Los días para Violet se pasaron lentos, inexorables, como un castigo inmerecido. Se pasaba los días entre la habitación y los paseos por la playa, aunque con gusto ayudó en los preparativos de la boda de Alika y el capitán, quien prácticamente había sobornado al sacerdote con unas botellas de vino para que los casara lo más pronto posible, le preocupaba marcharse y dejar a Alika a la deriva. Ahora él estaría quizás un año o algo más ausente, pero ella quedaría con su apellido y dinero para que alquilara una casa y esperara su regreso.
John Robbins sabiendo cuál sería la reacción en su país, y sus cercanos al verlo llegar con una mujer de color como esposa, había decidido emprender el último viaje para entregar el barco y retirarse de la capitanía mercante, pero para no tener que comenzar de cero, le propondría a los dueños de la compañía, levantar una oficina en Chile por ser un excelente puerto comercial.
Violet sentía con el alma no estar para apoyar a la joven, y así se lo hizo saber en un momento que se encontraron a solas.
-Alika, perdóname por no poder quedarme, pero debemos continuar nuestro camino.
-Señora, yo extrañarla.
Ambas mujeres se abrazaron con cariño, y después de enjugarse las lágrimas, Violet le entregó un pequeño broche de rubíes a Alika.
-Para que me recuerdes -le dijo.
-Nunca la olvidaré, señora.
Por los niños, Violet se enteró que Juan y Rosario se casarían dentro de dos semanas. Debería tranquilizarla que el acontecimiento se se fuera a efectuar cuando ya se hubieran marchado, sin embargo, no era así: todavía tendría que encontrarse con él en la casa por los siguientes días.
-Haremos algo sencillo, solo la familia.
-¡¿Cómo?! ¿Tanto te avergüenza casarte conmigo?
-No se trata de eso, pero debes comprender que no estoy de humor para fiestas.
-Claro, si te casas obligado.
Rosario había comprendido que Juan solo se casaba por el deber para con su hijo, pero eso no le importaba. Sería de ella para siempre, y si no la quería, tampoco importaba, pues ya se encargaría ella de lograr que la amara con el pasar del tiempo. Finalmente, y más temprano que tarde, Juan sería suyo en cuerpo y alma. Así que por ahora lo mejor era no llevarle la contraria.
-Está bien, Juan, que sea como tú quieras.
Ese mismo fin de semana, se llevó a cabo la boda de John Robbins con Alika en la Iglesia de la Matriz, ante la familia de Juan y unos pocos conocidos.
El capitán vestía un sobrio uniforme de capitán de barco, y Alika el mejor vestido que aún tenía Violet, el único que no había sido transformado y que era de un color azul pálido. Además la joven lucía orgullosa el broche de rubíes que su amiga le había obsequiado.
Cuando la ceremonia terminó, el arroz fue lanzado sobre las cabezas de los recién casados, y todos se dirigieron a la casa de doña Carmen para empezar la celebración. Mientras tanto, los novios irían a dar un paseo en carreta por la bahía. Cuando regresaran los esperarían con platos típicos, mucho vino y música.
A Violet le gustó mucho el ambiente de alegría que se había formado. Los aromas eran apetitosos, y la música interpretada por los hermanos de Juan, era altisonante pero tan rítmica que llamaba a seguirla con el pie, golpeando contra las tablas del piso.
Rosario no se despegaba del lado de Juan, y este, como no supo zafarse de la molestia que la mujer significaba para él, solo se limitó a beber en silencio: un vaso de vino tras otro. Cuando llamaron a sentarse a comer, ya no se podía mantener en pie. Doña Carmen llamó a su esposo para que lo llevara a su cuarto.
-¡Lucho, ¿por qué no te llevas al Juan a su pieza?
-Yo puedo llevarlo, suegra -ofreció Rosario.
-No, Charo, tú te vas a tu casa. Desde ahora debes portarte como una mujer decente, ¿o es que quieres hacer otro chiquillo antes de casarte?
La joven se volvió roja, mezcla de vergüenza y rabia, porque a pocos pasos estaba Violet, y aunque no comprendía las palabras, bien podía entender que la estaban regañando.
-Como usted mande, suegra.
-Todavía no soy tu suegra, Charo.
Luego que la joven se hubo marchado, doña Carmen se volvió hacia Violet y la llamó.
-¡Violeta! ¡Venga, m'hija, a comer un pedacito de carne! ¡Los mocosos ya comieron, solo falta usted!
-Gracias, doña Carmen.
-¡Está muy flaca usted, m'hijita!
Violet hizo lo que la buena mujer le ordenaba, y con placer se comió la carne y el arroz que había en el plato. Sí, sería fácil acostumbrarse a vivir en aquel país, y con pena pensó que dentro de un par de días estarían nuevamente abordando un barco. ¿Llegarían algún día a Australia?
Era bastante tarde cuando los niños se quedaron dormidos sobre una mesa. Algunos invitados ya se había marchado, otros dormían también sobre las mesas, y algunos continuaban bebiendo y cantando las tonadas junto a los hermanos Alegría. Los recién casados hacía horas que se habían ido a la cama, apremiados por el llanto de Ekon.
A Violet le costó un poco de esfuerzo llevarse a los niños a la cama, ya que se negaban a ponerse de pie y caminar hasta el cuarto, y por lo mismo, una vez allí cayeron rendidos sobre la cama. Su madre, que también estaba cansada, se limitó a quitarles los zapatos y los dejó dormir tal como estaban.
Violet creyó que estaba soñando cuando sintió que alguien la movía y la llamaba por su nombre. Con demasiado esfuerzo abrió los ojos para encontrarse con Juan inclinado sobre ella.
-Venga -dijo él en voz muy baja.
-No, es muy tarde.
-Por favor, necesito decirle algo.
-¿No puede esperar?
-No.
Finalmente, y para que el hombre se quedara tranquilo, salió de la cama y lo acompañó. Ella pensó que irían al corredor, o quizás fuera de la casa, pero él tomó su mano y la condujo a su habitación.
-Bueno, dígame.
-No son palabras -repuso él.
Violet lo miró sin comprender, hasta que Juan tomó su rostro entre la manos y la besó.
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Tempestades del destino
RomanceLady Violet Orchmond se encuentra a bordo de un barco, rumbo a Australia, junto a sus dos hijos. En solo dos días su vida se vio trastocada por la fatalidad. Ahora, viuda y sin bienes debe huir del país para que la mala fortuna que llevó a su marido...