Capítulo 9

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El capitán Mc Coy miraba severo a Violet, quien sentada en una silla se sentía como si estuviera en el banquillo de los acusados.

-¿Recuerda cuál fue la única exigencia que le puse para llevarla en mi barco?

-Que no me paseara por cubierta sola.

-¡Exacto! Y es lo primero que hizo.

-Señor... Capitán Mc Coy, buscaba a mis hijos.

-Sus hijos estaba con Paddy. Él jamás los pondría en peligro.

-Apenas lo conozco, capitán.

-No debe ser tan aprehensiva, señora.

-¡Pero! ¡Es lo único que me queda, si algo les sucediera, yo...! -En este punto, Violet no soportó más y las lágrimas comenzaron a caer como un manantial por sus mejillas sonrosadas.

-¡¿Qué dice?! -tronó el capitán-. ¡Usted me aseguró que iban a despedirse de su esposo en su lecho de muerte!

-No es verdad -continuó ella sin poder seguir ocultando la verdad-, mi esposo está muerto. Lo acusaron falsamente de traición. Lo despojaron de su título y posesiones. Vamos a Australia porque tenemos familia allá. Aunque mi esposo era inocente, ¿se imagina cómo sería la vida de mis hijos sin nos quedábamos?

El capitán Mc Coy lanzó un bufido mezcla de exasperación y lástima por esa mujer tan parecida a su difunta hija. ¿Qué haría con ella tan lejos de un puerto? Él odiaba a la gente fraudulenta, y por mucho que le doliera esta dama era una mentirosa.

-¿Cómo debo referirme a usted, milady?

-No, capitán, ahora solo soy señora.

-Tardaremos un buen tiempo en recalar en el próximo puerto, pero allí es dónde la dejaré si vuelve a ocurrir un incidente como el de hoy. Así que por el bien de sus hijos y el suyo mismo será mejor que obedezca mis instrucciones. ¡Griffin!

Juan había estado escuchando toda la conversación desde la puerta, por lo que hizo ingreso de inmediato en el camarote del capitán.

-¡No me digas que estabas detrás de la puerta! -lo reprendió el capitán.

-Estaba en la cocina -repuso Juan molesto, recordando que Mc Coy nunca había dejado tratarlo casi igual que cuando era un mocoso.

-Desde ahora serás la sombra de esta dama. Será tu responsabilidad si ella se mete en líos. Te vas a acomodar en la otra bodega para que puedas estar al pendiente de sus idas y venidas, las que no deberán sobrepasar la cocina.

-Como usted diga, capitán.

-¿Es que acaso soy una prisionera? -preguntó Violet ofuscada.

-Enclaustrada, mi señora, y es por su propio bien.

-¿Puedo retirarme, capitán?

-Sí. Vaya con sus hijos. Griffin, O'Conell te relevará en tus funciones mientras dure el viaje.

-Me aburriré como una ostra.

-No creas, te dará mucho trabajo -repuso el capitán haciendo un gesto hacia la puerta.

Desde esa mañana, Juan Griffin se convirtió en la sombra de Violet. Ella solo transitaba un par de pasos entre su camarote y la cocina. Los desechos acumulados los tiraba por la borda de noche, pero siempre escoltada por Juan. Sus hijos podían recorrer el barco a sus anchas, siempre y cuando hubiera buen tiempo. Habían ganado algo de peso y su piel lucía tostada por el sol, pero su aspecto en general era la de unos niños sanos que ya no extrañaban los lujos y comidas de Londres.

En cambio Violet, estaba cada día más pálida, con enormes ojeras gracias a la falta de sol, sin embargo, había aprendido a freír los huevos sin quemarse. También era capaz de preparar platos sencillos, y elaborar pan casero. Juan la veía cada vez más desanimada y eso le preocupaba. Pocas palabras había cruzado con esa mujer, pero eso y su sonrisa fue suficiente para que fondeara en su pecho. Sería por lo mismo que una de esas noches, esperó a que los niños estuvieran dormidos, y fue a golpear la puerta de su camarote.

Violet, ya se preparaba para meterse en la cama cuando escuchó movimientos afuera de su puerta, y luego un golpeteo suave como las alas de un pájaro. ¿Sería alguno de los hombres ebrios que habría perdido el camino hasta su litera? Rehusándose en responder, apagó el candil para que no se viera ningún halo de luz por debajo de la hoja de la puerta.

-Señora Bellamy.

-¿Juan?

-Sí, soy yo.

Violet se cubrió con un chal y abrió la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido.

-Es tarde -susurró ella.

-Vine por los desechos.

-Es tarde -repitió ella.

-Es a propósito, para preguntarle si quiere subir a cubierta. Solo un momento para que reciba aire fresco.

Violet vaciló, pero solo un breve instante. Entró al camarote, y regresó casi enseguida con el cubo de los desechos, y los botines puestos. Ni siquiera le importó que solo el chal y las frondosas enaguas la cubrían.

Subieron sin hacer ruido para no alertar a la tripulación que hacía la guardia de la noche. Ya en cubierta, Juan dirigió a Violet a estribor. Levantó el cubo y lo vació sobre el océano que a esa hora solo era una masa oscura que se movía de forma ondulante.

-No hay luna esta noche -dijo ella.

-Pero sí estrellas -puntualizó Juan.

Ambos alzaron la vista para observar la bóveda brillante.

-Nosotros somos tan pequeños ante tanta inmensidad -dijo Violet, casi con un suspiro.

-Cuando uno mira al cielo, en noches como esta, todos los problemas parecen insignificantes.

-¿Usted cree?

-Sí. Mire allá -le dijo, indicando con su mano-. A dónde más puede haber tanta perfección. Las estrellas no están dispuestas de cualquier forma, nuestro Creador las ubicó de forma tal para que no solo iluminen noches como esta, sino para que los navegantes se puedan guiar por ellas, y los enamorados puedan regalárselas a las mujeres que aman -terminó diciendo mientras buscaba los ojos de Violet dentro de esa oscuridad.

Un escalofrío recorrió la espalda de Violet. ¿Qué pasaba? De pronto le pareció que una simple observación de las estrellas se estaba convirtiendo en algo más peligroso.

-Creo que es hora de regresar, Juan.

-¿Tan pronto?

-Sí.

-Esta bien.

Nuevamente Juan puso su mano en el codo de Violet para guiarla. Caminaron en silencio. Ella se sentía incómoda, no le gustaba la sensación que la proximidad de Juan le ocasionaba. Era una mujer viuda, decente, y en su vida no había ni habría cabida para devaneos fútiles. Lo único que importaba eran sus hijos. Se ocuparía de mantener a Juan Griffin lo más alejado posible, ya que su instinto femenino le indicaba que él estaba atraído por ella.

Tranquila con su conciencia, continuó dejando que Juan la guiara, pero cuando faltaban pocos metros para llegar a la escalerilla, el barco dio un fuerte cabeceo y ambos cayeron al suelo de madera prácticamente abrazados.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora