Capítulo 3

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Cuando se quedó sola, lo primero que hizo fue sacar el dinero y las joyas de la caja fuerte. Después se sentó ante el escritorio y escribió varias cartas. Separó varios grupos de monedas y llamó a la servidumbre.

-Ustedes nos han servido con mucha fidelidad todo este tiempo, y por ello estoy muy agradecida, mas, los niños y yo debemos partir. Escribí cartas de recomendaciones para todos, y les hago entrega del salario correspondiente a dos meses. Son libres de marcharse en el momento que deseen a partir de ahora, o esperar al nuevo Lord que llega en dos días más, por si él necesitara sus servicios.

Le entregó uno a uno las cartas y el dinero. Ellos no estaban enterados de lo que ocurría y por lo mismo no comprendían por qué eran despedidos. Entre las miradas de incredulidad y el llanto de la doncella, el único que se atrevió a preguntar fue el mayordomo.

-¿Por qué nos despide, milady? ¿Y milord?

-Lord Orchmond está muerto.

-Entonces, es por eso...

-Señor Bell -lo interrumpió ella-, si nadie se queda, le ruego que usted sea el último en marcharse para que haga entrega de las llaves al nuevo dueño de la propiedad.

-Sí, milady. Como usted diga. -El mayordomo comprendió que no tendría más información de su señora, y resignado, inclinó la cabeza.

-Ahora, se pueden retirar.

Violet no dijo más, y tampoco miró a sus sirvientes a la cara. Si se quebraba en ese momento, no sabía si sería capaz de continuar adelante. Así que se puso de pie y se acercó a la ventana. Todos salieron pero alguien permaneció de pie ahí, esperando.

-¡Milady, por favor lléveme con usted! -imploró la doncella a su espalda.

-No puedo llevarte a un destino tan incierto. Tu madre no me lo perdonaría. Le prometí cuidar de ti, y por eso no te puedo arrastrar a una aventura que puede resultar peligrosa.

-¡Pero, milady!

-Retírate, por favor. No hay nada más que hablar.

La doncella le dirigió una última mirada suplicante antes de salir de la habitación, pero sin resultado.

Luego Violet subió a su cuarto. Necesitaba llorar a solas, pues eran las últimas lágrimas que se permitiría en este aciago momento: las mujeres débiles no salían adelante.

****

-Necesito tres pasajes a Perth, en el siguiente barco -pidió Violet, vestida de riguroso negro, al hombre de la ventanilla.

-¿Perth, Australia? -preguntó el hombre de vicera y manguillas negras, con indolencia.

-Sí.

-La próxima semana sale uno.

-No puedo esperar tanto. Tiene que ser para hoy mismo, o mañana a lo sumo.

-Lo siento, pero eso va a ser imposible.

-¿Y ese? -preguntó Violet con impaciencia, señalando con la mano uno de los tantos barcos que estaban atracados en el puerto, y que tenía pintado el nombre de "Australian Pearl" cerca de la proa.

-Es un barco de carga y no lleva pasajeros, mucho menos mujeres con niños pequeños -indicó el hombre, observando a Tyler y a Francis que intentaban ocultarse detrás de las faldas de su madre.

-Tengo dinero, puedo pagar bien por los tres boletos.

El hombre suspiró.

-No se trata de dinero, señora. El viejo capitán Mc Coy, jamás la admitiría a bordo de su barco. El hombre es un cascarrabias.

-¡Yo hablaré con él, por favor dígame dónde encontrarlo!

-Debe estar en algún burdel del puerto -repuso él con una sonrisa en los labios, ignorando a propósito el rubor avergonzado de Violet.

-Los niños... No puedo llevarlos a un lugar así. ¿Los podría dejar con usted mientras voy en busca del capitán?

-Estoy trabajando, señora, no puedo estar al pendiente de un par de mocosos.

***

A pesar del temor que la invadía al tener que internarse por las callejuelas malolientes del puerto, Violet no se amilanó, y observó con prudencia todo lo que la rodeaba. Este era un mundo desconocido para ella: niños jugando en el fango, mujeres lavando la ropa en la pileta pública, hombres riñendo en la calle... Una vida tan diferente a la que había llevado hasta ahora, pero que no sabía si sería tan diferente a la suya desde ahora en adelante, pues algo le decía que sus días de bonanza habían terminado en las manos del verdugo del reino.

A lo lejos, vio una casa junto a una taberna, que se asemejaba a la descripción dada por el hombre del puerto: mujeres en la puerta abordando a los hombres que pasaban frente a ella.

-No se aparten de mi -les ordenó a los niños, mientras avanzaba con paso inseguro hacia el grupo de mujeres.

-Buenos días, busco al capintán McCoy -dijo de sopetón a la mujer que estaba más cerca.

-Hoy no lo hemos visto, querida -repuso una mujer rubia, luciendo sus torcidos dientes.

-¿Sabe dónde puedo encontrarlo?

-A esta hora debe estar enredado en la cama de su novia.

-Pero, me dijeron que...

-No siempre, Linda. También visita a la pequeña Lucy, su novia.

-¿Me puede decir dónde vive?

-Sobre la carnicería que está dos calles más arriba.

-Muchas gracias, iré a buscarlo allí.

-De nada, querida. Si necesitas trabajo puedes regresar cuando quieras. pagan mucho por las damas finas.

Violet no respondió, tomó a los niños de la mano y se marchó a paso ligero.

-Mamá, tengo hambre -se quejó de pronto el pequeño Francis. Habían salido de casa sin desayunar.

-Después que encontremos al capitán, buscaremos dónde comer algo, cariño. Ten paciencia, por favor.

-Yo no quiero comer aquí -el niño arrugó la nariz-, quiero ir a casa.

-No podemos ir más a casa. Haremos un viaje en barco, ¿recuerdas?

Ella sabía que la idea de una aventura lo dejaría tranquilo por un rato.

-Está bien -repuso él no muy convencido, y con el rostro enfurruñado.

***

Caminaron en la dirección que la mujer rubia le había indicado a Violet, hasta que encontraron una carnicería.

El lugar se llamaba "The happy pig", un nombre bastane peculiar si se consideraba que no había forma de que un cerdo fuera feliz sabiendo que sería vendido en pedazos.

Violet pensó preguntar en la carnicería para estar segura de que era el sitio que buscaba, pero estaba cerrada. A un costado de la tienda había una puerta entreabierta, y luego de calcular que por obligación esa tenía que ser la entrada a la parte alta de la carnicería, la empujó y comenzó a llamar a quien fuera que viviera allí.

-¡Hola! ¡Hola! -llamó dos veces en voz alta.

Desde arriba se escuchaban con nitidez la voz de una mujer y un hombre que charlaban y reían, a pesar de estar detrás de una puerta cerrada al final de la escalera.

Ahora con más seguridad, agarró su falda para no enredarse en ella al subir, y le pidió a los niños que la siguieran. Cuando llegó al final de la escalera, se paró en frente de la puerta y golpeó con suavidad, pero nadie respondió al llamado.

Contrariada por no obtener respuesta, alzó la mano y golpeó la puerta con más fuerza esta vez. A los pocos segundos unos pasos suaves se acercaron a la puerta abriendo la misma, y una mujer de muy baja estatura con rostro de porcelana, observó con ojos amistosos a los recién llegados.

-Buenos días, ¿usted es Lucy? -saludó Violet, animada por la sonrisa de la mujer-. Estoy buscando al capitán McCoy. Me dijeron que podría encontrarlo aquí.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora