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Mi nombre, Lee HoSeok. Hombre de treinta y tres años, profesor de filosofía y español en la escuela central de Seúl. Profesor de toda primaria, dando clases las ocho horas de jornada por cinco días a la semana.
Mis clases favoritas, entre las nueve y las doce.
Las niñas de segundo grado tenían entre seis y siete años pero YeoJoo tenía nueve, cosa que me dejaba desconcertado. Según la media, las niñas entre ocho y nueve años deberían estar en tercer grado o en cuarto.
A la hora del receso, la curiosidad me picó y salí al patio de juegos en donde vi a la pobre niña sentada en el suelo con aburrimiento, viendo solamente como los demás niños corrían delante de ella. Su rostro rosado, a punto de ser manchado por lágrimas, precioso. La curiosidad por saber el por qué de su atraso académico, cambió por querer saber la respuesta sobre su angustia.
Me acerqué a ella y me senté a su lado, su mirada se fijó en mí y me provocó escalofríos. Sus ojos preciosos de color avellana, adornados de largas y curvadas pestañas, me sentí afortunado de estar en su campo de visión.
—YeoJoo, ¿por qué no juegas con las otras niñas?
—No me quieren.
—¿Y qué te hace llegar a esa conclusión?
—Ellas me lo han dicho.
Tragué en seco, sentí tristeza por mi pequeña dama, quien tenía su falda descuidada y me dejaba ver su piel lechosa, la que no cubría el uniforme.
—Pero me tienes a mí ahora, no estarás sola.
—Pero no estaré con usted en todas las clases.
—Sólo un par de horas son suficientes para sanar un corazón frío.
Tan vulnerable, pensé. La niña se subió a mis piernas y me abrazó con fuerza, lo que me sacó el aliento y mi corazón revoloteó, casi saliendo de mi pecho. Rodeé ese cuerpo tan pequeño por la cintura, con la menor cantidad de fuerza que me permití y respiré su aroma, notando que su perfume seguro era una deliciosa combinación de dalias con vainilla, me aseguré de impregnar bien su aroma en mi ropa y al llegar a mi hogar, salté de felicidad, quitando mi camisa y acostándome en la cama al final.
Abracé esa camisa y respiré el aroma de tan dulce ninfa combinado con el mío, una esencia excitante a la cual era imposible no reaccionar.
Dalias, una flor pomposa de colores mestizos y relucientes, una flor aclamada y opacada. Una flor que se haría la dueña de mi aroma preferido junto con el de la vainilla, una esencia más costosa que el oro, sabor sobajado por el chocolate, material casi inexistente.
Aquél perfume era único, delicioso, especial, seductor; me incitaba cada vez más a hacer algo indebido pero claro, aún no estaba tan mal para tocarme con sólo un aroma pero... el recuerdo de su pequeña y esbelta anatomía entre mis brazos... me manipulaba para probar un ser prohibido.
Recuerdo que al día siguiente, en el receso ella llegó a mi salón de clases, dejando de nuevo una manzana en mi escritorio y sonriendo de forma tan inocente, me sentí mal. Se sentó en el suelo, a un lado de mi escritorio, con sus piernas abiertas en 'A' y con una paleta de caramelo roja.
Ella sonrió, yo me senté delante de ella y acaricié su cabello, provocando que ella sacara tan apetecible paleta de su boca, dejándome ver sus labios rojizos siendo curvados en una sonrisa aún más grande, mostrando sus dientes blancos como perlas pero con un hueco al frente, lo que indicaba que acababa de dejar caer uno de ellos.
—¿Cuándo se te cayó un diente? ¿Te dolió?
—Ayer en la noche, profesor. Y no, no me dolió, ya estaba muy suelto.
Sacó su lengua por el hueco del diente y después rió, una risa tan melodiosa y encantadora, me provocó una enorme sonrisa, mi corazón se encogió por tan bella sensación.
—¿El hada de los dientes te dejó algo?
—No en realidad, sólo se llevó mi dientecito.
E hizo un puchero, noté su tristeza. Sus ojos se opacaron, sus cejas estaban fruncidas, ella esperaba tener su regalo por donar su diente y no lo tuvo. Saqué mi cartera y de ella tomé un billete de cinco mil wons, no era demasiado pero sabía que eso la haría feliz. Le di el billete y ella lo miró sorprendida, negó con su cabeza y sonrió suavemente.
—No es necesario, profesor. Usted no tiene por qué darme ese dinero.
Su bonita voz, esa niña era perfecta. A pesar de no querer mi dinero, de que lo dijo con palabras, sabía que lo deseaba.
—Es un regalo, acéptalo. Lo hago con gusto.
La pequeña me miró y después tomó el billete, guardándolo en los bolsillos de su suéter. Volvió a colocar la paleta de caramelo en su boca y me abrazó, justo como lo había hecho el día anterior. Mi corazón reaccionó de la misma manera, me hacía feliz y ella lo era también.
—Muchas gracias, profesor.
—No es nada, YeoJoo.
La niña se apartó pero se quedó sentada sobre mis piernas, mirándome con dulzura y lamiendo esa paleta que me torturaba desde lo más profundo, ella lo sabía. Era muy joven para saber lo que estaba estimulando pero sabía que tenía reacciones en mí y ella sólo sonreía, de esa manera tan pura pero macabra.
Pequeña nínfula inteligente, pensé.
Sólo me dejé envolver por su aroma tan fresco. Unos minutos después, desperté de mi trance con el molesto sonido de la campana que indicaba el fin del receso, me sentí triste pero ella lo notó.
Sacó la paleta de su boca e hizo que abriera la mía con sus pequeños dedos, dejándome manipular por ella de nuevo, acepté su indicación. La paleta ahora estaba en mi boca, pude saborear su esencia. YeoJoo se levantó, no sin antes dejar un beso de caramelo en mi mejilla izquierda.
—Hasta mañana, profesor.
Y se fue, dejándome aturdido, degustando el sabor de aquella roja paleta que pintaba sus labios, dejándome ese cosquilleo en la mejilla por el tacto de su boca.
En todas las clases restantes, me sentí distraído. Tuve la paleta en mi boca, disfrutando aún de la mezcla de su saliva con la mía, interfiriendo el caramelo aún. Mi sonrisa no pudo borrarse en ningún otro momento del día; todo después de descubrir que el sabor de aquella paleta de caramelo, era de fresa.
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ʟᴏʟɪᴛᴀ ¡! ᴋɪʜᴏ ғʀᴏᴍ ᴍᴏɴsᴛᴀ x
Fanfiction~ Nombre que rima en cada sílaba, locura mía, pecado mío.