Supe que regresaba y aquí estoy. Escondido. Viendo con mis propios ojos a la mujer que más sinceramente me ha querido nunca. Llevo sus "Te quieros" tatuados y aún me escuece su dolor.
No podía creerlo. Esa no podía ser la pequeña Leta. Nos dejó con 18 años, dos noches después de que la rompiera el corazón, cuando metí la pata con ella. No es una excusa. Pero yo mismo era un niñato. Lo tenía todo y aun así era un desgraciado, que tenía la gran responsabilidad de comprometerse con una mujer a la que no amaba para salvar a mis padres de la bancarrota.
Tampoco amaba a Leta, o eso pensaba aunque siempre supe que ella bebía los vientos por mí. Para mí fue en principio sexo, pero acabó siendo un encuentro precioso que no he olvidado.
En mi mente se repiten imágenes de lo que parece una película ya antigua: sus ojos asustados e inocentes, su entrega absoluta, su boca dulce, la mirada limpia que había escondido detrás de sus gafas de pasta negra. Su melena caoba, sus manos sus besos. Sus declaraciones de amor adolescente se quedaron conmigo. Es el recuerdo de que la gente puede ser buena.Y ella, lo era, lo fue conmigo, me creía especial, porque pensaba, por fin haber logrado a su príncipe de cuento de hadas, mientras yo la robaba su virtud y sus ilusiones.
El día después la prensa publicó mi compromiso con Marina Montalbán y la futura fusión de las bodegas de nuestros padres. Esa noche Leta se marchó a vivir fuera de nuestras tierras, dejando a sus padres sin la niña de sus ojos para vivir primero con su tía en Francia y después al otro lado del mundo, a Australia. Sus hermanos mayores se quedaron aquí y también su recuerdo en cada uno de los trabajadores que habían tratado con ella.
Era tímida, pero amaba el campo, la cosecha, el hermanamiento de los días de vendimia. Todavía preguntaban a Samuel por ella y él respondía orgulloso que no dejaba de viajar. Leta se había convertido en escritora y además, gestionaba junto a sus hijas, una empresa internacional de eventos. La misma que habíamos contratado para organizar la boda de mi hermana pequeña con un destacado miembro de la nobleza española, Pelayo un tipo demasiado sabiondo para mi gusto, pero que, tengo que reconocer, bebe los vientos por mi querida Nora.
Pero no quiero irme por las ramas. Se supone que estoy narrando mi primer encuentro con Leta la adulta.
Primero bajó ella del coche. Un cochazo, por cierto. Imposible reconocerla. Muy alta. Más de 1.75. Una melena naranja, recogida en un moño informal, pero sin dar la sensación de descuidado. Vestía unos vaqueros, unas sandalias y una camiseta blanca que se adaptaba perfectamente a su silueta. Cuando casi estaba babeando, se abrió la puerta del copiloto y descendió una joven tan alta como ella, pero de pelo más oscuro y facciones más latinas. Mil preguntas se agolparon en mi cerebro. No sé por qué, pero me enfadé cuando mi cuerpo me avisó de que se estaba excitando. A continuación llegó una furgoneta de la que bajaron el conductor de unos veinte años, una chica rubia y de la parte de atrás cogieron en brazos a dos niños pequeños, de aproximadamente cuatro años. Tenían pinta de ser mellizos.
Samuel y Bego salieron a recibirlos deshaciéndose en abrazos y besos. Mi enfado fue a más. Mis padres nunca me han abrazado así. Me sentí triste y muy solo. Decidí darles un par de horas antes de dejarme caer por casa de los Peña López
***
Hola. Soy supernovata en esta maravillosa plataforma, aunque llevo años escribiendo. Sé, que no es lo mismo escribir que publicar, pero me apetece retarme a mí misma y aprender.
Esta es mi aventura.
Gracias por ser mis compañeros de viaje.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.