Capítulo 16

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-¿Qué hará con ella, ahora que la rescató?

Juan observaba serio a Violet. Estaba adquiriendo una tremenda responsabilidad. No una, dos. Pero, ¿cómo hacérselo comprender?

-Liberarla, por supuesto.

-¿Dónde'

-En Brasil.

-¿Para que la apresen y la conviertan también en esclava? ¿O es que el capitán le entregó sus papeles?

-No. Sus esclavos no tienen papeles.

-Ahí, tiene.

-La llevaré conmigo a Australia, diré que es mi doncella.

-Podría funcionar, pero tendrá que enseñarle todo, empezando por el idioma. Y son dos bocas más de las que tendrá que hacerse cargo.

-Lo sé, Juan... Es usted muy duro.

-La vida es dura, cruel. Ella fue arrancada de su tierra para ser llevada a servir o trabajar como hasta morir con ningún derecho ni beneficio. Esta gente se hace dueña de ellos capturándolos como a fieras salvajes.

-Por favor, no siga.

Alika era una joven tímida que jamás levantaba la vista para hablar. Sus enormes ojos negros siempre parecían asustados. Trataba a Violet de una forma servil, haciendo reverencias a cada instante, ya que al parecer era lo único que había aprendido del blanco que la había esclavizado. Su hijo, Ekon, tenía alrededor de un año de vida pero parecía menor debido a la mala alimentación. Violet se propuso asignar una ración de su propia leche para el niño.

Por lo demás, la mujer se propuso enseñarle inglés a Alika, y unas cuantas costumbres occidentales, mientras la iba adiestrando en algunas labores para hacerla pasar por su doncella, cosa que no pretendía que fuera para siempre, porque en cuanto arribaran a un lugar en que percibiera que la joven podría defenderse por sí sola en la vida.

-Debemos ir a Chile, allá no la tratarán como esclava.

-¡Es que no es esclava, Juan!

-No tiene papeles para demostrarlo.

-¡Parece que usted busca pretextos para arrastrame a su país!

-¿Y si así fuera?

-¡Le dije que no me casaré sin amor!

Juan la amaba, pero la vergüenza, lo poca cosa que se sentía junto a ella le impedía confesárselo. Prefería que ella pensara que su proposición solo tenía el afán de protegerla.

-¡Usted es una cabeza dura, milady!

-¡Lo sé, y no me importa!

-¿Problemas en el paraíso? -preguntó de pronto una voz.

El capitán Almeyda se encontraba de pie en el vano de la puerta. Violet había adoptado la costumbre de mantenerla abierta cuando se encontraba charlando con Juan durante el día.

-Solo es un intercambio de opiniones -respondió ella, parándose al lado de Juan.

-¿Con tanta vehemencia?

-Mi esposa y yo somos apasionados hasta para charlar -respondió Juan molesto.

Violet se ruborizó ante la implicancia de las palabras de Juan. Aun así se colgó de su brazo.

-Capitán, mi esposa necesita un documento que atestigüe que es la dueña legítima de la esclava y su hijo.

-No tengo papeles. Solo fue un intercambio comercial con un hombre que venía de Nigeria.

-Ella le pagó así que le debe el título de propiedad.

-Está bien. Elabore usted un documento, mi dama, y yo lo firmo. ¿Eso la complace?

-Totalmente, capitán.

-En la cena de esta noche, terminamos de cerrar el trato.

-¡Estoy cansada de que tengamos que cenar con él todas las noches! -espetó Violet cuando el capitán se hubo retirado, separándose de Juan como si el contacto con él la quemara.

-Pensé que gustaba de sus galanteos e insinuaciones.

-¡Los odio! Jamás dejaría que un hombre como aquel me pusiera una mano encima. De solo pensar en el trato que le da a esa pobre gente, se me revuelve el estómago... Además, usted siempre lo escucha con paciencia. Ese capitán pensará que estoy casada con un monigote y por eso se da esas licencias.

-¿Y no es eso lo que soy? ¿Un monigote que finge ser su esposo?

-Al menos debería representar su papel de forma convincente. A estas alturas estoy segura de que Almeyda ya se dio cuenta de nuestro engaño.

-¿Eso es lo que desea?

-Quiero que él deje de molestarme, eso quiero. Y me molesta dejar tanto tiempo solos a los niños. Esas cenas son interminables.

-Por suerte se van a la cama cansados.

-Sí.

Las cenas en el salón del Lisboa eran un gran derroche: mantel blanco bordado, candelabros dorados, y por lo menos seis platillos con sus correspondientes aderezos, sin contar la fruta y pastelillos. Todo esto regado de abundante vino y licores para después de la cena. Así comía todos los días el capitán Joaquim Almeyda, tuviera visitantes o no, pero desde que recibía a «los Griffin» en su mesa, había mayor despliegue de opulencia, lo que indignaba a Violet, pues estaba consciente de que mientras ellos disfrutaban de esos manjares, los esclavos vivían a poco más que pan y agua.

Esa noche, Juan había decidido impresionar a Violet y se había puesto el único atuendo presentable que guardaba en el fondo de su bolso de marinero: pantalón de lana, camisa blanca, chaleco negro sin mangas y zapatos de piel, algo totalmente distinto al paño buriel de la vida diaria y las botas de caucho que vestía regularmente. A Violet le costaba quitarle la vista de encima, pensaba que si Juan fuera un hombre de mundo, todas las mujeres estarían detrás de él. Después de todo no sería tan difícil enamorarse de él.

-¿Por qué tan pensativa, mi dama? -preguntó de pronto el capitán.

-¿Eh? Solo estoy cansada.

-¿De hacer nada? -insistió él con ironía.

-Precisamente, capitán.

-Capitán, capitán. Estoy cansado de decirle que me llame Joaquim, o Almeyda en último lugar. Capitán es tan impersonal...

-A mi esposa no le gusta tomarse esas confianzas, Almeyda -repuso Juan, cogiendo una mano de Violet para depositar un cálido beso en su dorso.

Ella quedó sin habla. Solo fue consciente del cosquilleo que le recorrió el brazo en cuanto Juan puso sus labios sobre su piel.

-¡Qué manera de ruborizarse, mi dama! -exclamó Almeyda, interesado.

-Es que está contando los minutos que faltan para que estemos a solas. ¿No es verdad, mi cielo?

Violet sintió deseos de abofetear a Juan. Sin embargo, ella tenía la culpa. Casi le había ordenado que fuera más convincente.

-Entonces, no los detengo más -expresó Almeyda para terminar con el momento embarazoso de una vez por todas. Quizás ya no los invitaría más a su mesa. Se notaba que la rubia estaba prendada de su esposo-. Buenas noches.

-¡Creo que se extralimitó, Juan! -lo reprendió ella, molesta.

-¿No me dijo que mejorara mi actuación?

-Sí, pero...

-Pero nada, mi dama -repuso él, imitando al capitán-. Ahora, lo tolera.

-Pero, no me entendió, no era necesario llegar tan lejos. Entre nosotros no hay nada.

-Eso tiene fácil solución.

-¿Qué quiere decir?

Juan no quiso continuar gastando palabras. Explicarse era inútil. Cortando por lo sano, la detuvo con brusquedad y tomándola en sus brazos la besó.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora