Así comenzó la segunda parte del largo periplo que tenía Violet por delante si quería llegar a Australia. Los días se fueron sucediendo lentos mientras el barco esclavista se deslizaba por aguas cálidas. Esta vez, por iniciativa propia decidió confinarse en el camarote, ya que le dolía el pecho cada vez que tenía que subir a cubierta.
Le hubiera gustado tener muchas más posesiones con ella para liberar a toda esa gente de las cadenas que las mantenían atadas, y de vez en cuando tenía que escuchar los gritos de dolor de alguien que estaba siendo castigado con la punta de un látigo. O escuchar lamentos de dolor porque alguna madre había tenido que sepultar en el mar un hijo que no fue capaz de resistir el viaje.
Los niños tampoco tenían permitido salir a jugar como lo hacían en el barco del capitán Mc Coy. Violet consideraba que estaban en una edad demasiado impresionable como para comprender a cabalidad los hechos de la vida. Sin embargo, Juan podía pasear libremente por todas las dependencias del barco.
Él había pensado que podría continuar intentando convencer a Violet de aceptarlo como esposo, pero dada la situación actual, se le hacía imposible ya que los días ella los pasaba encerrada en el camarote, y por las noches estaban casi obligados a cenar con Almeyda quien no paraba de asediarla descaradamente. Sabía que tarde o temprano terminaría liándose a puñetazos con ese hombre. Si Violet no fuera tan testaruda...
-Está tranquilo arriba, ¿por qué no subimos? -le propuso una noche Juan.
-Los niños están dormidos.
-No les sucederá nada, no se preocupe.
Por suerte para Juan, no tuvo que insistir demasiado. Quizás el tedio, la claustrofobia, y todo lo que pudiera sentir allí encerrada la obligaron a aceptar el paseo por el barco.
-Ha pensado en mi propuesta -preguntó Juan de repente.
-No... Creo que fui clara, Juan.
-Es que no logro entender que necesite ir al confín del mundo para sentirse segura. Allá la vida es bastante dura. Los blancos y los nativos se atacan mutuamente. Si no consigue pronto un marido que la mantenga, quizás deba trabajar en alguno de los muchos bares que hay allá. Muchas mujeres desesperadas deciden prostituirse...
-¿Por qué quiere amedrentarme, Juan? Allá está una prima, y no creo que nos deje desamparados.
-No creo que ella querrá mantenerlos para siempre, en algún momento se va a cansar.
-¿A quién le importa el futuro?
-A usted, de lo contrario se habría quedado en Inglaterra.
-Tiene razón, pero yo no podría casarme por interés. Solo me casaría con el hombre que yo ame y que me ame. Usted no me ama, Juan. Ni yo a usted.
-Estoy seguro que el amor puede llegar después.
-¿Usted cree?
-Se lo demostraré.
-No lo entiendo.
Sin mediar más palabras, Juan la cogió de los hombros con ambas manos, y casi con brusquedad la atrajo hacia él y la besó.
No fue un beso delicado como el que se le da a una dama. Fue un beso avasallador, urgente, lleno de pasión contenida. Era en lo único que había pensado desde que la vio por primera vez. Había fantaseado muchas noches en como sería rodear esas caderas mientras besaba esos labios rosa. Imaginaba de qué color se pondrían sus ojos con la llama de la pasión. En la oscuridad no podía ver sus ojos, pero sí lograba sentir los latidos de su corazón, que martillaba tan acelerado como el de él.
Violet sentía cómo caía con lentitud a un abismo. Si Juan no la sostenía, con seguridad caería al piso del barco. Ese beso embriagador la estaba trastornando. No supo precisar si Phillip la había besado alguna vez con tal vehemencia, pero para ella fue como la primera vez. En brazos de Juan, se sintió como cualquier mujer que podía darse el lujo de sentir, y no como lady Orchmnond que no podía salirse del protocolo ni siquiera en la intimidad. Sin embargo, y al mismo tiempo, la asustaba el arrebato del hombre, que tal vez era más de lo que ella pudiera controlar. Esta aclaración dentro de sí, la hizo reaccionar y empujó casi con violencia a Juan. Intentó mirarlo por un instante en la oscuridad, necesitaba ver sus ojos, y al no poder recogió sus faldas y huyó a la seguridad del camarote, mas, cuando llegaba a su puerta el capitán Almeyda salió a cerrarle el paso, y ella que ya no soportaba lidiar con otro hombre le dio un buenas noches más brusco de lo habitual y se entró con rapidez cerrando la puerta tras de sí.
-Será en otra oportunidad, mi dama -susurró el hombre a la puerta cerrada.
Esa noche, Juan no se atrevió a ir a dormir al camarote. Él reposaba en el suelo, porque debían simular que eran esposos, pero en esta oportunidad puso el calor como pretexto y se fue a echar entre unos sacos bajos las estrellas. Quería soñar con Violet, pero en vez de eso, no pudo apartar sus sentidos de lo que ocurría en el barco: lamentos, quejidos, golpes, niños llorando. ¡Qué vida la de aquellos pobres infelices! Con razón ella no quería ni asomarse a cubierta. Ya era bien entrada la madrugada cuando logró dormirse, pero unos gritos lo despertaron cuando el sol recién salía.
En cierto modo Violet se había acostumbrado a los ruidos que hacían los esclavos del barco, y no porque le pasaran desapercibidos, sino porque si no hacía oídos sordos se volvería loca. Mas, esa mañana no pudo quedarse indiferente a los gritos desgarradores provenientes de algún punto del barco. Se vistió lo más rápido que pudo y subió a mirar, ordenando a los niños que no salieran del camarote.
Pasó rauda en dirección de los gritos sin ver a Juan, él sí la vio y fue detrás de ella, temía que se metiera en algún lío.
Una mujer joven estaba atada de las muñecas y estaba siendo azotada. Cerca de ella, había dos cuerpos tendidos en el suelo de la nave.
Violet con presteza se situó entre la mujer y el hombre que estaba dando los azotes. Más allá, Almeyda contemplaba la escena fumando un cigarro.
Juan quiso entrar al círculo y detener a Violet, pero después lo pensó mejor, quizás ella sería capaz de detener esa masacre.
-¡Alto! -gritó a todo lo que daban sus pulmones.
El hombre que infligía el castigo miró en dirección a Almeyda y este levantó su mano para que se detuviera.
-¿Cuál es su autoridad para intervenir en la corrección? -preguntó él en voz baja, consciente de la atención que el incidente estaba causando.
-¿Y con qué autoridad los propina usted? -preguntó a su vez ella con los brazos aún en alto.
-Con la que me da ser su dueño.
-¿Dueño?
-Sí. Todos los asquerosos negros de este barco me pertenecen.
-No me diga. ¿Cuánto vale esta mujer?
-¡La compro! -exclamó Violet después de escuchar la cifra, que en realidad no era tan alta como pensó en un principio.
-Tiene un bebé, y ese es otro precio, además debe pagar una compensación porque me despojó de uno de mis mejores hombres.
-¡Cuánto! -Violet comenzaba a perder la paciencia.
-Cincuenta libras.
-Tome -repuso ella después de quitarse con rapidez el anillo de bodas-. Tendrá que bastarle con eso. Es más que suficiente a mi entender. Si su hombre se atrevió a comportarse de manera soez con esta mujer no debe haber sido muy bueno. A ella nadie le recompensará la muerte de su esposo.
-¿Cómo lo supo?
-Lo imaginé.
Almeyda dio la orden y soltaron a la joven de sus amarras. Violet quiso tenderle una mano, pero la mujer se arrojó a sus pies pronunciando palabras que ella no comprendió.
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Tempestades del destino
RomanceLady Violet Orchmond se encuentra a bordo de un barco, rumbo a Australia, junto a sus dos hijos. En solo dos días su vida se vio trastocada por la fatalidad. Ahora, viuda y sin bienes debe huir del país para que la mala fortuna que llevó a su marido...