CAPÍTULO OCHO

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𝐔𝐍𝐀 𝐍𝐎𝐂𝐇𝐄 𝐋𝐀𝐑𝐆𝐀 2

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Puedo soportar cualquier tipo
de dolor...mientras tenga
un propósito.


P O C H É

— Bien.— susurra con pesar. Mi elección no parece haber sido tan buena, hasta la describiría según su expresión como "horrible". Me quita las cosas de las manos —. Quítate las ropas y quédate solo con los tacones, me gusta cómo te quedan.

No sé cómo sentirme ante su cumplido, sin embargo eso me hace pasar las manos por mi espalda y luchar torpemente con la cremallera de mi vestido. Lo bajo y en cuestión de segundos, deslizo el vestido por mis extremidades hasta que cae al suelo, rodeando mis pies. Calle me mira sin perderse ningún movimiento mío. Me quito el ajustados lentamente; hasta me parecía que estaba siendo más sensual de lo que quería admitir. Mis manos se hacen con el tanga oscuro y me lo quito. Si alguien me hubiera dicho que ésa sería mi situación algún día jamás lo habría creído. Siempre me he considerado una chica con principios, una que no se prestaría a semejante acto y menos con una mujer, sin embargo, aquí estoy, con el corazón latiéndome fuerte contra el pecho.

— Ponte de rodillas sobre la cama con las piernas abiertas.

Miro la enorme cama; y sin quejarme, camino hacia ella sintiendo el temblor en mis piernas. Por un momento siento que mis tacones pesan más de lo normal y que voy a caerme. Me arodillo en la cama como lo ha ordenado con las piernas abiertas y, sin decir nada, toma una mano mía, esposa mi muñeca y lo mismo hace con mi otra muñeca.

— No puedes moverte ni correrte hasta que yo te de el permiso.— asiento inmediatamente; a continuación deja el látigo sobre la cama, junto a mí, como si deseara decirme algo con eso, y por alguna razón no estaba equvicada —. Si desobedeces te castigaré.

Trago saliva.

Estoy realmente asustada de descubrir hasta dónde puede llegar su obsesión por el dolor en otras personas, al mismo tiempo, estoy loca por sentir sus manos sobre mí. El temor se queda en segundo plano cuando su boca besa la mía y una mano suya se detiene en mi cintura haciéndome estremecer. Me ofrece su lengua y exige la mía. Cedo a cualquier orden suya.

Estaba completamente dispuesta a obedecer a sus caprichos, pero cuando siento los dedos de ella entre mis piernas, me muevo y Calle, dándome un azote, me recuerda:

— He dicho que no te muevas.

— No puedo. — le digo con sinceridad. No era tan fácil como creí; por esa simple razón había asentido inmediatamente.

— Aprenderás a hacerlo.

Con su boca contra la mía, abro los labios para decir algo, pero mis palabras no llegan a salir, excepto un jadeo.

— Quítame las esposas; por favor.— le suplico.

— No.— me responde con sequedad introduciendo los dedos un poco más dentro de mí.

Cierro los ojos echando la cabeza hacia atrás. Siento que mi cuerpo se tensa inmediatamente bajo sus estrictas atenciones. Empezaba a preocuparme más por el hecho de que decidiera parar. Se siente delicioso.

“¿Qué estás diciendo, Poché? Vuelve a la realidad”

Apenas puedo hacerle caso a mi subconsciente. Estoy deseosa de que ella no se detenga; siento cómo el ritmo de la posesión de Calle se incrementa tensando mis músculos. Sus dedos entran y salen de mi cuerpo mientras con el dedo gordo frotaba mi húmedo y ya hinchado clítoris.

REGLAS DEL JUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora