Capítulo 23

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Boyd.

Sentir su corazón hace que olvide quien soy yo y el peso que mi espalda soporta. Creo que eso es lo que más amo, olvidar por un instante que debo tener cuidado y que no puedo estar cerca de ella. Olvidar, eso se vuelve fácil cuando solo deseo permitirme esto, sentir su corazón.

— Me confundes.

Ella permanece cerca de mí, totalmente incapaz de resistirse a esto. A nosotros. Yo tampoco puedo, me he rendido, al menos por ahora.

— Lo sé —respiro, la respiro a ella—. Perdón.

— ¿Por qué me pides perdón exactamente?

Sonrío y quiero besarla otra vez, pero no sé si es correcto, sé que ella no lo creería pero yo también estoy confundido.

— Sé que tengo una lista de cosas por las que debo pedirte perdón, créeme, sé lo que he arruinado, se dónde te ha dolido, Ariel —mi mano está en su cuello sintiendo su corazón acelerado—. Lo sé porque también me ha dolido.

Siento el cambio de su cuerpo contra el mío antes de que se aparte de mí. Su distancia me hace sentir mareado, totalmente inestable. Olvido como usar mi magia, olvido como orientarme, todo en lo que puedo pensar es en ella alejándose de mí.

— Me siento mal —en cuanto escucho las palabras, me giro en su dirección—. Estoy muy mareada y esto...Me confundes.

Su voz comienza a escucharse como la Ariel que conozco, el Fuego debe estar dejando su cuerpo. Ella nunca debió haber estado cerca de esas hierbas, si hubiera sabido o siquiera imaginado que ella pudiera estar en esa fiesta nunca habría llevado el Fuego. Las hojas de Fuego no son peligrosas, solo te desinhiben un poco, sin embargo, siempre ha sido usada por mágicos, no por humanos. Y es esa mitad de su sangre la que me preocupa.

Mi pies sienten las vibraciones del suelo y los zumbidos imperceptibles de la magia que llena el bosque. Al instante sé que Ariel está a mi izquierda, que mi ojo está a unos centímetros a la derecha de mis pies y que mis lentes y su guante están tirados entre unas flores del Amanecer.

Me inclino para tantear el suelo en busca de mi ojo, en cuanto lo tengo sujeto en mi mano vuelvo a levantarme y con él doy un toque al suelo haciendo un barrido con mi magia. "Mi ojo", de esa forma llamo a mi bastón de energía, porque aunque sin el puedo hacer un barrido de magia, con él el camino es más fácil de entender y trazar.

De esa forma, con otro toque al suelo, sé exactamente dónde estamos y que nos rodea.

— Siéntate —le pido acercándome a ella otra vez—. Deja que el Fuego salga.

Extiendo mis manos buscándola, esperando que con mi acción ella responda y se acerque. Lo hace. Sus manos temblorosas toman las mías, ella aún sigue manteniendo cubierta una de sus manos por un guante, no me gusta, porque eso significa que está lastimada. Saber que no sana como cualquier otro mágico lo haría hace que mis niveles de estrés diarios suban de su ya alto límite. Siempre estoy estresado, pero justo ahora, así con ella...lo he olvidado.

La ayudo a sentarse y apoyarse contra un árbol.

— Diablos —se queja—, el suelo está húmedo y es incómodo.

Me río negando.

— Lo siento, esto es lo único que puedo ofrecerte ahora —me muevo para sentarme a su lado, hombro con hombro.

Tiene razón, el suelo está húmedo, siempre lo está, en realidad, pero es de noche, hace frío y siento el espesor de la niebla, por lo que debe estarlo todavía más. Y es incómodo, sí, pero para mí no, yo estoy acostumbrado a todo esto, para mi este muy bien podría ser un lugar para dormir o para pasar el rato sin problema.

Los Mestizos IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora