Capítulo 15

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Boyd.

No me importa ni sé lo que escupe mi boca. Todo en lo que puedo pensar es en ella estando aquí cuando él llegue. Me enferma.

Todo mi cuerpo está atento, despierto y expectante. La siento a ella y a su reconocimiento, ya lo sabe, sabe que es mi compañera. Mi mitad. Es mi culpa, pensé que a esta distancia no podría percibirme, ella no debió hacerlo. Se supone que debía estar en casa, castiga por lo que sé.

Ella no debía estar fuera esta noche.

Logro hacer que se vaya, mi instinto me exige ir por ella, seguirla. Pero no, mi voluntad nunca ha sido débil, no en momentos así. Me concentro, dejo que mi magia recorra y toque el bosque, que la toque a ella hasta que está lo suficientemente lejos. Muevo mis manos acariciando el viento y guiándolo en direcciones contrarias a las que siempre percibe él.

Tengo todo el cuerpo apretado, incluso mis dientes lo están. No puedo dejar de preocuparme por ella, no puedo dejar de sentirme totalmente arruinado y estúpido por no haberme asegurado de que ella realmente se quedaría en casa. Pero confié en las palabras de Eddy, él me prometió que sus padres estaban absolutamente enfadados con ella, tanto que no le permitirían salir hasta el día de su cumpleaños.

Soy un estúpido, debí comprobarlo por mí mismo, poner guardas de magia alrededor de su casa o lo que sea. No debí arriesgarme tanto solo confiando en las palabras de su hermano.

Ya es tarde para lamentos. Lo único que me queda por hacer es adaptarme y hacer todo lo que este en mis manos por asegurarme que no pueda sentirla por los alrededores o en mí.

Desde la primera vez que la olí, su olor me persigue, cuando la tengo cerca me vapulea y debo aferrarme a algo porque mis rodillas tiemblan. Me da miedo saber lo fácil que me tiene en la palma de su mano, su preciosa y cuidadosa mano. Ojala fuera ella la única que me sostiene.

El calor de las llamas hacen que mi estómago se revuelva con temor, me obligo a tomar una respiración. Si él me encuentra alterado va a hacer todo por descubrir que es lo que me perturba. Entrelazo mis manos tras mi espalda porque es así como le gusta encontrarme, erguido junto al fuego, como si lo amara.

Vuelvo a expulsar una onda de mi magia pero esta regresa a mí cuando choca contra algo, más oscuro y macabro. Él.

— Que placer volver a encontrarnos, mi pequeño —su voz hace que mi piel se vuelva fría—. La noche, aunque ferviente, no es eterna —quiero cerrar mis ojos, encogerme, pero eso solo empeoraría todo—. Ven a mí, debemos comenzar.

Como en cada ocasión mi cuerpo se resiste, pero tengo que hacerlo, sé que si me resisto será peor, mucho peor. Pero esta noche todo es distinto, porque ella estuvo aquí, tan cerca. Saber que anda por allí con él aquí me repugna.

— Mi señor —mantengo mi cabeza baja, me detengo a una distancia prudente.

— Que bonitas están tus marcas —siento uno de sus dedos en mi rosto—. Deberías verlas.

Quiero vomitar.

Quiero explotar.

Las marcas. Lo dice como si no las hubiera visto ya, como si no supiera que él tiene el poder de devolverme la vista en cualquier instante solo para torturarme. Recuerdo ese día en el que me permitió ver las marcas de su poder en mí. Me asusté, no me reconocí, parecía un monstruo. Entonces la oscuridad volvió y escapé, ese día conocí a Ariel por primera vez. Su olor me tomó desprevenido, fue como si me palmara el hombro para decirme que allí estaba ella, fue tan abrupto que no pude mantener el equilibrio sobre el árbol.

Los Mestizos IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora