3. EL CHEF-PARTE I

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Los aplausos hacen rebozar de alegría mi corazón

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Los aplausos hacen rebozar de alegría mi corazón.

Una sonrisa de felicidad se me escapa, y quisiera llorar por este logro tan grande, pero en este mundo de hombres aquello sería un muestra de debilidad, así que me trago la felicidad reflejándola en una sonrisa amplia conjunto a un leve inclinar de mi cabeza al director del restaurante.

El me devuelve el gesto radiante que sospecho que tengo, hasta que su rostro se contrae y los aplausos se detienen lentamente. Hasta yo borro la sonrisa al ver que todos parecen ver algo detrás de mis espaldas espantoso, como si detrás de mi estuviera el mismísimo lucifer, aunque... “nunca digas nunca” dicen por ahí.

Volteo mi rostro observando por encima de mi hombro que efectivamente el infierno ascendió a la tierra. John Fave, el chef en jefe, me analiza con ese par de ojos café meticulosamente, y por su mandíbula tensa y esa endiablada sombra de barba se hace evidente que está apretando con todas sus fuerzas su mandíbula cuadrada. Aparta la mirada y se hace evidente que toma una buena bocanada de aire antes de decir:

— ¿Qué significa esta mierda?

— ¡John!—casi grita Marcelo, el dueño del restaurante. Volteo a verlo aproximarse y colocarse a mi lado—Por qué no vamos a hablar a mi oficina, y te explico con más claridad… con más privacidad y…

—Menos escandalo ¿Cierto?—interrumpe cruzándose de brazos. —Espero que tengas una buena explicación acerca de esta—me tira una mirada—, falta de respeto.

—Usted renuncio—escupo.

— ¿Disculpa?

—Vamos a mi despacho John… —suelta nerviosos Marcelo empezándolo a alegarlo de la cocina, y lo último que veo de ellos dos es la mirada asesina de mi rival. 

Hace menos de dos semanas Marcelo, el dueño de este restaurante, me declaro como nueva jefe de chef en secreto tras la renuncia de John Fave, lo cual alegro mi corazón y mi esfuerzo por tener algo tan poco alcanzado por mujeres, pero ahora ese sueño que acabo de tocar se me es arrebatado, como un niño al cual le quitan una paleta luego de la primer lamida.

Respiro hondo antes de darme la vuelta y poner algo de control justo a tiempo al ver al novato quemar la manga de su camisa blanca de chef. ¡Dios mío! Este muchacho casi se incinera el brazo y… ¡Mierda! La salsa se está evaporando. Intento salvarla pero es inútil, esto se ha perdido.

Dios dame fuerza.

***

Pedí fuerzas, pero lo que ahora recorre mis venas es odio, y muy puro.

Un odio fundamentado en querer borrarle la maldita sonrisa divertida y victorias que me entrega John, al apuesto y sexy chef en jefe que siempre me ha arrojado miradas de desaprobación desde el primer día que puse un pie en este sitio.

—Bueno chef, a partir de este momento tienen dos Jefes.

¡¿Qué?! ¡Dos Jefes, en la misma cocina! Mis ojos se abren del asombro, como los de mis compañeros, los cuales no saben si aplaudir o simplemente mantenerse quietos como estatuas y mirarse unos a otros intercalando miradas de vez en cuando hacia nosotros.   

Sacudo la cabeza sin entender que mierda es esto. Miro a John buscando alguna respuesta, y este solo me observa sin esa sonrisa divertida. Creo que ni él se esperaba este escenario, así que todo mi odio se dirige a una sola persona. Marcelo.
Escucho algunos aplausos titubeantes cuando Marcelo hace una seña para que lo hagan, pero a este punto me importa un comino el elogio de algo que pensé que era solo para mí. Maldito mentiroso. Hago un pequeño trote para alcanzarlo antes de que pase la puerta, solo para increparlo, ya que retengo las malditas ganas de darle una piña o un cachetazo por embustero.

—Usted me dijo que este puesto seria mío—casi grito poniéndome en su camino—, y ahora resulta que debo compartirlo con ese idiota.

—El idiota dice lo mismo—acierta ahora John poniéndose a mi lado.

—Le estoy dando una oportunidad a ambos, acaso no se dan cuenta.

—La verdad que no, Marcelo—sisea John.

—Que prefieren ¿Compartir cocina o irse sin ningún asenso y despido? Afuera hay miles de chef que matarían por tener una oportunidad como la vuestra, y ustedes dos solo son quisquillosos.

»Solo espero que sepan apreciar esta oportunidad, y ahora, hay platos que preparar y gente que atender.

Se abre camino entre los dos y antes de que se cierre la puerta de salida a la sala, donde los comensales esperan sus pedidos, Marcelo nos echa una mirada quien diría asesina antes de hablar con uno de los mozos. Me muerdo la lengua para no gritar y decirle que no soy quisquillosa, ya que su promesa fue puro humo de un maldito cigarrillo electrónico.

—Y yo que pensé que te irías si tan solo te ponía palos en la rueda.

— ¿Perdón?—pregunto rabiada mirándolo directamente a los ojos. — ¿Qué quiere decir eso? ¡Ahh, no me diga! El treintañero le tiene miedo a la pobre chica de veinticuatro años.

Suelta una risa ronca que me hace olvidar el sarcasmo, haciéndome estremecer, puesto que nunca antes había escuchado su risa tan particular, solo sus ladridos y malas miradas lo cual me hacían rabiar. Se cruza de brazos antes de agacharse a mi altura, ya que me saca por lo menos dos cabezas y eso que no soy tan baja. Entrecierra sus ojos y poniéndose a una distancia razonablemente peligrosa y poco profesional suelta:  

—No te tengo miedo Emilia, solo tengo ganas de hacértelo arriba de la mesada.

  


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