Capítulo 16: En busca de una nueva ecuación

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Un campanario resonó estridente desde el centro del pueblo ocho veces seguidas, y con ello Cian dio por terminada su sesión de entrenamiento, volviendo al interior de la casa en lo que el exterior se llenaba con las pisadas presurosas de los Pokémon que iban tarde a clases. Dejó el remo recargado en la pared de la entrada y se sentó en el mismo lugar que lo habían sentado la noche anterior. Nadie parecía haberse despertado aún. Y los vasos vacíos seguían sobre la mesa, tal como los habían dejado en el momento en que cayó inconsciente a mitad de la fiesta. Molesto por el aroma del aceite para motor que seguía infestando la habitación, se rascó la cabeza y después se encogió de hombros, recordando en un calosfrío la decisión que ya había tomado por ayudar en cualquiera que fuese la misión de aquel grupo de mercenarios.

—Pero qué desastre —murmuró con la vista puesta hacia la nada—, esto no puede seguir así...

Se levantó del asiento y limpió el sudor de su frente buscando ocuparse en cualquier cosa para no pensar más en las ideas obtusas que rondaban en su cabeza. De forma automatizada recogió los vasos sucios y los llevó a la tarja ubicada en una habitación aparte. Para cuando se dio cuenta ya había lavado uno y el agua corría fresca, escapando de sus manos hacia el sumidero.

«Este es el vaso de...»

—¿Qué demonios haces? —cuestionó Amaranto con fastidio hacia el pensativo Lucario, asomando su cabeza desde fuera de la cocina para reclamarle por la manera tan frívola en que parecía desperdiciar el agua limpia.

—Solo estaba... —respondió el peliazul disperso, espabilando tarde a la mirada juiciosa del lobo—. ¡Limpiaba un poco tras lo de anoche! Así dará más gusto volver de...

—¿Limpiar esta pocilga? —se precipitó el Tipo Roca con su risa—. ¡Vaya que eres raro! Anda a hacer algo de provecho y ocúpate de tener tus cosas listas, mejor. Iremos a buscar un auto al centro apenas Levigis se levante.

Solo cuando escuchó esa oración fue que cayó en cuenta del largo viaje que harían y lo imposible que sería para ellos cruzar el país entero apenas con la ayuda de sus pies descalzos. Un vehículo a motor propio sería mucho más eficiente y seguro para moverse en aquel país enemigo con el menor de los inconvenientes, ciertamente, pero... Viró la cabeza de lado a lado y después se dirigió lento a chocar miradas con el Lycanroc. Nada de aquel derruido poblado ni de su gente le sugería que fuera una meta asequible a corto plazo. Los que había visto en Áurea, al menos, pertenecían todos a la clase alta, el clero y la milicia. Incluso para los residentes de Acerola era una novedad el ver uno recorriendo sus calles, y lo anunciaban como si se tratase de un acontecimiento de suma importancia. «Auto avistado cerca del Ayuntamiento». Recordó los panfletos que circulaban los domingos fuera de la iglesia. Entonces, ¿de qué manera ese Lycanroc aseguraba con tanta calma el poder hacerse de uno? La respuesta lo eludió por completo. ¿O fue él quien eligió ignorar las suposiciones más obvias en su cabeza? Tras un incómodo silencio abrió la boca queriendo hablar, pero antes de concretar ruido alguno en la habitación, una voz se alzó melosa a sus espaldas.

—¡Ciaaaaan~! —clamó Mienshao una vez se deslizó en la cocina para abrazar con efusión al nuevo integrante de su gremio—. ¡Buenos días!, ¿cómo te encuentras?, soñaste algo lindo hoy?

Preguntó el Pokémon armiño a modo de ráfaga, sin dar oportunidad al Lucario de responder nada mientras lo apretujaba firme del cuello contra su cuerpo, como si quisiera fusionarse con el Lucario más que otra cosa en el mundo.

—¡Magenta! —vociferó el Lucario aún con las manos bajo el chorro de agua fría, nervioso de sentir los dedos de Mienshao acariciando su pecho hasta dar con el pincho de acero, el cual toqueteó de la base un par de veces y después lo frotó suave hasta juntar sus garras con cuidado en la punta de este—. Estoy mejor, supon-

Pokémon: La fuga del soñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora