56 - Un sobre

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***Esa misma noche, Esteban y María volvieron a hacer el amor una vez más

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Esa misma noche, Esteban y María volvieron a hacer el amor una vez más. Sus cuerpos se necesitaban, como sus almas, ese amor nunca había estado tan fuerte. Después de la entrega, desnudos y abrazados en la cama, quedaron en silencio, ya era madrugada.

— Tu pelo tiene el mismo perfume que he soñado. El más maravilloso del mundo. — dijo Esteban enamorado.

— ¿Tú has soñado con el perfume de mis cabellos? — indagó María sorprendida, sonriendo.

— Yo soñé todos los días, con cada centímetro de tu cuerpo. Con tu olor, con tu calor, con la sensación de tenerte así, pegada a mí. — suspiró al decir esas palabras.

María levantó la cabeza mirando hacia su rostro sin creerle.

— ¿Qué? ¿Tú no me crees? — Preguntó Esteban acariciando su pelo.

— No, es que soñar con esas cosas es más de las mujeres, ¿no? Los hombres aunque sueñen, son más como fantasías, pero con el acto sexual. Las mujeres somos las que soñamos con momentos así, como éste, el uno en los brazos del otro, piel con piel... — dijo cerrando los ojos.

— Los hombres también sueñan, María, pero no tienen el valor de confesárselo. Bueno, no todos. Sólo los que están completamente enamorados. — se declaró — Estar así, pegado a la persona amada es un deseo universal de todos los enamorados. Tan o más necesario que el sexo.

— Y tú estás completamente enamorado de mí? — el miedo aún no había desaparecido por completo.

— ¡No! — La respuesta de Esteban sorprendió.

— ¿No? — Ella indagó con un poco de coraje.

— No estoy enamorado de ti, yo soy completamente enamorado de ti, María. Es una condición, es parte de mí, no la puedo evitar o cambiar.

Ella sonrió halagada por su declaración.

— ¿Y tú quieres hacerlo? — preguntó con una mirada maliciosa.

— ¡No! No la quiero evitar, quiero vivirla. Vivir ese amor a la plenitud y para siempre.

— ¡Para siempre! — ella repitió en un suspiro.

🎶 Te seguí y rescribiste mi futuro mi futuro
Es aquí mi único lugar seguro
Creo en ti
Y en este amor
Que me ha vuelto indestructible
Que detuvo mi caída libre

Creo en ti
Y mi dolor se cae kilómetros atrás
Y mis fantasmas hoy por fin en paz 🎶

***

María y Esteban no se dieron cuenta del momento el que quedaron dormidos. Como Esteban había dicho, más que hacer amor, quedarse dormidos juntos, abrazados, protegiéndose era algo que contentaba con el amor deliciosamente.

María despertó con el canto de los pájaros que vinieron a la ventana del habitación a saludar la joven pareja que parecía que, ahora sí, había tenido su noche de nupcias. La noche en que se hacen juramentos y se entregan al amor sin barreras, con pertenencia.

María se vistió el robe por sobre el camisón y, furtivamente, se fue hasta la habitación de al lado en la que Úrsula dormía con Isabel. La viuda ya estaba despierta y se alegró al percibir la felicidad en el rostro de María. Sabía que aquello significaba que ella y Esteban se habían acertado y estaban otra vez juntos como ya indicaba el hecho de que se desaparecieron juntos la tarde anterior.

Otra vez María miró al pasillo, por la manera parcial que estaba vestida y corrió con su hija en los brazos hacia la habitación de Esteban. El ruido de María entrando a la habitación lo despertó y él sonrió al mirar María cargando a Isabel en los brazos.

— No hay mejor visión para ser lo primero que un hombre ve al despertar.

— ¿Qué? Una mujer casi desnuda, despeinada y que no pudo contenerse por extrañar a su hija?

— La más bella y maravillosa mujer cargando a una niña en los brazos. Pero eso no es el más magnífico. El más magnífico es que esta mujer es la mía y esa niña, nuestra hija, fruto de nuestro amor.

— Mamá... Mamá... — decía Isabel jugando con el pelo de María que se dirigió a la cama a donde puso la pequeña cerca de su padre.

Esteban acarició a la bebé y, mirando hacia María que sonreía al ver el contacto de su hija con su papá, dijo:

— ¿Cuándo va a decir papá? — el temor y la preocupación eran evidentes en su voz.

— Cuando menos lo esperes. — Dijo María sonriendo jugando con el dedo en su nariz. — ¿No es así Isa? — se dirigió a su hija. — Papá es impaciente, tiene prisa.

— No, no tengo prisa. — dijo tirando para sí a la bebé y sentándola sobre su pierna. — Tengo toda la vida por delante. Con ustedes, con las dos y con cuantos más hijos tengamos.

— ¿Cuantos supones que tendremos? — María abrió los ojos como platos con la sorpresa.

— Muchos. Ya sé que eres la mejor madre que podría darle a un hijo mío. Me encanta como eres con Isabel. — Se declaró Esteban.

Los dos se besaron mientras Isabel balbuceaba palabras incomprensibles arrancando sonrisas de los dos. Volvió a jugar con el pelo de María.

— Al menos una cosa ya sé que Isabel tiene en común con su padre. — Dijo Esteban orgulloso.

— ¿Qué? — indagó María inocente.

— A ella le gusta tu pelo.

Los dos sonrieron llevando Isabel a sonreír también. La visión de aquella mañana en la habitación del pequeño albergue era de una familia completamente feliz como si nunca hubieran enfrentado tantas nubes y adversidades. Era fácil percibir que el amor y la niña lograrían que todas las heridas fueran sanadas. Si no era posible sanarlas de una vez, el tiempo las sanaría principalmente porque había muchas ganas de curarlas y, sobre todo, mucho amor.

***

Después de ser tan felices en este pueblo, Esteban y María decidieron quedarse unos pocos días más para disfrutar su amor y de este lugar tan agradable. Su rutina era tan simple y feliz como nunca había sido entre ellos. Desayunaban juntos, toda la familia, paseaban por la ciudad, hacían el amor todas las noches en esa posada y, siempre que podían, en esa playa, bendecidos por la natureza.

Allí a donde su amor encontró tanta luz y felicidad empezaron a hacer planes para el futuro. Hablaron de tener más hijos y irse del país por un tempo para que la existencia de Isabel no despertara habladurías. Ahora juntos, ponían la felicidad de la niña en primer lugar y era como si su amor pudiera sobreviver a todo. Sin embargo las cosas no siempre son como se espera.

Cuando quedaba apenas un día para regresaren a Río de Janeiro, María descubrió por accidente, entre las cosas de Esteban, dentro de un libro que le gustaba, un sobre que le hizo volver a tener miedo y sentir que otra vez su amor estaba amenazado. El sobre estaba embebido con el olor de un caro perfume francés, muy sofisticado que contrastaba con la vulgaridad de su remitente. María leyó en voz alta con las palabras saliendo por entre sus dientes tan grande fue su coraje:

— Ana Rosa Vasconcelos.

***

El marido que me compréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora