El tiempo cambió radicalmente, y en efecto la vista de los islotes verdes por los que iban pasando, maravillaba la vista de Violet. Nunca imaginó tanto verdor y tantas aves.
-Australia no es tan bella -murmuró Juan en su oído.
-Es diferente -aceptó ella.
-Canguros y arañas gigantes.
-No tengo nada contra los canguros.
-¿Y las arañas?
Violet se estremeció.
-Lo imaginé.
-¿Qué?
-Nada. No se aflija todavía. Disfrute la vista.
-Gracias.
Violet se quedó pensando en lo que Juan le había dicho, pero claro, él le diría cualquier cosa que la disuadiera de continuar su viaje a Australia. Su corazón estaba dividido entre el querer y el deber. ¿Continuar con Juan, a quien apenas conocía, en un país desconocido? ¿O Australia con gente que era parte de su familia, y que conocía desde siempre? Tal vez lo mejor era dejar las respuestas en las manos de Dios, pues él sabía bien cómo resolver el destino de la gente.
Continuaron navegando por varios días en mar abierto una vez hubieron salido del canal.
Violet dedicó esos días a reparar sus ropas, a adaptar un par de atuendos para Alika y el bebé, y remendar los pantalones de los niños, y por supuesto a disfrutar la tranquilidad del Océano Pacífico.
Con Juan no volvieron a tocar el tema de su destino final, y él una vez más se alejó de ella. O eso es lo que pensó Violet, ya que el hombre, más tozudo que ella, no pensaba permitir que la mujer que le quitaba el sueño se saliera con la suya.
Cuando el Sea Hunter, arribó por fin al puerto del Valparaíso, con todos sus pasajeros y tripulantes intactos a bordo, Violet no supo qué sentir.
No cabía duda que era un lugar bello, con cerros que llegaban casi hasta el mar, con casas salpicadas aquí y allá en sus colinas.
A medida que el barco iba entrando en la bahía, pudo comprobar la gran diferencia con el puerto que había dejado atrás: casi todas las casas del plan eran blancas con techos rojos y de un solo piso. También alcanzó a divisar una avenida larga flanqueada por árboles.
-¿Le gusta? -le preguntó Juan.
-Sí, pero...
-¿Es pobre?
-No quise decir eso.
-Mi tierra es humilde, Violet, pero su gente es cálida. Y aquí no encontrará amos con con látigo azotando a sus esclavos... Mire hacia allá -añadió él, apuntando hacia un cerro en especial-, -ahí encontrará muchos compatriotas suyos.
-¿En serio?
-Es el Cerro Alegre.
-¿Cerro Alegre? -intentó repetir ella.
-Tendrá que aprender español.
-¿Cree que sea necesario?
-Lo será.
Violet no añadió nada más, dejaría que Juan pensara lo que quisiera. Si se hacía falsas expectativas, la decepción sería solo de él.
Al bajar del barco, la primera reacción de todos fue llevarlos a la casa de su madre, situada en El Almendral, a una de esas casitas blancas con techo rojo.
-¿No tienes dinero para llevar a la dama a otro lugar? -le preguntó Robbins a Juan-. Tú sabes que este barrio es peligroso.
-Lo sé, pero mi familia es bien conocida en los alrededores.
-Como quieras, pero no digas que no te lo advertí.
-Lo tendré en cuenta, John.
Se subieron todos a una carreta que se deslizó por una callejuela estrecha entre la llanura arenosa, hasta que llegaron a la calle larga llamada El Almendral. La carreta continuó con su lento traquetear, pasando por entre las casas blancas de techo rojo que había divisado desde el puerto. Su paso fue seguido por ojos curiosos, a pesar de que ya la gente estaba acostumbrada a ver cabezas rubias, ojos claros, y pieles blancas como la espuma del mar, pero no tenían mucha oportunidad de interactuar con ellos, pues la mayoría, por no decir todos, buscaban de inmediato alguna casa en el cerro de los inmigrantes.
La carreta se detuvo en una casa de las mismas características de las otras, pero más grande. En su interior se escuchaban murmullos y risas. Violet se estaba preguntando si Juan los habría traído a una taberna, cuando un grupo de gente salió a ver a los recién llegados: los brazos en alto y las lágrimas no se hicieron esperar.
-¡M'ijito, por fin!
-¡Mamacita!
El abrazo entre Juan y la mujer fue largo y estrecho. A Violet se le humedecieron los ojos al presenciar el reencuentro de madre e hijo. Juan tenía los ojos claros y la tez algo más clara, pero el parecido entre ambos era innegable.
Ella quiso apartarse para no parecer una intrusa, pero Juan no se lo permitió.
-Madre, ella es Violet.
-¿Violeta? ¿Una extranjera? ¿Y esos chiquillos son tuyos?
-No, madre. Ella es viuda, solo la estoy acompañando mientras decide qué hacer.
-Eres un buen hombre hijo mío.
-Sí madre, pero hay algo que debe saber, yo amo a esta mujer y pretendo que no continúe su viaje.
La incomodidad de Violet fue en aumento: percibió con claridad que hablaban de ella, pues la madre de Juan no dejaba de mirarla y apuntar hacia ella.
-¿Y la Charo?
-Nunca he tenido algo serio con ella.
-Solo te advierto que habrá problemas.
-Bueno, no hablemos más de esto por ahora, estamos en plena calle en vez de estar atendiendo a los huéspedes.
-Tienes razón, hijo, entremos.
Cuando entraron, Juan reunió a toda la familia, y se los fue presentando a Violet.
-Violet, esta es mi madre: Carmen González, la dueña de este lugar. Este es Luis Araya, mi padrastro, quien ha sido mi verdadero padre. Y estos dos son mis hermanos menores: José y María Araya, son artistas y ayudan a mi madre con el negocio.
Violet extendió su mano y se las estrechó a todos. Dijo algunas palabras en inglés, que Juan tradujo. Luego fue el turno de la familia.
-Familia, esta es la señora Violet Bellamy y sus dos hijos Tyler y Francis. Ellos son de Inglaterra y supuestamente están de paso, pero quiero que los hagan sentir como en casa, que los atiendan bien y sena corteses con ellos. A John ya lo conocen. Se casará en estos días con la señorita Alika, a quien conocimos en el barco del portugués esclavista, así que tendremos que organizar el casorio.
La familia, quien ya conocía al capitán, aplaudió la noticia. Doña Carmen mandó a buscar la mistela para celebrar, y ya empezaban a repartir los vasos cuando una voz interrumpió la algarabía.
-Falto yo, ¿o es que no piensan invitarme?
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Tempestades del destino
RomanceLady Violet Orchmond se encuentra a bordo de un barco, rumbo a Australia, junto a sus dos hijos. En solo dos días su vida se vio trastocada por la fatalidad. Ahora, viuda y sin bienes debe huir del país para que la mala fortuna que llevó a su marido...