CAPÍTULO CATORCE

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¿𝐓𝐄 𝐆𝐔𝐒𝐓𝐀 𝐋𝐎𝐍𝐃𝐑𝐄𝐒?

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Yo me enamoré de sus demonios, y ella de mi oscuridad. Eramos el infierno perfecto.

— Mario Benedetti

P O C H É

Para ser honesta; pensé que nuestro beso en la oficina implicaba sexo o algo así; pero Calle me interrumpió diciendo que teníamos un lugar al que ir y no había dejado de mirarme con cara divertida mientras conducía hacia alguna parte. No importaba con qué tono lo decía, lo seguro es que íbamos a trabajar; incluso fuera del horario laboral. No me sorprende que Valentina me acuse de ser una hermana ausente. Si tan solo existiera otra empresa capaz de pagarme tan bien ya habría renunciado.

Tengo los brazos cruzados sobre el pecho con el ceño fruncido; sentada en el asiento del copiloto mientras veo el semáforo ponerse en rojo y ella detenerse detrás de un mini deportivo blanco. Me mira; pero no reacciono. No le miro. No se merece mi mirada a menos que fuera a mantenerse con la expresión asesina que ahora estoy lanzando a cualquier persona u objeto a través del cristal de enfrente.

— ¿Qué es lo que te molesta?

No puedo creer que me pregunte algo así. En este momento debería estar de camino a mi casa; no yendo a una estúpida reunión. ¿Por quién me toma?

— Estoy segura de que no tenga importancia; así que solo haz de cuenta que estoy perfectamente bien.

Ella sonríe y me toma por el mentón para girar mi mirada hacia ella. Diablos, estoy segura de que sabe que no puedo resistir a su rostro. Puedo jurar que lo sabe; especialmente cuando sonríe.

— Claramente no lo estás. Dime qué sucede.

Por un momento pienso en seguir actuando como una infantil y guardar silencio hasta llegar a nuestro destino; pero no soy la clase de persona que se calla las cosas. Estoy acostumbrada a decir lo que pienso y esta no será la excepción.

— Es mi hora de ir a casa; entonces ¿por qué me llevas a una reunión? Es verdad que debo asistirte de vez en cuando en mi horario no laboral; pero ¿no crees que esto es cruel?

— ¿Esto te parece cruel? Hasta donde tengo entendido tus horas de trabajo con Bennett eran mucho peores.

— Por eso descansaba los sábados y domingos. Pero contigo no es así.

— No puedo perderte de vista los sábados; y me gustaría que los domingos fueran igual pero va contra tus derechos así que debo resignarme.

Bufo mirando a otro lado. Perderme de vista, si claro; cómo no.

El semáforo se pone en verde y ella sigue conduciendo. Mis ojos se abren cuando reconozco el puerto. Vaya, sí que había elegido un buen lugar para una reunión; esperaba que al menos me diera la oportunidad de disfrutar de la brisa; para disipar mi mal humor. Las dos bajamos del auto y caminamos hacia el yate. Es grande y tiene todas las comodidad que podría tener una casa. Lujosos muebles y otra serie de cosas; pero no hay nadie más que nosotras. Miro por todas partes, buscando a la persona que tendrá el lujo de disfrutar de ése momento, pero no hay nadie más que ella y yo.

Cuando la miro, noto que está sonriendo.

— ¿Crees que traje a un socio al yate para una reunión?

Me encojo de hombros. Ella es muy impredecible. No puedo decir lo que piensa; no puedo saber lo que quiere o lo que hará. Ella simplemente es una caja no solo de sorpresas sino de misterios para mí.

REGLAS DEL JUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora