-CAPITULO 11- LA INVITACIÓN

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Salgo de la ducha y después de secarme el cabello me pongo una camiseta de tirantes negra, que es tres veces mi talla. Amo estar con ella, me queda tan grande como la camiseta de Mike y no hay nada más cómodo sobre la tierra, me coloco unos calcetines gruesos de lana para no sentir el frío del piso.


La chimenea está encendida, y en la habitación solo se escucha el crepitar de los leños, prendo el equipo de sonido y la voz de Bon Jovi lo llena todo, amo la música de los 80 y los 90, me crie con ella, mi madre solía escucharla a toda hora y se fue metiendo debajo de mi piel.


Me preparo un capuchino y me acomodo en el único sillón que decora mi sala, a pesar de haberme mudado hace tres meses, todavía no termino de desempacar. La principal decoración son las cajas que se apilan por todos los rincones. Cuántas noches de música y juegos he pasado aquí con mi familia...con Mike... tan bellos recuerdos, que no puedo evitar el nudo en el estómago por la nostalgia. Llegué a un punto que no sé cómo manejar el dolor, ese monstruo oscuro que lo devora todo a su paso, estoy rota por dentro y por fuera y no sé cómo volver a juntar los pedazos.


Creí tontamente que alejándome de todo me sentiría a salvo y lograría unirme, pieza por pieza, hasta rehacer mi vida. Pero los fantasmas siguen acechando y extrañamente solo en sus brazos logré detenerlos al menos por casi una noche, unas horas de paz, que reconfortaron mi alma dulcemente. Pero no puedo depender de él, ni dejar que cargue con mis demonios.



¿Por qué él? ¿Por qué ahora? Yo era una niña todavía cuando Mike había alcanzado la mayoría de edad y mis ojos se deslumbraban cuando el aparecía, soñaba que me rescataba de algún peligro, cargándome en sus fuertes brazos y me daba mi primer beso.



Lo cierto es que solo me cargó una vez, que caí torpemente y me lastimé feo la rodilla. Los cinco años de diferencia que nos llevamos, fueron un abismo en esa etapa y yo pasé a ser algo así, como su hermana pequeña. Pasaron los años y lo único tangible de mi amor pre adolescente, es una fotografía que aún conservo, donde un Mike sonriente me abraza de costado posando para la foto y yo lo miro embobada sin que él se entere.


Soñaba con que el nuestro sería un amor para toda la vida, como el de mis padres, pero él nunca me vera de esa manera. Pasaron los años y conocí a Andrew...me deslumbró, cabello castaño, ojos celestes, altísimo casi un metro noventa, con porte de modelo de revista. Una sonrisa que dejaba un tendal de féminas húmedas por donde pasaba... yo entre ellas.



Lo conocí en la presentación de uno de los libros de Leyla, entre tragos y charla, me invitó a salir y yo no podía creer lo afortunada que era, de entre todas las que caían a sus pies, el me eligió a mí.


Veintidós años, mi primer novio, mi primera vez en todo y el primero que me rompió el corazón, el que me dejó sin ilusiones y arruinó mi vida, el que me dejó sola esa fatídica noche para cogerse a su secretaria.



─ ¡BASTA! ─me grito a mi misma parándome del sillón, voy hacia el equipo de sonido y cambio la música y ahí está Freddy enviándome su mensaje, subo el volumen y me encuentro cantando a todo pulmón...THE SHOW MUST GO ON...mientras una lágrima rueda por mi mejilla.


Voy al baño y me lavo la cara con agua helada, me miro al espejo y me digo ─ El show debe continuar Liz.



Justo cuando suenan los últimos acordes, escucho el timbre de la entrada, «raro, ¿Quién será?» salvo Marcos, que vino en dos ocasiones, nadie me visita.


Camino hacia la puerta y pregunto ─ ¿Quién es?



─ Michael ─me quedo petrificada atrás de la puerta, reacciono después de unos segundos y me acomodo el cabello con las manos, respiro profundo y abro.

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