—Alicia, recuerda no olvi...
—Ya lo sé madre.
Suelto un suspiro mientras termina de plancharme el cabello. ¡Es inútil esto! Ruedo los ojos al ver como un rulo planchado trata de ondularse y maldigo al desgraciado que me heredó este cabello.
Apago la plancha dándome la vuelta observando mi nuevo uniforme exigido por la empresa. Demasiado anticuado y viejo, pero qué más da. Cierro la puerta de mi habitación para poder quitarme la bata y circular desnuda por mi habitación.
No es que me guste la exhibición, pero siempre después del baño madrugador tengo que hidratar todo mi cuerpo. No me molesta, pero veo aquello como tiempo perdido y lo odio. El aroma a coco me reconforta, y me hace pensar en que hoy será un buen día o como decía mi abuela "mente positiva Alicia". Después de todo hoy seré "la nueva" en la empresa de lencería más famosa de Nueva York.
Sí, mi suerte estaba cambiando y para bien. Quien lo diría, yo, trabajando en ¡"Lencería Stewart"! Donde el dios de la depravación es amo y señor.
—El señor Stewart—digo mordisqueando mi labio inferior.
A la vez que mis manos empapadas de cremas hidratan mis pechos. Como no poder imaginar al Señor Stewart con esa camisa blanca apretada, dejando ver el leve torso tonificado y duro. Aunque... es mi imaginación, porque mejor no lo haga sin camisa dejándome ver ese broceado caribeño que le sienta de maravilla, a la vez que mis manos tocan aquel esculpido cuerpo. Mordisqueo más mi labio al imaginarlo tomándome un pecho, no obstante sé que soy yo la que me estoy estimulando un pezón en pequeños jaladas, pensando que son sus dientes y boca.
—Sí... así...
Suelto en un jadeo ahogado levantando una pierna sobre la cama, obteniendo la comodidad necesaria para adentrarme a la humedad de mis labios, también, suponiendo que son sus dedos o... mejor, su miembro duro y venoso. La humedad se vuelve mayor facilitándome el ingreso de un dedo, luego de jugar con mi clítoris. No es la primera vez que me masturbo, menos pensando en él o en algún ser que no conozco, pero me encanta alimentar una fantasía imposible después de tantas rotas.
Cando creo que puedo ingresar un segundo dedo me detengo, ya que con una me basta y estoy a punto de acabar.
— ¡Ay! —exclamo en un pequeño grito tratando de que mi madre no sepa que a los veintisiete años me sigo toqueteando bajo su techo.
Así que opto por morder mi labio cuando sacudidas perfectas de un orgasmo mañana me dejan absorta del resto del mundo. Abro los ojos lentamente mientras saco el dedo empapado ¡Mierda! ¡Qué pervertida soy! Trato de recuperar la compostura a pesar de que las piernas me flaquean, y una sonrisa de felicidad se me escapa, después de todo, quien no disfruta de una buena imaginación.
Luego de lavarme, y vestirme analizo cuidadosamente mi reflejo en el espejo. Camisa blanca, pollera negra entubada, y tacones del mismo color, me dan el aire a la mitad de la población femenina de la ciudad.
Una simple secretaria más de Nueva York, quizás también hasta con una lista de sueño rotos. Bueno, el físico quizás no, ahí ya está encontrándome con un defecto. No era la típica chica delgada cintura de arena y voluminosa. Delgado si, voluminoso no. Eso sí que lo herede de mi madre.
—Bastante cuadrada soy.
—Te vez hermosa.
—Tú siempre entras sin tocar—replicó viendo el reflejo de mi madre en el espejo.
—Es mi casa, son mis reglas.
—Golpe bajo madre, golpe bajo.
—Sabría que lo olvidarías, el cabello tiene que ir recogido.
Suelto un suspiro. ¿Porque tanta reglas tonta? Sacudo mi cabeza y en una mirada tierna le pedí a mi madre que me haga una coleta alta, cosa a la que accede recalcando que lo hará por esa única vez.
—Prometo decirte que tratare de que funcione.
—Siempre especulé que mi hija se ira de mi casa luego de sus dieciocho.
—Yo pensé que estaría ejerciendo leyes a esta edad, y no llevando café a personas ricas. Gracias por la coleta. —Suelto sarcástica.
Dejo atrás a mi madre caminando por el pasillo hasta llegar al comedor, donde me sirvo una taza de café y como la mitad de una dona algo vieja, enfadada por su golpe súper bajo removiendo recuerdos.
—Perdón hija, es que...
—Olvídalo madre.
Termino de tomar mi bebida caliente y de comer. Lavo la taza y al terminar busco en el closet mi bolso y la campera de cuero que de cuero ya no tiene nada de tanto uso.
»Nos vemos a la noche madre.
Doy un ligero portazo anunciando mi salida encaminándome a la parada de ómnibus. ¿Porque siempre me recordaba la lista de deseos incumplidos? Ella más que nadie sabía lo que me dolo escuchar «Lo sentimos, pero usted no llega al promedio requerido para obtener una beca»
Recuerdo aun como insulte, llore y casi me desmaye ¡Qué patrañas eran esas! Un promedio de ocho bastaba según los genios del colegio. Demasiado ingenua y aplicada fui para obtener ese maldito ocho que no me sirvió para nada.
Fiestas perdidas, un novio dejado por sueños y ser la come libros que la mayoría usaba para burlarse y ¿Todo para qué? Para servir café, atender llamadas, y seguir viviendo debajo el techo de mi madre, porque los intentos de independencia fueron un asco. Una ratonera que le llama departamento ni siquiera puede ser costeada con un trabajo de mesera en un restaurante.
Bueno, quizás mi suerte este por cambiar, ya que el salario por ser asistente era demasiado bueno y ¡sí! ¡Independencia ya te siento! Grito para mis adentros subiendo al ómnibus.
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LAS MEDIAS DE RED [+18]
Historia CortaHola lectora. Si llegaste a este libro, he de ser por alguna razón: ¿Acaso fue la portada? ¿Acaso fueron las piernas? O ¿Simple la curiosidad de lo perverso y la necesidad de más? "LAS MEDIAS DE RED" es más que un título, son recopilaciones de pequ...