Capítulo 37

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Demasiadas voces. Demasiadas.

Mis oídos sensibles piden alivio, mientras que yo me siento mareada. No puedo ver nada, tengo una venda cubriendo mis ojos y Johan roseó algo para que mi olfato no pudiera detectar nada.

Esta práctica pone a prueba mi audición, él quiere probarme, quiere saber que tanto he entrenado. Lo he hecho, es lo único que me mantiene cuerda, practicar.

Respiro profundamente concentrándome, buscando las características de su voz entre el mar de sonidos. Por un instante lo tengo, pero vuelvo a perderlo. Cierro mis manos en puño moviéndome, ahora sé lo que busco. No dice mi nombre, pero susurra cosas sin sentidos.

Oh, él quiere exprimirme al máximo.

Con solo su voz me hago un camino, siempre atenta, pisadas firmes, un pie tras otro. Ahora es más claro, mucho más claro. Se queda en silencio por varios segundos logrando erizarme la piel.

Repentinamente las voces se detienen, la venda es arrebatada de mis ojos y quedo completamente mareada.

—Tienes que aprender a sentir —lo siento, aunque mi visión este lastimada al igual que mis más importantes sentidos. Detengo su golpe sujetándolo por su muñeca—. Bien, pero demasiado lenta.

Comenzamos un intercambio de golpes esquivados que con cada paso va pareciendo más una danza. Él no es suave, desde que me propuso estás practicas me lo advirtió. Por lo que no me da ni un respiro mientras intento hacer tiempo para que mis sentidos se recuperen.

Lo veo con su traje negro de entrenamiento, su mirada es dura. Algo tuvo que haber pasado, no tiene esa expresión desde hace semanas. Para ser específica, desde su último enfrentamiento con Ivonnet.

—¿Qué pasó? —cuestionó preparada para recibirlo.

Solo que él hace algo muy distinto, se detiene.

—Ven aquí —me ordena yendo hacia una mesa.

Maldición.

—No juegues conmigo, Johan —le gruño al ver lo que hay sobre la mesa—. Vete a la mierda.

Intento irme pero su voz vuelve a detenerme.

—He dicho que vengas aquí.

Su orden la siento en cada parte de mi cuerpo, pero me resisto. Solo me doy la vuelta.

Nunca debí decirle sobre las pesadillas.

—¿Te vas a dejar ganar por esto, Ariel? —señala las dagas de plata con moldura de oro, también hay cuchillos y…Oh, genial, son cuchillos para mantequilla.

Cierro mis ojos sabiendo a quien debo agradecerle por esto.

—Sin presionar —suelto con los dientes apretados.

—Evan me contó que eres incapaz de tomar siquiera un simple cuchillo de mesa —su voz es severa, por lo menos no hay decepción—. ¿Vas a dejarlo ganar?

—No lo entiendes.

Dioses, en realidad sí soy muy patética, ni siquiera puedo mantener la vista en esas armas.

—Ariel, tienes que dejarlo ir, hiciste lo correcto. No puedes seguir permitiendo que este…—suspira—. Temor que tienes te siga gobernando. Tú misma me dijiste que odiaste no poder defenderte en ese túnel, pero no estás haciendo nada para cambiarlo tampoco.

—Estoy entrenando, como nunca antes lo había hecho, entreno con mis amigos, entreno con mis hermanos —le digo dolida, ha tocado justo donde debía—. He entrenado contigo cada vez que me lo pides. No digas que no estoy haciendo nada.

Los Mestizos IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora