“Eddy y la vampiresa”
Nacary Bratteli.
Ese era su nombre y desde el primer momento que Eddy Rowclay la vio, sintió una intensa oleada de algo -que no supo identificar- colisionar contra su cuerpo y romperlo en mil pedazos. Como una roca lanzada a una ventana de delgado cristal.
Eddy no se había sentido así nunca por una chica, tan desesperado por llamar su atención. Sí se había sentido atraído por otras antes, chicas bonitas que lo hacían sonrojar o tartamudear. Pero con Nacary era distinto, el sentimiento no era tímido ni manso, era violento y temerario. Como ella.
La primera vez que la vio fue cuando el aquelarre entero de Gilbert había entrado a la casa del alfa. Eddy la vio, pequeña entre los cuerpos altos y pálidos de los demás, lo primero que le llamó la atención fue ese cabello voluminoso que se torcía y caía sin seguir leyes o reglas, tan oscuro y brillante. Cuando pudo ver sus ojos, se dio cuenta de que la forma en la que su corazón se había acelerado no podía ser normal, latía sin piedad contra su pecho, avisando…pero, ¿qué? ¿Qué era?
Ella apenas y había reparado en él, tenía una expresión desinteresada y su boca se fruncía en una mueca.
Eddy no tardó demasiado en mover sus influencias para averiguar su nombre. Libriana lo ayudó, pero también lo puso en evidencia porque sabía que su padre no aprobaría nada de lo que pesaba intentar.
Y aunque tuvo que escuchar un sermón entero del por qué no debía involucrarse con ninguna de esas criaturas, como a cualquier chico de quince años, las palabras de Evander salieron tan rápido como entraron por sus oídos.
Era demasiado paranoico según Eddy, solo se trataba de una chica, era un vampiro, sí, pero, ¿sus padres no le habían enseñado que a todas las criaturas de la tierra debía respetar y tratar como su igual?, nunca le habían dicho que eso no se extendía hasta los vampiros.
Eddy le dio vueltas al asunto, una y otra vez, debatiéndose en hablar abiertamente sobre como esa pequeña vampiresa lo hacía sentir, pero todo estaba tan mal a su alrededor, había guerra, gente muriendo y su pobre hermana estaba tan triste. No quería causar más problemas, realmente no lo quería, pero cuando la encontró a solas escondida en el jardín trasero todo se fue a la basura.
—Así que tú eres mi acosador, ¿eh?
Ella ni siquiera lo miraba, sus preciosos ojos verdes estaban perdidos en el bosque.
—No soy un acosador —se defendió Eddy de inmediato, intentando y fallando en mantenerse alejado.
Se sentó a su lado con cuidado, no quería asustarla, sobre todo cuando estaba enloquecido por estar tan cerca.
—Te encuentro en cada giro que doy por ahí —espetó ella, aun sin permitirle volver a ver sus ojos—. Estás aquí ahora —ella se giró y lo vio sin expresión alguna—. Demasiado cerca —arqueó su ceja y él se estremeció.
Su piel era oscura, hermosa, tenía labios rellenos y una nariz adorable. Eddy pensó que era la chica más hermosa que había visto en su vida. Por la forma en la que lo miraba, parecía una reina, de esas que no vacilaban cuando tenían que deshacerse de cualquier súbdito desobediente.
Sutilmente Eddy le dio todo el espacio que ella había pedido tan gentilmente.
—¿Por qué estás aquí…sola? —le preguntó intrigado, desde que la había estado siguiendo nunca la había podido encontrar a solas.No la estoy acosando, se dijo. Solo procuraba que estuviera bien.
Ella abrazó sus piernas y se arrimó más hacia la sombra que le ofrecía la pared de rosas. Cuando Eddy pensó que no respondería, un murmullo avergonzado salió de ella: —. Robaron mi comida —Eddy se imaginó quienes eran “ellos” —. No puedo ir a cazar con el sol en lo alto, estoy esperando que baje lo suficiente para poder salir de aquí.
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Los Mestizos II
مستذئبSangre mezclada condenada al fuego. Sangre pura destinada a la grandeza. "Los mestizos" pertenece a la serie de libros: "La sangre de los mágicos". Se recomienda haber leído antes El maldito, ya que es bastante necesaria para el entendimiento de est...