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—Agradezco que aún esté aquí, señor Lee. Esperaba poder agradecerle en persona que cuidara de YeoJoo.
—No agradezca, para mí es un placer y claro no iba a dejar a YeoJoo sola si podía quedarme.
—Usted es tan buen hombre, me pregunto por qué sigue soltero.
Si supiera de verdad todo lo que pasaba por mi mente, seguro lloraría de desesperación al no comprender nada de lo que le diría.
—Espero no seguirlo por mucho tiempo, señora Kang.
Hice relucir aquél tono coqueto que sólo utilizaba cuando urgentemente necesitaba tener sexo con alguien, era un poder que me daba lo que quisiera al instante. Ella pareció entender la indirecta puesto que se acercó a mí y arregló sus delgados cabellos despeinados.
—¿Por qué no me invita a salir y ya?
—Quería darle su tiempo, señorita.
—¿Tiempo para qué? Las citas son para conocerse.
—Es verdad pero quería aclararme primero.
—¿Usted? Hemos tenido sexo, podríamos incluso casarnos.
—El sexo no es la base de todo, podría haber sido solamente desesperación.
—Usted puede ser muy directo en ocasiones, eso es atractivo.
—La invito a cenar, ¿qué tal el viernes a las siete?
—Me parece perfecto.
Ella cerró la puerta y yo con una sonrisa me fui por fin de aquél edificio para ir a mi hogar. Mi sonrisa no era por la cita, era la parte que menos me emocionaba, tener que actuar como si me gustara aquella dama solamente para avanzar de a poco.
Mi sonrisa era por la ingenuidad de YeoJoo, por el como me dejó tocarla, casi me había obligado a hacerlo.
Ella tomó mi mano y la llevó hasta su entrepierna la cual estaba húmeda, carente de atención, necesitada de.
A pesar de esa edad, cualquier estímulo sexual hace presente ese lubricante natural y tan envolvente, sólo que no en una abundante cantidad como en una adolescente o una adulta de menos de treinta y tres.
YeoJoo había estado moviendo sus caderas sobre mi mano, haciendo que los dedos de esta se deslizaran de a poco a zona tan profanada y de verdad me encantaba, ella me volvía loco.
Ella no era torpe en cada gemido que soltaba, ella los hacía resonar de forma perfecta solamente en mis oídos para encantarme con esa bella melodía que ni una sirena puede lograr.
Cada ruido que salía de forma obscena de sus labios era encantador, delicioso, silencioso también.
Como un hombre común en las costas del amanecer, ella apareció con esa sonrisa juguetona para después cantar la necesidad de su sostén reluciente de perlas.
Yo como una rata del flautista me dejé llevar, siguiéndola hasta las olas más profundas donde ella me atacaría para caer en el olvido mientras todas esas sirenas me ahogaban más y más hasta hundirme en sus juegos sin ningún premio, sin recompensa.
—Llegamos, señor.
Yo reaccioné y pagué al taxi para después subir a mi refugio para exclamar por semejante tortura, lucifer se desquitaba conmigo. Él llevaba a mi boca la tentación para poder terminar como en ese justo momento donde estaba desnudo envuelto entre las sábanas, esperando a no ser descubierto por tal acto tan ruin que cometía, como si fuera un asesinato.
DaHye, YeoJoo, SangAh, Dior.
Si bien DaHye nunca fue mi punto de vista principal hasta que murió, ahora me traía sabores amargos porque imaginaba a veces qué estaría haciendo ahora. Tal vez viviríamos juntos, ella con un guapo novio y yo con una bella mujer.
DaHye era una niña preciosa de cabellos castaños, ojos pequeños pero a la vez tan grandes. Su piel era pálida pero en sus mejillas siempre había un tono rosado para adornarlas. En sus labios, estaba ese color rojo de tantos caramelos del color que comía. Era una niña adorable, era mi hermana pequeña, era preciosa, era a quien debí haber protegido más.
YeoJoo, una princesa. Sus ojos tan preciosos que eran casi iguales a los de un felino, su piel ligeramente bronceada, sus labios totalmente rojos, sus ojos negros. Cabellos castaños, casi rizados. Baja estatura, sonrisa hermosa, cuerpo hermoso, sabor exquisito.
Una delicatessen, una niña de caramelo.
Una niña que no me temía, una niña que me deseaba.
Una niña experimentada y una niña retadora, humilde y fuerte. Con una simple mirada ella podía acabarte y con un simple beso, ella podía matarte.
SangAh, ¿SangAh? Im. Extraña, sí. Especial, también. Era linda sin dudas, su facciones eran exóticas lo que te hacía prestarle atención, su cuerpo era delgado, sus labios eran degradados. Era sombría, era reservada, era inteligente, era seductora. La forma de sus ojos te llamaba a kilómetros por tan especial carácter.
Ella te seducía a su manera, ella te seducía sin saber.
Con actitud inocente e ingenua, ella se fijaba en tus debilidades para verte caer, tan mal.¡Dior! ¡Oh Dior! Preciosa sin dudas, ella era una niña educada pero también malcriada, mimada, egoísta, presumida, manipuladora. Era una típica niña de papi que tenía todo lo que quería, no tenía nada especial. Su físico era común, era el de cualquiera de su clase, su porte, su elegancia, su forma de hablar, era lo básico pero también, ella tenía un toque que te hacía mirarla, que te hacía callar todo antes de decir cualquier cosa.
Ella era una niña muy hermosa, con labia, insaciable y tan sólo tenía nueve años. Su madre era una ofrecida, interesada, una prostituta también y Dior había aprendido algunas cosas de ella que sinceramente hubiera sido mejor no hacerlo.
Pero YeoJoo me gustaba más, YeoJoo era una niña cualquiera con economía no tan alta.
Era feliz hasta que me conoció, ahí su sonrisa era diferente, ya no sólo de felicidad, ahora de incertidumbre y curiosidad.
Ella manipulaba, ella encantaba, ella convencía, ella te hacía arrebatarle el aliento. Una pequeña niña que como un gato se preparaba para atacar, que tenía curiosidad por las cosas nuevas, que tenía ese encanto que te hacía fijarte en ella, que te hacía perder control, que te hacía besarla, que te hacía tocarla, que te hacía satisfacerla de modos en los que no se debería.
YeoJoo era una nínfula en todo su esplendor y no quería que perdiera ese encanto. Quería que el tiempo pasara para apreciarla mejor pero ella se marchitaría y no me serviría más.
O esa sería mi esperanza.
O esa sería mi desgracia.
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ʟᴏʟɪᴛᴀ ¡! ᴋɪʜᴏ ғʀᴏᴍ ᴍᴏɴsᴛᴀ x
Fanfiction~ Nombre que rima en cada sílaba, locura mía, pecado mío.