Capítulo 21: Madame Tracy

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Después de despedir a sus últimos clientes del día, Madame Tracy suspiró y tomó asiento en su sofá más grande y mullido. Se sintió cómoda de inmediato, relajada, y pensó que no se levantaría hasta la cena. Estaba muy cansada.

Sus dotes psíquicas no eran más que una gran mentira. O al menos así solía ser, hasta que fuera poseída por Aziraphale. Después de aquella experiencia sobrenatural, no cesaba de sentir las auras de los muertos, que rondaban sin cesar por la tierra de los vivos. Era como si al ser recipiente de un ángel, algo de su poder se le hubiera pegado.

-Lo lamento muchísimo, Madame Tracy- le había dicho una vez Zira, tremendamente compungido al escuchar su relato.- No era mi intención alterarle la vida de esa manera. Si hubiera sabido las consecuencias de mis actos...

-¡Querido, no tienes por qué disculparte! Debías poseer un cuerpo para detener el apocalipsis, y yo me siento honrada de que me hayas elegido. ¿Qué más da si me dejó algunas secuelas? 

-¿De verdad no está molesta?

-En lo absoluto. Te lo he contado porque me parece fascinante, pero no estoy ni enojada ni asustada. De hecho, me sirve de mucho tener algunos poderes de verdad.

-Cierto... sus clientes deben estar muy satisfechos. Quiero decir, más de lo usual.

Eso era cierto, al cien por ciento. Se corrió el rumor después de la sesión donde fuera poseída, y el doble de personas tocaban a su puerta diario buscando su ayuda espiritual. Aquel repentino incremento de popularidad la hizo replantearse sus ideas, y decidió que no se mudaría. Por supuesto, lo consultó con el señor Shadwell, quien a su manera le dio a entender que aprobaba su decisión.

-¡Mujer, una cueva de la perdición es más que suficiente para ti! No necesitas conseguir otra.

-Entonces... ¿le parece bien que sigamos viviendo aquí y que siga atendiendo a las personas en calidad de medium?

-Hay cosas peores- gruñó el hombre, mirándola de reojo.- Haz lo que te plazca, mujer.

Con eso en mente, la dama tomó su decisión y permaneció en su hogar y en su profesión mística. Atendía grupos y personas en solitario, los cuales eran capaces de pagar una fortuna por la exclusividad de su atención. Lo más sorprendente fue que al parecer también entre los difuntos se había corrido el rumor, y no pasaba un día sin que hubiera varios de ellos rondando su casa. A esas alturas, ya los tomaba como otras visitas más.

-Madame Tracy, ayúdeme. ¡Debo hablar con mi hijo! Él tiene que saber donde dejé mi último testamento- le suplicó un hombre una tarde.

-Ya se lo he explicado, señor Jones, si su hijo no solicita mis servicios, no puedo simplemente ir a su casa a transmitirle sus palabras. Me tomarán por una chiflada. 

-¿Y qué puedo hacer entonces? ¡Se lo suplico, deme un consejo!

Así todos los días. Aunque a veces era cansador, también era gratificante. En parte porque sus ahorros empezaron a a subir como la espuma, y en parte porque se sentía bien ayudar al prójimo. Algunos dirían que si cobraba no podía considerarse una buena acción, pero no estaba de acuerdo con eso. Conectar a los muertos con los vivos era su trabajo; nadie trabajaba gratis, ¿o sí? ¿Acaso alguien le diría a un médico cirujano que por cobrar un sueldo del hospital su labor de salvar vidas no contaba? Desde su modesto lugar, estaba brindando un servicio único en el mundo. Y era un orgullo personal muy fuerte saberlo.

-Oye, mujerzuela... te buscan ahí afuera.

-¿Eh?- Madame Tracy se levantó bruscamente de su sofá y miró al señor Shadwell, que a su vez la veía desde la puerta.- ¿Quién es tan tarde?

-Uno de los muchachos de ese par.

El señor Shadwell era buen hombre pero le costaba usar familiaridades. Al decir "ese par" se refería obviamente a Aziraphale y Crowley, y con lo de "uno de sus muchachos", a alguno de sus hijos. Tracy se acomodó un poco el chal y salió sonriente a atender a su visita. Era Terry Crowley, el hijo mayor.

-Buenas tardes, Madame Tracy- la saludó con educación el chico.- Disculpe que la moleste a esta hora, pero, ¿mi hermano Misha estuvo aquí hace un rato?

-Sí, estuvo... ¿Sucedió algo?

-Bueno, verá, fuimos a comprar algo de comer y se dio cuenta que no tenía la billetera. Así que estamos buscando en todos los sitios que estuvo a ver si la encontramos... ¿Usted no la habrá visto?

-Veamos, después de él enseguida me puse a atender a tres señoras, así que no he notado nada. Pero miraré ahora- dijo, uniendo la acción a la palabra y encontrando una billetera blanca caída entre dos sofás individuales de su salita.- ¿Es esta?

-¡Sí! ¡Oh, cielos, que contento se pondrá Misha al saber que apareció!

-Tu hermanito es un joven adorable. Vino solo para conversar un rato conmigo y tomar el té, y al marcharse prometió regresar pronto.

-Misha es así de tierno- asintió Terry contento.

Madame Tracy acompañó al joven hasta la puerta de su casa y lo despidió de buen humor, con una gran sonrisa en la cara. Por más cansada que estuviera, ayudar a los hijos de Zira y Crowley siempre la dejaba de buen humor. Sería difícil explicarlo a alguien de fuera, pero su vínculo con esos chicos era fuerte. Los había visto nacer, y ahora de grandes los veía crecer tan gentiles que era imposible no adorarlos. Eran como su familia.

-¿Sabe, señor Shadwell? Quedarnos en Londres fue definitivamente una buena idea. ¿No le parece?

Serpientes Inefables FictoberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora