-CAPITULO 14- (LA GALA)

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ELIZABETH

La mansión de los Ludwing se ve impresionante, un séquito de ocho chicas, divididas cuatro a cada lado de la escalinata de acceso, nos reciben con una amplia sonrisa dibujada en sus rostros. Con sus monos de pata de elefante en color plateado y pelucas afro ultra voluminosas, parecen salidas del Club 54. La fachada de la residencia destella con miles de puntos luminosos, como los que generan las bolas de espejos de las discotecas de aquella época.


Mike no suelta mi mano y sonríe ante mi cara de asombro, con cada paso que damos dentro de la mansión. Al llegar a la cima de la escalera atravesamos una especie de túnel de tela blanca, donde se proyectan imágenes en blanco y negro, de aquellos años dorados del rock and roll. Así nos vimos acompañados en nuestro recorrido, por una horda de chicas histéricas que corrían detrás de los cuatro de Liverpool.


Al otro lado del singular pasadizo, nos detuvimos sobre una terraza con balaustradas blancas, donde otro grupo de chicas iguales a las de la entrada, pidieron nuestros nombres para acompañarnos a la mesa designada.


Su mano fuerte estrechando la mía, su mirada y su sonrisa, echaron por tierra todos mis temores y malos pensamientos. De pronto, contra todos mis pronósticos, me encontraba disfrutando de todo lo que acontecía a mí alrededor.

─ Gracias por insistir en traerme ─le digo a Mike a medida que avanzamos por un camino iluminado rodeado de flores, que lleva a una enorme carpa blanca montada en el césped.

─Gracias a ti por rendirte ante mi testarudez ─y me regala su sonrisa de lado y un beso sobre la mano.

En este punto quiero dar la vuelta y arrojarme a sus brazos olvidándome de todo y de todos. Y el pecho se me comprime hasta dolerme en un claro presagio de lo inevitable. Me sacudo los malditos pensamientos y me centro en la belleza del cielo estrellado, que cubre nuestras cabezas.

─Liz ¿entramos? ─su voz me trae de vuelta del universo nocturno a chocar con la nitidez de sus ojos claros.

─ Sí, lo siento, me distraje.

Entramos a la magnífica carpa decorada en blanco y negro, donde varias cabezas se giraron sin disimulo, al percatarse de nuestras manos entrelazadas. Atravesamos todo el recinto bajo las miradas escrutadoras de gran parte de los presentes, hasta llegar a la mesa principal donde Carol y Marcos, los padres de Michael, nos esperaban.

─ ¡Elizabeth! ─me llamó una Carol emocionada mientras se levantaba de su silla de brocado negro.

─ ¡Carol!─respondí con la misma emoción y nos fundimos en un sincero y largo abrazo.

─ Bueno...bueno...si vamos a empezar así terminaremos todos llorando ─dijo Mike entre medio de risas, seguramente para distender la situación.

─ ¡Oh hijo! ─río Carol ─ven y dale un abrazo a tu madre.

─ Mamá ─la invitó con sus brazos abiertos y la rodeó con ellos dulcemente.

─ ¡Pequeña! ─me dice Marcos mientras besa mi mejilla y me estrecha entre sus brazos.

No puedo evitar las lágrimas y las siento deslizarse cálidamente de mis ojos. Él se separa para verme y toma con sus manos mi cara limpiándome las mejillas húmedas con sus pulgares.

─ Estoy orgulloso de ti y solo quiero ver esa hermosa sonrisa que tienes el resto de la noche
─sus palabras me envuelven con la calidez que le habla un padre a su hijo y solo puedo asentir y darle un gracias con un beso en la mejilla.

─ Papá ─le dice Mike con un cálido abrazo, al que este responde con una sonrisa y un brillo en sus ojos que denota el inmenso amor que siente por su hijo.

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