyler casi como un eco.

Violet se estrujó las manos. ¿Cómo comunicar a sus pequeños una noticia tan horrible?

-Papá no vendrá -intentó que su voz sonara lo más serena posible-. Ha ocurrido un hecho lamentable que le impide estar con nosotros.

-Más adelante sí, ¿verdad?

-No, Francis. Papá no vendrá ahora, ni nunca.

-¿Es que acaso no nos quiere?

—No es eso, cariño... Su padre está muerto.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora