Capítulo 13

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-¿Qué está diciendo? ¡Se ha vuelto loco!

-Baje la voz, por favor.

-Es que... Es que su propuesta es ridícula.

-¿Soy muy poca cosa para una lady?

Violet no respondió de inmediato, sin embargo, hubiera querido decirle que la petición que le hacía era humillante para ella quien era nada menos que la Condesa de Orchmond, esposa de un Lord de la Cámara, pero en realidad no era nada. No era nadie, solo una simple mujer madre de dos hijos que escapaba de la ignominia de ser señalada por el dedo como la viuda de un traidor a la corona. Aun así, no creía estar tan desesperada como para enlazarse con el primer hombre que se lo pidiera.

-No me llame así. Usted no me conoce.

-¿O se irá con Paddock?

-¡No!... Entienda, Juan, lo de mi esposo es muy reciente. ¿Cómo cree que verían mis hijos que su madre se case tan pronto? Y usted sabe que vamos a Australia.

-¿Qué piensa hacer en Australia?

-Bueno, allá tenemos parientes.

-¿Tienen dinero?

-No sé, pero no viven mal.

-¿Por cuánto tiempo la querrán tener antes que comiencen a buscarle esposo?

-Cuando llegue ese momento me ocuparé de eso.

-¿Es su última palabra?

-Sí. Imagino que ya no me querrá acompañar.

-La palabra de Juan Griffin es oro... Es mejor que baje ya, señora Bellamy.

-Tiene razón. Buenas noches, Juan.

-Buenas noches.

Violet se fue a la cama con una desazón en el pecho. ¿Juan Griffin albergaba sentimientos por ella? El pobre se había sentido ofendido, pero era muy pronto para pensar en contraer nupcias nuevamente. Además, ni siquiera lo conocía. Él le atraía de sobremanera pero venían de mundos tan diferentes. Ella había perdido su dinero, pero no su clase y costumbres. Difícilmente podría vivir con un palurdo, y quien sabe a dónde querría llevarla. Si llegaba a casarse nuevamente tendría que ser un hombre más a la altura de lo que ella y los niños merecían. Violet no era frívola pero tenía los pies bien puestos en la tierra. Sabía con certeza lo que le convenía y lo que no.

En su camarote, Juan buscó una botella de licor de caña que tenía guardada en el pequeño armario que estaba junto a la puerta. Luego se tumbó sobre la cama, que era de mejor calidad que los catres que usaba la mayoría, pero tan pequeña como aquellos: si se estiraba los pies le quedaban afuera. Como la mayoría del tiempo dormía con la ropa puesta daba lo mismo que él fuera más grande que la cama.

Abrió con lentitud la botella y se dio un trago largo para pasar la frustración que sentía. Jamás imaginó que Violet lo rechazaría, ni siquiera pudo completar la propuesta.

Tenía dinero suficiente ahorrado como para comprar una casa en el puerto, o construirle una a ella a su gusto en el Cerro Alegre, donde pudiera tener un patio, una huerta, y flores fragantes como ella. Últimamente estaban llegando muchos británicos últimamente. Tendría la posibilidad de sentirse más cerca de su gente.

Su madre había guardado celosamente su sueldo desde que él regresó por primera vez a casa después de haberse embarcado de polizón el el barco de Mc Coy. Jamás quiso aceptar nada de su dinero, pues decía que con lo que ganaba con la taberna tenía de más para vivir. Su vida era sencilla, y sin lujos, pero le complacía, en cambio él un día se casaría y con esa plata tendría cómo empezar.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora