Capítulo 7

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Violet mantuvo firmemente abrazados a sus hijos contra su cuerpo. Se escuchó un fuerte ruido cuando la polea, manejada por varios hombres fuertes, comenzó a subir el ancla desde el fondo del mar.

El barco se agitó, ya era hora de zarpar.

A continuación comenzó la actividad a bordo, y el ambiente se escucharon los gritos de Juan Rojas dando órdenes, mientras el capitán McCoy observaba atento las maniobras junto a Violet y los niños.

Los niños no se perdían nada de lo que estaba ocurriendo a bordo del barco, en cambio Violet observaba con pesar cómo el barco se alejaba del puerto. Ahí se quedaba su amor, sus ilusiones, su vida. Por un momento tuvo la idea de esperar a que el barco se internara en alta mar y lanzarse a las profundidades abrazada a sus dos hijos. Que esas aguas grises los recibieran como un manto de olvido para que todas sus penas quedaran sepultadas bajo las profundidades del mar. Sin embargo, eso sería demasiado egoísta de su parte. Sus hijos no tenían fortuna, pero tenían toda una vida por delante. Vivirían sus propias experiencias. Podrían labrar su propio futuro, y conquistarían sus propios amores. No. Por mucho que la depresión la atormentara, no podía cometer un acto de tal bajeza.

No lejos de allí Juan Griffin observaba la escena intrigado, ¿qué podría ocurrirle a esta mujer para que ese rostro tan hermoso estuviera cruzado por la angustia y las preocupaciones? ¿Por qué estaba sola con sus hijos? ¿Qué hombre era ese que permitía que su mujer viajara sola con dos pequeños? Porque esa historia del marido muriendo en Australia no se la creía ni por un instante.

-¡Griffin! -gritó de pronto el capitán desde el puente.

Juan sacudió la cabeza para volver a la realidad, y acudió rápidamente al llamado de Mc Coy.

-Señora... -comenzó el capitán.

-Bellamy. Mi nombre es Violet Bellamy, capitán.

-Bien. Señora Bellamy, le presento a Juan Griffin, y por favor no pregunte por qué se llama así, o puede hacerlo más tarde si desea. Juan es mi segundo. Mis ojos y mi voz cuando yo no estoy presente. Si necesita algo y no me encuentra se lo puede pedir a él, a nadie más, ¿entiende?

-Sí. Gracias, capitán -respondió ella sin comprender el porqué de la recomendación.

-Juan, la señora Bellamy y sus hijos nos acompañarán hasta Australia. Durante el viaje, ella será ayudante de cocina. Por lo que te pido que vigiles que los hombres no se sobrepasen con ella. Así mismo buscarás a los más idóneos que cuiden a los chicos para que no se metan en problemas.

-Sí, capitán -respondió Juan, percibiendo que a la señora no le hacían demasiada gracia las órdenes de Mc Coy.

-Disculpe, capitán -repuso Violet-, pero soy muy capaz de cuidar de mí y mis hijos.

-Le creo, señora. Pero no olvide que viaja en un barco con más de treinta hombres, que matan su tiempo libre con la bebida. Le aseguro que no le gustará encontrarse con algunos de ellos por la noche. Además, sus hijos necesitan que los vigilen mientras usted trabaja.

-Lo siento, capitán. Creo que me precipité. Muchas gracias.

-Ahora, Juan le mostrará su camarote, y luego le presentará al cocinero para que le indique sus deberes.

Dicho esto, Mc Coy se dio la vuelta y se alejó dejando a Violet con la palabra en la boca.

-Señora Bellamy, vengan conmigo por favor.

Juan Griffin condujo a la pequeña familia por todo el largo del barco, bajo la mirada curiosa de los hombres, hasta llegar al castillo de popa, lugar en el que se encontraba la puerta para descender bajo la cubierta de la nave. Luego de sortear la estrecha y empinada escalerilla, el segundo al mando los condujo por entre hamacas, sacos, y apareo. El olor a encierro y a humedad salina le provocó escozor a Violet en su fina nariz. Pensar que tendría que navegar varios meses en ese ambiente, la llenó de angustia una vez más. Por fin, luego de muchos saltos para sortear los obstáculos del piso, llegaron ante unas puertas cerradas. Estas eran cuatro. Juan le explicó que una correspondía al camarote del capitán, otra era la de la cocina, y las últimas dos eran bodegas. Diciendo esto abrió la que estaba junto a la cabina de Mc Coy, y no sin algo de ceremonia les presentó la que sería su habitación durante la larga travesía hasta Australia.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora