Capítulo 18: Uriel

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Uriel a veces se sentía muy culpable por su comportamiento del pasado. Aunque ahora todo iba bien, había veces en las que los recuerdos la atormentaban.

Durante la época del apocalipsis fallido, ella, Sandalphon, Miguel y Gabriel habían convertido la vida de Aziraphale en una pesadilla. Lo habían acosado, maltratado, se habían burlado de él, e incluso habían tratado de matarlo. Tomarlo prisionero y obligarlo a meterse en el fuego infernal era una decisión de la que todavía se arrepentía, y eso que no había salido bien. Aziraphale había sobrevivido, el demonio Crowley también, y ahora tenían una familia feliz con diez hijos. Todo había resultado bien, pero su culpa residual no desaparecía.

"La Diosa hizo bien en castigar nuestras fallas. Pecamos de soberbia y envidia, intentamos dañar a un hermano, hasta fuimos en contra de Su voluntad al imponer un castigo que Ella no ordenó. ¡Cielos! Tenemos suerte de estar vivos. Yo tengo suerte. Por eso es que pondré todo mi esfuerzo en recuperar mis valores angelicales, en ser el arcángel que debí ser siempre".

Una vez tomada esa decisión, Uriel la puso en práctica y empezó desde abajo, es decir, abandonó su pedestal de arcángel inalcanzable y empezó a ayudar a los ángeles rasos, a hacer todo tipo de tareas, buscando redimirse a través de la humildad. Descubrió que era útil haciendo aquello y mudó su oficina a los pisos inferiores, donde el trabajo era más movido. Entre sus nuevas funciones, estaba la de mantener correspondencia con el Infierno, más concretamente con las oficinas que dependían de lady Beelzebub. La demonio era la líder política más importante del averno después de Lucifer, y desde que entraran en una era de paz se hacía indispensable la comunicación entre ambos bandos.

-Yo puedo ocuparme del correo con Beelz... quiero decir, con lady Beelzebub- le dijo Gabriel fingiendo seriedad, pero demostrando un sutil nerviosismo que delataba sus verdaderas intenciones.- Creo que como representante de la Diosa... eh... estará bien que yo haga eso. Tú puedes ocuparte de los demonios que la asisten, ¿no?

-Bueno, no hay problema. A ver... en su nómina están Hastur, Ligur... la demonio Dagon...

-Ah, sí. Tu amiga.

Uriel se sonrojó al escuchar aquello, y estuvo a punto de contestarle con sarcasmo, pero se contuvo a tiempo. Aquella hubiera sido su vieja yo, la que usaba la ironía como arma y no toleraba insinuaciones de ninguna clase. Pero ella ya no era así. Además, probablemente Gabriel lo había dicho con inocencia, pensando en una verdadera amistad y no en otra cosa. Si su primera reacción era tomarlo como un ataque, era porque escondía algo. 

"Dagon si es mi amiga. ¿O no? Hemos intercambiado correspondencia muy amistosa, en pos de que nuestras oficinas se lleven bien. Así que podría decirse que somos amigas..."

Por alguna razón que no entendía aquello le sonó a mentira, y el calor se apoderó nuevamente de su rostro. Dagon era una demonio de gran carácter, que al igual que ella se había tenido que amoldar a las nuevas políticas impuestas por sus jefes. La había visto en algunas ocasiones en el Cielo y lucía muy incómoda, tal y como ella la vez que tuvo que bajar al Infierno a entregar un paquete de la Diosa que Gabriel olvidó mandar. Aunque sus mentes comprendían el hecho de que ahora eran aliados, seguía siendo difícil de poner en práctica. Los demonios estaban incluso más alejados del amor, así que supuso que para Dagon era más difícil que para ella. Por tal razón, había decidido tomar la iniciativa e invitarla a una reunión en terreno neutral, el mundo humano, para conocerse un poco mejor.

-Creo que sería muy productivo reunirnos, ya que ambas representamos a nuestros bandos- dijo.- Así que yo con gusto te invito un café... es decir, si quieres.

-Supongo que... no es mala idea. Por cierto... ¿los ángeles consumen bebida y comida humanas?

-A veces. No todos. Creo que desde que entró en vigencia el pacto de paz, tenemos mucha más libertad con ciertos comportamientos y tentaciones.

-Nosotros nunca tuvimos restricciones de ese tipo, pero admito que ahora se hace más fácil conseguir ciertas cosas. Los humanos no son tan inútiles después de todo.

Aquel primer café era un recuerdo feliz para Uriel, a diferencia de tantos otros. Fue cuando descubrió otra faceta de los demonios a través de Dagon, cuando entendió por fin por qué Aziraphale se había enamorado de Crowley. Los demonios no eran un pozo de maldad sin retorno solamente; había en ellos una chispa de esperanza, sentimientos, anhelos. Dagon en particular, tras su mueca aterradora, era una gran conversadora. Amaba la comida humana, en particular la carne, y estaba muy satisfecha con su nuevo puesto bajo el mando directo de Beelzebub, así como ella era feliz trabajando con ángeles rasos. Casi sin notarlo, se encontraron teniendo una reunión tras otra, hasta el punto que de que los demás empezaron a considerarlas amigas.

"Amigas, tal y como dijo Gabriel. No hay nada de raro en nuestra amistad. Entonces, ¿por qué asumí que él quiso insinuar otra cosa sobre nosotras?"

La arcángel suspiró y dio por finalizada su jornada, saliendo de las oficinas celestiales y bajando sin darse cuenta hasta el suelo humano. Quizás podría llamar a Dagon a ver si estaba libre para ir a cenar, o quizás lo hiciera sola. Ambas opciones le servirían para pensar más detenidamente en que tipo de relación estaban desarrollando Dagon y ella.

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