Capítulo 1- MICHAEL Y YO

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Al fin viernes.... la oficina es un caos. Con Miryam enferma trabajé por las dos toda la semana, ella es la otra secretaria, rubia de ojos verdes y con un cuerpo para el infarto, le gusta pasearse con estiletos y polleras ajustadas, haciendo que más de uno tropiece con las cosas. Se ocupó de dejar en claro que mi llegada a la oficina no le agradó en lo más mínimo, explicándome a regañadientes lo básico y dejando que yo tropezara con los problemas y me las arreglara sola.
A pesar de eso aprendí el trabajo y a partir de ahí nuestra relación solo quedo en buenos días, buenas tardes.
Faltan unos meses para las vacaciones, ya casi todas las propiedades han sido reservadas y estamos enviando los contratos y cerrando detalles con los futuros huéspedes, solo quedan las más lujosas, a las que solo un millonario accedería y creo que esos tres se mueren por clavarle las uñas y ganarse unos buenos billetes. El peculiar trío está formado por Nicholas, Sara y Caroline, los vendedores de la firma. Sumado a eso, el que lo consiga, obtendrá el bono del mes, de por sí muy jugoso.
Por suerte yo no pertenezco a esa raza. Tengo una muy buena remuneración y con eso me alcanza para vivir como quiero, sin muchas pretensiones. Marcos ha sido por demás generoso conmigo, creo que se siente en parte responsable por mí.
Por cierto, mi nombre es Elizabeth Jenkins, Liz para los amigos y trabajo hace tres meses en una empresa de bienes raíces, Ludwing Propierties, propiedad de Marcos Ludwing, amigo de mis padres.
Cuando ellos murieron en un trágico accidente, mi vida se estancó de golpe, me quedé sola, sin familia, sin trabajo, sin novio y con muchas cuentas que pagar. Vivíamos en Chicago, habíamos emigrado desde Argentina por el trabajo de papá, hacía ya unos cuantos años. Cuando había pasado casi un año de haber sepultado a mis padres, un día apareció Marcos en la puerta de casa.
Tras una larga charla y enterarse de mi situación, fue quien me ofreció el empleo y me convenció para instalarme en la vieja casa de campo de mis abuelos en River Valley.
─Yo voy a ayudarte Liz, no estás sola.
Y así fue, me ayudó a poner la casita en condiciones y aquí estoy ahora tratando de recomponer mi vida. Alejando los fantasmas que me persiguen a pesar de todo para volver a empezar.

Mientras guardo los últimos documentos en la computadora, creo que mire el reloj de vidrio que se hallaba en la pared unas diez veces, como si eso fuera a acelerar el tiempo que restaba de trabajo. Media hora más y cuatro días de descanso me esperaban por delante.
- ¿Ansiosa? -alguien pregunta detrás de mí.
- ¿Acaso se me nota tanto? - respondo sin levantar la vista, doy un repaso general al documento que tengo en la pantalla y le doy guardar.
-Y ese...fue el último. - suspiro al final de la frase.
-Veo que sobreviviste a trabajar con Chris.
Giro mi silla y ahí está, el mismísimo Michael Ludwing, hijo de Marcos, Dios como ha cambiado, cualquier chica se derretiría solo con verlo, cabello castaño, ojos verdes con toques de color miel y un metro ochenta de cuerpo perfecto, con ese traje negro que le queda a la perfección. Me recuerda a Channing Tatum en Magic Mike, encima tiene el mismo nombre del personaje. -trago saliva-
Una vez al año solíamos venir a pasar las vacaciones. Ambas familias, la mía y la de Mike, solían reunirse. Mientras éramos pequeños jugábamos juntos, después crecimos y ya no lo vi más. Cada uno hizo su vida, aunque ahora que lo recuerdo volvimos a vernos una vez, creo que yo tenía dieciséis años y el entonces veintiuno.
Estábamos en su casa cenando, cuando apareció en el comedor buscando algo.
─Amanda, Edward ─saludó cordialmente a mis padres y luego se dirigió a mí.
─ ¡Pequeña Liz! ─me sonrío y me frotó la cabeza como si fuera un cachorro.
─Diviértanse nos vemos -y se marchó.
Sencillamente yo le había sido tan interesante como un perro.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Ahora él es todo un hombre con sus treinta magníficos años y yo una mujer con mis veinticinco.

─Hola Mike ─respondo tratando de disimular el impacto que me ha causado.
─Liz. Estas tan... ¿distinta? ─y ladea su cabeza con curiosidad.
─Mi padre me dijo que ahora trabajas con nosotros, estaba de viaje y regresé esta mañana. Realmente siento todo lo sucedido, no tuve oportunidad de decírtelo, apreciaba a tus padres ─en su voz hay un dejo de tristeza.
─Gracias Mike, si no te importa ahora no quiero hablar de eso y sí, tu padre en verdad me ayudó mucho al darme este empleo. ─ comienzo a buscar mis cosas.
─Es tarde debo irme ─ le aviso apurada.
─ De acuerdo, pero ¿Imagino que vendrás con nosotros no? - dice levantando ambas cejas, al mismo tiempo que apoya sus manos en el escritorio para quedar a mi altura y así sondearme con sus ojos de menta y miel.
─ ¿A dónde?
─Espera... ¿quieres decir que nadie te invitó al bar donde nos reunimos después del trabajo? ─me mira extrañado y se cruza de brazos.
─Ehhhh... ¿no? ─«soy la "nueva" y después de todo nadie está obligado» pensé. Salvo Christian que es mi jefe, para el resto soy un mueble más, el hecho que Marcos me contratara directamente siendo el dueño de la empresa, no causó mucha gracia en más de uno.
─Bueno a partir de ahora vendrás con nosotros, después de todo eres parte del equipo ─declara sonriente.
─Mmmm....realmente estoy cansada, quizás para la próxima.─
Necesito salir de ahí, él me intimida con su presencia, además no soy muy buena para socializar, prefiero quedarme en casa escuchando música o viendo una película, en pijama y con un buen pote de helado. Y la verdad tampoco me interesa, los murmullos a mi alrededor de "la protegida del jefe" no me incentivan en lo más mínimo.
-Lo lamento, pero no acepto un no como respuesta, además tenemos un fin de semana largo por delante gracias a las festividades del pueblo, así que tendrás tiempo de sobra para descansar. ─ me dice haciéndose el jefe enojado.
─Tienes exactamente diez minutos para agarrar tus cosas y si no bajas, vendré a buscarte, te espero en el auto ¿ok? - y se va canturreando sin más.

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