Capítulo 4

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-¡McCoy, te buscan aquí! -gritó la mujer con una voz casi infantil -. Pasen por favor, él vendrá en seguida.

Violet aceptó el ofrecimeinto y traspasó el umbral con los niños. Adentro había un delicioso aroma a panecillos recién horneados y bacon recién cocinado. El estómago de Violet reclamó, al igual que el de los niños.

-¿Quién me busca? -preguntó el hombre que apareció de pronto de atrás de una cortina.

El capitán McCoy, era un hombre corpulento con una prominente barriga, y el cabello que alguna vez fuera pelirrojo, ahora lucía amarillento por causa de las canas, ya que tendría alrededor de cincuenta años, según los cálculos de Violet.

--Necesito que me lleve a Australia en su barco. Pagaré lo que me pida.

El hombre rio a carcajada limpia.

-¡No me diga!

-Puedo hacerlo -insistió ella, abriendo su pequeño bolso de mano en el que traía parte de sus posesiones de valor.

El hombre continuó riendo y Violet lo miraba sin entender.

-¿Qué ocurre?

-Imagino que le dijeron que yo solo transporto carga.

-Sí.

-Entonces, ¿qué es lo que no le ha quedado claro?

-Pensé que podía hacer una excepción.

-Se equivocó. Ni siquiera la pequeña Lucy se ha subido a mi barco, ¿no es verdad, cielo?

-Sí, cariño, no conozco tu barco por dentro.

-Ahí tiene... Ahora si me disculpa, tengo que despedirme de mi novia.

Violet tomó la mano de los niños y salió con la cabeza gacha del lugar. Tendría que intentar con otro barco aunque tuviera que ir de país en país hasta llegar a su destino. William seguía protestando a causa del hambre que sentía, pero ella prefirió volver al puerto antes de buscar dónde desayunar.

Esta vez no fue a la ventanilla de venta de boletos, prefirió ir ella misma a preguntar al muelle. Así comenzó una larga caminata entre cajas, cadenas y amarras que obstaculizaban el paso, pero era la mejor forma de averiguar. Consultó en ocho embarcaciones y en todas le respondieron lo mismo: "solo carga". En el noveno barco estuvieron dispuestos a llevarlos, pero existía el gran problema de que se trataba de un viaje a África, sentido contrario hacia donde necesitaban ir, y no sabía si el dinero y las joyas le alcanzaría para dar un rodeo tan grande. Prácticamente dándose por vencida, resolvió buscar dónde comer. Los niños necesitaban una merienda, pues hacía mucho que había pasado la hora de desayunar.

Se internaron nuevamente por las callejuelas del puerto, hasta que encontraron una taberna que a Violet le pareció más o menos limpia y decente. Si iban a tener que quedarse una semana más en Inglaterra más valía que se fueran acostumbrando, ya que ella no pensaba hospedarse en la parte alta de la ciudad y arriesgarse a ser reconocida.

Violet escogió una mesa lo más alejada posible del resto del salón, y ordenó leche y pastelillos para los tres.

Al principio Tyler y Francis, estuvieron reticentes a ingerir los alimentos, pues la presentación era muy diferente a lo que estaban acostumbrados, pero el aroma y el hambre fueron más poderosos y dieron cuenta de casi todos los pastelillos, dejando apenas uno para la madre.

Mientras ellos comían, Violet los observaba con tristeza, y las lágrimas tanto tiempo contenidas pugnaban por salir, pero ahora tampoco era el momento de dejarlas fluir, así que fingiendo tener una basurilla en el ojo se limpió con un pañuelo.

***

A pesar de la aparente incomodidad que sentían, los niños charlaban animadamente comentando la aventura que estaban próximos a emprender. Violet continuaba observándolos a la vez que se preguntaba cuándo preguntarían por su padre.

Lord Orchmond acostumabraba a salir de viaje bastante a menudo, así que para sus hijos era normal que estuviera ausente por períodos largos y que por ende no paraticipara en su "gran aventura", como la llamaba el pequeño William.

Mientras tanto, el corazón de Violet nadaba entre la ira y la decepción. Se preguntaba que harían entretanto zarpaba el siguiente barco a Australia. Todo sería tan diferente si el capitán McCoy les brindara su ayuda, pero mejor ni pensar más en eso. Así mismo sopesaba las otras posibilidades que tenía: llevarse de inmediato a los niños al norte del país, o a Escocia, inclusive Irlanda, pero ¿por cuánto tiempo estarían tranquilos? Emprender un viaje hacia Australia, un país totalmente desconocido y lejano, suponía exponerse ella y a los niños al peligro, pero era la única forma de comenzar de nuevo. Aunque se estuvieran refugiando en una colonia británica, había muchas millas de distancia entre su hogar y esta nueva tierra.

De pronto, unos gritos la trajeron de regreso a la realidad: en otro extremo del salón, dos hombres sentados a una mesa se lanzaban improperios.

Sobre la mesa había varias jarras, y los hombres tenían ante sí una baraja de cartas esparcidas.

-¡Te vi, infelíz, esa carta la hiciste aparecer ahora! ¿Es que acaso ahora eres mago? -protestaba airado uno de ellos.

-Y tú, estás viendo visiones, tanto tiempo en altamar te ha hecho mal para la cabeza -se defendía el otro en voz baja.

En este punto, Violet comenzó a poner atención a la riña, y tuvo que frenar a los niños que estaban ansiosos por acercarse a observar.

-¡Por idiota te quitaré todo! -anunció el hombre que estaba de espaldas a Violet, y que a cada instante parecía más airado.

-No seas mañoso, McCoy, ya te dije que no es verdad -continuaba defendiéndose el otro.

¿McCoy? ¿En qué momento había llegado que ella no lo vio? ¿O ya habría estado allí cuando ellos llegaron y ella no se dió cuenta?

-¡Yo te voy a enseñar a engañar!

McCoy se puso de pie levantando los puños con actitud amenzanate.

-¡Aquí nadie se va a liar a golpes! -gritó el tabernero-. ¡Arreglen sus diferencias afuera de mi establecimiento! ¡McCoy, todavía no termino de reponer las sillas que destrozaste la última vez! ¡Afuera los dos!

El capitán salió dando traspies de la taberna. A prisa, Violet, buscó unas monedas en la bolsa y las dejó encima de la mesa. Tomó la maleta y les ordenó a los niños que la siguieran, debían ir tras el capitán McCoy.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora