Religion

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𝟑: ℛℯ𝓁𝒾ℊ𝒾ℴ𝓃

𝟑: ℛℯ𝓁𝒾ℊ𝒾ℴ𝓃

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Un cielo encapotado parecía lo más habitual en situaciones como en la que te encontrabas.

Te habías levantado cerca de las seis de la mañana solamente para acudir a tu antiguo pueblo por una llamada de tus padres: tu abuela había muerto. Después de haber aguantado y luchado durante tanto tiempo, había muerto en casa de tus padres, en su cama; su corazón había dejado de latir.

Era una tragedia. Habías llorado mientras te levantabas, te enfundabas un vestido de color negro y te peinabas. No habías podido maquillarte muy bie y habías tenido que forzarte a ser fuerte mientras conducías por la autopista jasta llegar a la iglesia del pueblo, donde haríais la misa para despedirla correctamente. Después la enterraríais en el cementerio de detrás de la iglesia.

Tú y tu familia siempre habíais sido muy religiosos. Procedentes de la rama más firme y estricta del cristianismo, respetabas y practicabas todos los hábitos que ello implicaba. No conocías otro estilo de vida.

La misa fue tranquila y en silencio. Tú fusite la última en quedar frente a todos y dijiste unas últimas palabras para despedirte de ella:

—Mi abuela fue como todas las abuelas: una mujer amable, dulce y extremadamente protectora. Era como mi segunda madre, solo que menos estricta. Ella me compraba dulces aunque me doliera la tripa, me dejaba robar algún que otra galleta y siempre me decía que estaba muy guapa, aunque ya me lo hubiera dicho ese día. De lo que más me arrepiento es de haberme marchado cuando más me necesitaba... y de no haber podido despedirme de ella ni haber podido decirle lo mucho que la quería.

Antes de volver a tu sitio, susurraste un amén y volviste a sentarte.

El cura volvió a dar un último sermón. Esta vez, al margen del funeral. Alzó las manos y las largas mangas de su sotana se movieron de un lado a otro.

—El Señor es amable y piadoso. Abraza al creyente y al pecador, y tiene fe en que todos sigamos el camino de la verdad: su camino. ¡No debemos confiar en los demonios, en Satanás! Aquellos que son seducidos por el demonio son condenados a vivir en la desgracia y a atravesar las puertas del infierno...

Y siguió hablando, pero tú habías desviado tu atención hacia el rostro de paz de tu abuela, que descansaba dentro del ataúd caoba con un vestido de color blanco, las uñas y los labios pintados y el cabello rizado y colocado. Si Dios era tan piadoso y amable, ¿por qué había tenido que arrebatarte a tu abuela tan repentinamente?

La misa acababó, así que fuisteis a la parte de atrás de la iglesia: al cementerio. Allí había una lápida de piedra perfectamente tallada con el nombre y las fechas de nacimiento y defunción de tu abuela. Debajo, un enorme agujero en el que fueron introduciendo poco a poco el ataúd. Rompiste a llorar al lado de tu madre mientras este descendía tres metros bajo tierra y, después, varios hombres le echaban tierra por encima.

—Amén— finalizó el cura.

—Amén— murmuraron todos. Todos menos tú.

Tu madre colocó una mano sobre tu hombro y te lo apretó suavemente mientras tú te secabas las lágrimas con un pañuelo, sin cuidar que tu maquillaje se echara a perder.

—Tenemos que ser fuertes, cariño— te susurró ella —. Por la abuela, por Dios.

Por Dios.

¿Por qué?

Solo asentiste y la abrazaste, aferrándote al pañuelo blanco de bordes rosas. De lejos, observaste. ala gente juntarse y murmurar entre ellos. Algunos os moraban con lástima, otros con el ceño fruncido. Y no entendías por qué.

Yo he oído que a penas se ocupaban de ella.

¿Dónde estaba la hija, a todo esto?

¿Por qué no la metieron en una residencia? Una persona de esa edad necesita cuidados especiales.

Imagínate, ni siquiera se dieron cuenta de que estaba muerta.

Sentiste que se te clavaban varias flechas en el pecho. Que algo duro y fuerte te presionaba y te hacía imposible respirar. Sin embargo, hiperventilabas. Las lágrimas volvieron a aparecer en rus ojos. Pero no eran lágrimas de dolor por la pérdida, sino de rabia y odio hacia aquellas personas. Apretaste los puños con fuerza hasta que tus nudillos se tornaron blancos y te giraste y viste que tu madre agachaba la cabeza. Sí, ella también los había escuchado.

Ibas a gritar, a gritarles todo lo que pensabas de ellos. No te importaba que estuvieras en una iglesia, en el funeral de tu abuela... pero, inmediatamente, unas cuantas gotas comenzaron a caer del cielo, y en pocos segundos, aquel chispeo se transformó en un diluvio.

—Volvamos a la iglesia— ordenó el cura, cubriéndose con la sotana. Algunos sacaron sus paraguas, también negros. Otros, directamente se cubrieron con sus abrigos y con una sola mano. En cualquier caso, todos corrieron hacia la iglesia. Todos menos tú.

Te quedaste allí, al lado de la tumba de tu abuela, mientras la lluvia te empapaba el cabello y terminaba de eliminar los restos de maquillaje de tu cara. Cerraste los ojos y toda la rabia que sentías se fue con aquellos regueros de lluvia. Alzaste la cabeza t miraste al cielo por unos breves segundos. Después, te diste la vielta para acariciar la lápida empapada de tu abuela. Finalmente, te volviste hacia la iglesia y empezaste a caminar en dirección a esta. Seguramente se estarían preguntando dónde estabas.

Pero te estuviste en seco en cuanto viste a otra persona en el cementerio, cerca de la iglesia. Un hombre. Llevaba paraguas y estaba a unos cuantos metros de distancia de ti.

Un hombre pelirrojo y de piel pálida, vestido con un traje del color de la sangre y una corbata negra. Él no se estaba mojando; tenía un paraguas. Y estaba fumando.

No se podía fumar en la iglesia. Estaba prohibido: era un pecado.

Te diste cuenta de que te estaba mirando. Sus ojos negros te estaban mirando fijamente. Tú también te lo quedaste mirando con curiosidad. ¿Aquel hombre había sido invitado a tu funeral? ¿Quién era?

Sonrió. Aquella sonrisa hizo que se te cortara la respiración y que la cara se te calentara. Desviaste la mirada durante unos segundos, de vuelta a la tumba de tu abuela. Pero te volviste a girar. Sentías curiosidad lo saber quién era, qué hacía allí. Su nombre.

Pero ya no estaba. Era como si se hubiera evaporado.

Parpadeaste, atónita. Era imposible que se hubiera marchado en los pocos segundos que habías apartado la mirada, ni siquiera en caso de que hubiera salido corriendo.

A lo lejos, en la puerta de la iglesia, escuchaste a tu madre llamarte furiosa y preocupada al mismo tiempo. Despertaste de una especie de trance y saliste corriendo en dirección a la iglesia mientras pensabas en lo que había dicho el cura al principio de la misa:

¡No debemos confiar en los demonios, en Satanás! Aquellos que son seducidos por el demonio son condenados a vivir en la desgracia y a atravesar las puertas del infierno...

¿Y si te había seducido el demonio?

  
  
𝚉𝚊𝚕𝚐𝚘.

𝐇𝐀𝐔𝐍𝐓 ❨Creepypastas' one-shots❩©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora