The bloody guy

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𝟏: 𝒯𝒽ℯ 𝒷𝓁ℴℴ𝒹𝓎 ℊ𝓊𝓎

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En medio de un pueblo dejado de la mano de Dios, lo mejor que podias hacer durante tus estudios en la universidad, era trabajar de tarde en un bar como camarera para poder pagarla.

Desgraciadamente, te había tocado el turno de tarde porque tus clases eran por la mañana. Tenías que quedarte desde las cinco hasta las nueve de la noche, le que hacía que te fuera muy difícil organizarte y hacer tus tareas con tranquilidad. Pero ya te habías acostumbrado a la rutina. Estabas a mitad de tercer curso. Te habías aprendido el orden de las mesas del bar al mismo tiempo que te habias memorizado los temas que te tocaban para el siguiente examen. E incluso habias aprendido a cargar varios platos en un solo brazo mientras caminabas pensando en algún trabajo que tendrías que entregar.

Esa noche, te tocaba a ti sacar la basura por la puerta de atrás, donde se encontraban los contenedores donde siempre se arrojaban los restos. Miraste con una mueca las bolsas negras de basura, malolientes y manchadas, colocadas a un lateral del baño mientras todas tus compañeras se apresuraban a cambiarse para poder volver a casa. Tú seguías con tu uniforme de camarera: una camisa de botones de color blanco y una falda negra con un delantal del mismo color con el nombre del bar bordado de blanco a un lateral.

Tragaste saliva y te acercaste. Cogiste las bolsas y las arrastraste hasta la puerta de atrás, la empujaste y saliste a la calle. Querías terminar con aquello cuanto antes para volver a casa, guardar la propina en tu cajita oculta y tirarte a la cama para dormir como un bebé.

Dejaste caer las dos bolsas de los contenedores haciendo uso de una fuerza que ya no tenías. Estabas agotada, no tenías ganas ni de conducir para volver a casa, pero no había más remedio si querías volver pronto.

Ibas a volver dentro cuando un jadeo profundo y entrecortado que se escuchaba detrás de ti te hizo detenerte justo cuando tus dedos estaban a punto de agarrar el picaporte de metal de la puerta. Había alguien detrás de ti, alguien agitado. Jadeaba tan fuerte que incluso te asustaste.

¿A qué distancia se encontraba de ti? No lo sabías con exactitud.

Comenzaste a temblar, a sentí un sudor frío bajarte por las sienes y las palmas de las manos. El corazón te comenzó a golpear el pecho con fuerza, pero pusiste todo tu empeño e intentar que tu respiración no se escuchase ni irregular ni acelerada.

Tras unos eternos segundos de indecisión, decidiste darte la vuelta.

Un chico.

Un chico de cabellos largos, enmarañados y azabaches. Estaba agachado en el suelo, con las rodillas y las manos contra el asfanto. Su cuerpo subía y bajaba debido a su respiración. Estaba boca abajo, por lo que no podías verle la cara, solo que llevaba una sudadera blanca y unos pantalones de color negro.

Temblaste. Vacilaste.

—Perdona...— balbuceaste. No obtuviste ningún tipo de respuesta, por lo que diste un par de pasitos hacia el desconocido —Perdona, ¿te encuentras bien?

Te agachaste a su lado. No sabías si estabas actuando bien, porque aquel chico te transmitía un aura terrorífica, oscura y peligrosa.

Al no recibir respuesta y ver lo agitado que estaba, tu mano tocó su brazo. Advertiste lo fuerte y tenso que estaba. Además, algo húmedo mojó tu mano, y cuando la retiraste, te horrorizaste al ver que era sangre.

Ahogaste un grito y retrocediste de un salto. Fuiste alejándote del joven con la intención de regresar a la puerta de atrás del bar, entrar y cerrarla con llave para que él no pudiera perseguirte. Pero los planes se torcieron cuando viste que empezaba a levantarse lentamente, pausadamente. Como si no tuviera prisa.

Lo mandaste todo a la mierda y te diste la vuelta veloz para correr hacia la puerta de metal, que repentinamente se veía tan lejana. Pero él te agarró de la mano y te impidió que salieras disparada hacia tu única opción de escapar. Después, te estampó contra la pared de al lado de los contenedores, impidiendo que pudieras escapar.

Al verle la cara, te horrorizaste: aunque su cabello enmarañado de color azabache le cubría bastante él rostro, sus ojos inyectados en sangre clavados en ti te revolvieron el estómago al darte cuenta de que estos, rodeados de negro, no se podían cerrar. Su piel era blanca como su sudadera, blanca como tu camisa... un blanco que quitaba el aliento, que te cortó la respiración. Pero lo peor fue su boca, fue lo que casi te hizo gritar. Su boca estaba en carne viva. Las comisuras de sus labios habían sido cortadas en una sonrisa desigual y torcida. Algunas partes estaban llenas de costra, otras de sangre seca.

—¡D-Dios mío...!— balbuceaste, gritando. Él soltó una risotada que hizo que todos los vellos de tu cuerpo se erizaran.

Pero la situación empeoró, y te dejaste llevar por el pánico en cuanto viste que sacaba un cuchillo de su sudadera con la mano libre y, como si estuviera jugando contigo, con tu miedo, te acarició con la hoja. La paso por tu mejilla; por tu cuello, descendiendo con delicadeza y tranquilidad hasta tu pecho. Se relamió sus labios cortados y enrojecidos.

Sentiste que algo te mordía la piel. Un ardor, un dolor no demasiado fuerte: te había cortado.

Se te aceleró el pulso y comenzaste a temblar.

Estabas decidida a gritar. Alguien te oiría. Probablemente tus compañeras llamarían a la policía, alguien acudiría en tu ayuda, alguien...

Abriste la boca, cogiste aire y, justo cuando ibas a pedir ayuda, él te pegó más a la pared, soltó tu brazo y te tapó la boca con la mano, ejerciendo presión sobre tu pecho con el brazo y poniendo su rodilla entre tus piernas.

—Manten la boca cerrada si no quieres que te corte la lengua, preciosa...

Tragaste saliva y asentiste lentamente mientras un sudor frío te bajaba por las sienes.

¿Qué iba a pasar contigo ahora? ¿Qué sería de ti? ¿Te mataría? ¿Cuál sería su siguiente paso?

No estabas preparada. No estabas preoarada para afrontar a la muerte, para afrontar el dolor que te llevaría a ella. Porque sabías que sería doloroso.

Sollozaste en silencio, las lágrimas resbalaron por tus mejillas y mojaron los dedos sucios del chico de la boca cortada. Él bajó el cuchillo hasta tu estómago. Sentiste la afilada punta clavarse en ti, pero sin dañarte.

Entonces, súbitamente, la puerta del bar se abrió. Una de tus compañeras, Jiselle, apareció y gritó tu nombre con fuerza.

—¿¡Dónde te has metido!? ¡Vamos a cerrar ya, y ni siquiera te has cambiado!

Temiste por la vida de tu amiga. Temiste por las vidas de las dos, pero escuchaste al muchacho soltar un gruñido, y le miraste.

Estaba apretando los dientes, tenía la mandíbula tensa y, a pesar de su sonrisa, se le veía cabreado.

No lo viste venir, pero te soltó. Su mano se despegó de tu boca y te dio un empujón. Después, salió corriendo hasta perderse en la oscuridad. Tú tropezaste y te caiste de espaldas, el ruido alarmó a tu amiga y corrió rápidamente hacia ti para ayudarte.

  
  
𝙹𝚎𝚏𝚏 𝚝𝚑𝚎 𝚔𝚒𝚕𝚕𝚎𝚛.

𝐇𝐀𝐔𝐍𝐓 ❨Creepypastas' one-shots❩©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora