VEINTITRÉS

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Tarek de Anfititre iba caminando con sus consejeros detrás por todo el pasillo submarino de Oceánica, el hombre de cabellos oscuros hasta media espalda, ojos azules como el reflejo del mar y un cuerpo de dios griego estaba preparando a sus hombres para una batalla.

La batalla en nombre de su casa regente por el honor debía ser llevada a cabo con minuciosidad, no iba a tierra firme a crear un caos por una mujer a la que el no conocía honestamente pero el hecho que un Lobo haya insultado a su hermano menor era como para considerar no pasar por alto la ofensa.

— ¿Qué han sabido de Adratos?

Sócrates su fiel consejero negó, cuando Tarek llegó a su estudio abrió las persianas para revelar todo un paisaje marino lleno de corales coloridos y peces de todas formas. Sus dominios eran los más extensos y los más peligrosos pero eran suyos por derecho de nacimiento, él tenía que defenderlos y hacerlos notar ante cualquiera que quisiese irrumpir en su casa.

— ¿Ya tienen la respuesta de la Reina Leah de Cefiro?

—Aun no, Señoría. —Dijo Anfion, su segundo consejero. — ¿No cree mejor que esté aquí en casa que en tierra firme? Siempre hay peligros por los que tener cuidado.

—Si, Anfión. —Le dijo Tarek. —Pero resulta que también estoy al pendiente de Cassio de Rodó saliendo de aquí con el pretexto de buscar a esa chica estúpida y sabes que ese hombre para mí es de cuidado, nunca ha sido imagen para seguir. —Tarek se sentó en su silla. —Yo no ofrecería a una sirena como dote,  las sirenas son peligrosas, egoístas y mal intencionadas, como todas las mujeres que creen tener el poder sobre los hombres, razón por la cual aún no encuentro a mi reina.

—Es como usted dice su majestad. — Concordó Sócrates.

—Miren todo lo que tiene que pasar por una mujer. —Tarek lanzo una sonrisa sardonica. —Alistar mis tropas para ir por un terrestre y para agregar nocturno.

Una mujer entrada en los sesenta y vestida con un peplo rojo entro corriendo con lágrimas en sus ojos, tal asombro recibieron los hombres que la vieron caerse a los pies del mismo Rey Tarek.

—Mi rey... —Dijo ella angustiada y a modo de súplica. —Mi hijo, tu hermano Adratos.

— ¿Que le pasó? —Tarek se apresuro a levantar a su madrastra Kaya muy asustado. — ¿Que ha sucedido?

— ¡Esta muerto! —Grito desconsolada la mujer. — ¡Le ha matado a mi hijo!

El Rey Atlante aterrado no supo que hacer o que decir, primero fue tristeza luego ira y termino entonces en una rabia profunda que terminó arrojando las cosas de su escritorio al piso.

— ¿Quien ha sido el culpable de su muerte? —Dijo Tarek. — ¿Quien le ha matado?

—Cassio me dijo que el lobo que tiene secuestrada a su hija. —La mujer le miró adolorida. —Tiene que hacer algo, no deje que su memoria quede en vano por una Nereida.

—Tranquila. —Dijo tratando de calmarla. —Le vengaré. — Miró con ira a sus subordinados. —¡Preparen mi salida!

—Mi señor. —Dijo Anfion muy intranquilo. —La corte debe aprobar su salida.

Tarek miró enfadado a su consejero principal. —La corte me dará la razón, han matado a mi hermano, a un principe, a un ciudadano de Oceánica ¿Qué quieren que haga? ¿Quedarme cruzado de brazos mientras veo como los de tierra firme se burlan de la Casa Anfititre?

—Tiene razón su majestad. —Dijo Sócrates concordando con el rey. —Enseguida le preparo su salida.

—Asi es. —El rey se dirigió a Kaya y le dió un suave beso en la frente. —Tranquila, madre. —Le limpió las lágrimas. —Le daremos honores y traeré el cuerpo de sus asesinos para dárselos a los tiburones.

AMORES DE GREENVILLE 1: La Nereida y El Lobo*Finalizada*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora