I. En casa de los Kujo

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Editado y Revisado. 13/07/2020


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El aeropuerto se erguía inmenso frente a sus ojos, con personas caminando de un lado para otro metidas en su mundo, en sus problemas y conversaciones. Era idílico pensar que con dieciocho años había viajado al otro lado del mundo. Ella, la niña que perdió su familia a los ocho años y que deambulo por las calles de Nueva York rebuscando en la basura algo que comer hasta que Joseph Joestar la encontró.

El hombre estaba un paso más delante de ella, charlando con una rubia de cabellos azul verdoso que desentonaba completamente con el promedio de ojos y cabello oscuro que tenían los japoneses. Era Holy Joestar, actualmente Kujo.

Vio a los dos hablar con efusividad mientras el extranjero a su lado se daba una siesta, probablemente abatido por el JetLag. Viendo la escena de padre e hija que estaba frente a sus ojos se preguntó si quizá, de haber sobrevivido su padre ellos estarían así en el futuro, aquello le entristecía ya que no recuerda nada sobre el hombre que la procreo, lo único que tiene del soldado Mustang son las fotografías estropeadas que se había llevado antes de dejar su casa en Brooklyn.

Cuando iba a imitar a Avdol el chasquido de Joseph la hizo despabilar y se puso rápidamente de pie colgando su bolso de viaje en sus hombros mientras con su mano cargaba una pequeña maleta.

De pie frente a una oscura celda mantuvo su faceta inexpresiva, como si nada de eso le importara y como si conociera el interior de una comisaría. Porque lo hacía. En incontables ocasiones había sido arrestada por su frecuencia a meterse en problemas, pero no era culpa suya era solo para defenderse, sin embargo la violencia ardiendo en su interior era incontrolable una vez la desataba.

La llamaban niña genio cuando la realidad era que tras años de soledad, su único consuelo era leer todo libro que encontraba recordando como su madre solía leerle cuentos para dormir cuando aún estaba viva.

Dentro de la celda un hombre, vestido de negro en lo que parecía un uniforme tradicional japonés estaba acostado en una cama con los brazos cruzados detrás de su cabeza. Su aspecto daba a entender que te meterías en serios problemas con él.

—Jotaro, tu abuelo vino a sacarte. —dijo la señora Holy.

Alzó las cejas en alto al ver como el supuesto hombre se ponía de pie, tuvo que mirarlo hacía arriba por lo alto que era mientras se preguntaba que clase de comida tuvo ese chico para que con diecisiete años pudiera medir casi dos metros.

Mientras se desarrollaba todo el conflicto en el cual el señor Joestar termino con un dedo meñique menos en su mano mecánica (T/N) observaba al joven estudiante absorta. No había rastro del niño de rizos azabaches el cual su abuela Suzie le había hablado y el que aparecía en las fotografías desplegadas en casa no era más que un espejismo de lo que este hombre es.

Con astucia Avdol saco al más joven de los Joestar de aquella celda, manifestando a Magician's Red para convencer al azabache de que aquel espíritu purpura de largos cabellos y taparrabo no era un demonio ni mucho menos.

De esa manera la conversación se trasladó a una cafetería, donde (T/N) bebía un suave té de bergamota mientras la señora Kujo, aliviada por tener a su hijo fuera lo mimaba charlando lo bueno que era tener a su hijo fuera de esa celda.

—Que perra más escandalosa. —dijo Jotaro.

(T/N) se quedo en silencio dedicándole una mirada de reproche antes de escupir:

—Mocoso.

Ambos jóvenes se miraron en silencio a punto de lanzarse entre si y darse de golpes, (T/N) estaba furiosa sintiendo el cumulo de rabia y violencia aglomerarse en su interior hasta que la mano de Joseph posándose en su hombro la hizo reaccionar. El pelinegro chasqueo la lengua para luego mirar a su abuelo.

Amar y perder a la vez →「Jotaro Kujo; Dio Brando」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora