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Río de Janeiro, 1870
Llovía. Era una ironía que este momento tan decisivo se diera en una noche de lluvia. Quizá había razón para la coincidencia, desde hace mucho llovía en el corazón y el alma de la joven. Y cuando se llueve por dentro, no importa el tiempo que haga afuera.Tenía 23 años la hermosa y codiciada muchacha. Era tarde para que una joven de familia siguiera soltera, pero María era demasiado independiente para preocuparse por las convenciones, siempre lo había sido y ahora mucho más. A pesar de la poca edad, tenía muy claro lo que quería. Su seguridad y autonomía eran casi un escándalo en esta sociedad machista e hipócrita a la que se asomara hace poco, pero que conocía meticulosamente bien y por lo tanto no la intimidaba.
Hace unos pocos días había vuelto a residir en Río de Janeiro, pero para la sociedad, María era recién llegada nieta del vizconde de Paracambi y que ahora frecuentaba a los salones de la sociedad de Río. Todo el mundo tenía curiosidad por conocerla y se sorprendían por su figura. Nadie conocía a su pasado. Creían que era una ingenua y dulce muchacha común y corriente del campo que llegó a debutar en la corte. Pero esto sí, millonaria y, por lo tanto, respetable. Sin embargo María no tenía nada de corriente desde su apariencia hasta su carácter fuerte y desconectado de su medio.
La curiosidad corrió por los salones, se difundió la noticia, todo el mundo hablaba de cómo sería la mujer que le arrebató el prometido a Ana Rosa, la hija del barón de Vasconcelos.
Desde que Esteban rompió con Ana Rosa después de casi un año de compromiso y promesa de matrimonio, mucho se había dicho sobre el tema en la ciudad. Pronto se supo que la razón para que Esteban hubiera rompido con Ana Rosa era o compromiso que tan pronto firmó con una rica heredera de la ciudad de Paracambi. La fama y la curiosidad por la novedad de la heredera solo no era más grande que los rumores sobre el carácter débil del San Roman y cómo él se dejaba llevar por una buena dote.
Sabían que, a pesar del apellido imponente, a su familia no quedaba nada. Una casa modesta, no era sencilla pero tampoco exudaba la opulencia, y una pequeña propiedad en el campo desde donde, con gran dificultad, lograban algunos ingresos. A esto se resumía el patrimonio de la familia San Roman. Esteban a los 30 años, era el responsable de su madre y su hermana que hacían un gran esfuerzo por que él pudiera mantener la postura en los salones como hombre de familia respetable.
Su sueldo en la oficina pública era pequeño y no muy acorde con su nivel de vida. Le encantaba los festejos, la opulencia que cualquiera que no pertenezca a la corte tiene que pagar muy caro con tal de mantenerse presentando su figura en los salones. Esteban era guapo y de aspiraciones políticas que agradaron al barón de Vasconcelos. Él fue el primero que creyó que Esteban sería el marido ideal para su hija Ana Rosa e hizo mucho para que atraparlo en este compromiso.
A los ojos de Esteban, lo que más llamó la atención en Ana Rosa fue la dote de 150 mil dólares y la posición privilegiada de su padre en la sociedad. Para Esteban, esta era una buena razón para casarse, sobre todo después de haber perdido la pista de María.
Sin embargo, el compromiso sólo duró hasta que el díscolo joven fue abordado por Luciano Irajá sobre un posible compromiso con una rica heredera de Paracambi de la que mucho se había hablado, su ahijada. Esteban no conocía a los dotes físicos de la joven, pero nunca concibió el matrimonio como una idea romántica y una dote de 500 mil dólares significaba la resolución inmediata de todos sus problemas financieros en los que se había metido.
La única vez que había pensado algo de romántico sobre el matrimonio fue cuando estuvo con María, pero ahora, la dote y la posición social eran todo lo que le importaban a él. Si esa era la música que la vida tocaba, ¿por qué no bailar el vals a su ritmo?
Antes de organizar su traslado a Río de Janeiro para ese compromiso tan importante, María había recibido numerosos tipos de contacto de hombres agradables, guapos, de familia noble como ella, interesados en hacerle la corte o proponerle matrimonio. Se había negado a todos con un desprecio que impresionó y, dentro de esa situación atípica, la divertían. Desprecio y desdén eran las únicas cosas que María sentía por esa sociedad. Para ella, todos los hombres no inspiraban confianza, eran objetos de decoración. Le parecía demasiado ultrajante que el dinero valiera tanto para todos, incluyéndole a Esteban de quién una vez estuvo totalmente enamorada y fue capaz de entregarle todo, incluyéndole su honor.
Ahora, después de un sorbo de amargas experiencias, entendía que casi todos los hombres no eran confiables. A los únicos hombres que María respetaba eran Gerardo y Leonel que habían estado de su lado y le demostrado amistad en sus momentos más difíciles, antes de saber que ella era rica. Para ellos albergaba genuina admiración y amistad mientras a los otros sólo veía con su desprecio característico.
Parada frente a esa ventana, mirando a la lluvia en esa noche decisiva, en el bello Río de Janeiro, María repasó a ese pasado reciente que ahora parecía muy lejano. La doña se estaba preparando para escenificar su papel más importante, sería presentada a su futuro marido, el guapo Esteban San Roman, un antiguo conocido. Durante meses se estuvo preparando para este encuentro, varias veces había ensayado lo que iba a decirle cuando estuviera de nuevo frente a él. Se sentía demasiado lista y era incluso tomada de una ansiedad anhelante de que ese encuentro sucediera pronto.
No le preocupaba que Esteban pudiera deshacer el compromiso porque él tenía recibido parte del dinero meses antes, pero quería tener el honor de mirarlo antes de ir al altar a atar su vida a él ante Dios. La señora Úrsula, que le hacía compañía, se dirigió a la ventana en la que María estaba perdida entre sus pensamientos y la lluvia.
— Señora... — llamó tímidamente.
— ¿Sí, señora Úrsula? — Ella contestó sin apartar la mirada de las gotas que corrían por la ventana.
— Tu invitado llegó acompañado por el señor Luciano.
— ¡Finalmente! Esteban San Román, es llegado el momento. — Celebró para sí el momento que había planeado durante casi un año. La Doña finalmente tendría su venganza.
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El marido que me compré
RomanceMaría fue traicionada y abandonada por Esteban en 1868. Dos años después, una inesperada herencia le da la oportunidad de vengarse de su antiguo amor. Obligado a casarse con ella para satisfacer el capricho de su venganza, Esteban tendrá dos opcione...