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Esteban, que ya estaba en el ápice de la excitación desde que la tocó mientras se besaban bañados por las aguas del mar, llevó a su miembro a abscisar por su feminidad que lo esperaba, provocando un grito de pasión de María. Ella no soltaba su cuello, clavaba sus uñas en las espaldas del marido y, a veces, cuando la pasión era muy grande, llegaba a morder la oreja de Esteban llena de placer sin dejar de gemir un minuto solo. Su expresión era de un gran deseo, de quien lo deseaba sin miedo.
Él sentía su respiración jadeante sobre su piel y, sosteniéndola firme por la cintura en donde cogía parte de su ropa para tener más facilidad en llenarla y consumar el hecho de ser uno solo, como almas gemelas en alma y cuerpo. La acariciaba con delicadeza y salvajismo, como de costumbre cuanto la pasión los dominaba, mientras invertía su cuerpo en contra del suyo atrapado en aquella gran piedra.
Ella gemía y decía cosas incomprensibles en su oído, tomada por la libido y la pasión que ella renunció a tratar de controlar. Se besaban muchas veces mientras hacían amor, sintiendo en las lenguas uno del otro un complemento del placer que sus intimidades le proporcionaban en los movimientos acoplados, un creciente deseo de no se soltaren de esa pasión arrebatadora que los conducía.
En pocos minutos, en movimientos ritmados, ambos llegaron al orgasmo y permanecieron pegaditos, con ella apoyada en la piedra, mirándolo mientras intentaba conciliar el ritmo de su respiración.Esteban la miró tomado de pasión, ni siquiera podía creer que habían hecho amor en medio de la naturaleza, en la playa con el mar bañándoles los pies. María tampoco dijo nada. Se sentía tan plena siempre que hacía amor con Esteban, tan completa, tan viva que sentía incluso que las palabras quedaban largas. Al menos por un tiempo. Como si tuvieran que asimilar la emoción tan fuerte que habían vivido. El agua les tocaba como que bendiciendo a su amor que se consumó con una naturalidad que los asombró o les dio las respuestas que necesitaban.
Salieron del mar cansados y satisfechos y se sentaron cerca de un árbol ya un poco lejos del mar porque la marea había subido un poco junto con la noche que llegaba. Se quedaron ahí acostados mirando las estrellas que brillaban muy fuerte arriba de ellos. Después de algún tiempo María interrumpió el silencio.
— Sobre lo que dijiste...
— ¿De qué hablas? Dijimos y hicimos muchas cosas. — Sonrió Esteban.
— De que yo interrumpo nuestros besos en los momentos equivocados. Quizás no sea yo quien interrumpa los besos en los momentos equivocados. Quizás seas tú quien siempre me besas en los momentos inadecuados. — dijo sonriendo aunque, con una punta de tristeza.
— No hay momento inoportuno o inadecuado para un beso de amor. Siempre es el momento para que ellos ocurran. Son mágicos. No tenemos el derecho de evitarlos. Debemos dar libertad al amor para que actúe por sí solo, incluso, en nuestros corazones. — Él dijo como buen poeta utilizando perfectamente las palabras mientras acariciaba su mano sin conseguir soltarse del contacto de ella, como si quisiera agarrar un poco más de ella después de haber sido el uno del otro.
— Tú hablas de una manera... Como si no fuera posible controlar el amor... Como si nos dominara. — María dijo dudosa como era natural en una persona que no tenía buenos recuerdos del amor.
— María ya viste que nos pasó hace poco. Creo que si tú pudieras controlar tus sentimientos, o tus instintos que, muchas veces son lo mismo, no habrías aceptado que hiciéramos el amor aquí.
María ruborizó con sus palabras. Aún no creía que había pasado y como estaba feliz por haber pasado.
— Pero Esteban, yo no creo que podamos decir que el amor es responsable por todo lo que hacemos.
— ¿Y qué te hace creer que no es así? — Dijo Esteban sin dejar de jugar con su mano.
— Creo que no necesito contestar esta pregunta, Esteban. — Lo miró impaciente. — Hace mucho tiempo, y muchos acontecimientos, que dejé de tener una visión romántica e irracional del amor. — Tiró su mano de la suya y se volvió.
— ¿Entonces besarme, tocarme, que hagamos el amor, son cosas que no te hacen sentir nada? — Le preguntó Esteban acercándose a su cara detrás de ella, provocando un escalofrío que hizo que María cerrara los ojos.
— Es precisamente lo contrario, Esteban. ¡Yo estoy cansada! Cansada de esa indefinición, de esa historia tan dolorosa.
Al decir eso se enfrió. Su cuerpo reaccionó al calor de la emoción y ella tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir un hipo que vino a la garganta sin que ella esperara. Ella sostenía firme un collar de la virgen de Guadalupe que traía en el cuello como que pidiendo fuerzas al cielo para conseguir explicar sus emociones. Sintió que flaqueaba al sentir las manos de Esteban tocando sus hombros.
— ¡Habla, mi amor! — Dijo Esteban. — Después de todo lo que pasamos, creo que lo mínimo que nos merecemos es un momento de sinceridad. Son tantas... tantas cosas que no se han dicho entre nosotros. — Dijo, casi susurrando, acariciando sus brazos y rozando su piel sobre su rostro.
— ¡No es que yo no sienta nada con tus besos y caricias Esteban! — María se volvió con violencia — ¡Es que lo siento todo, todo! Y tú puedes imaginar ¿qué es esto? Tú puedes imaginar el martirio que es para mí sentir tus besos y tu pasión que me despierta... todo... Y después, después seguir como si nada? ¡Estoy cansada de estos besos sin compromiso, de hacer el amor como si no me importara! ¿Tú eres el poeta aquí, no es así? ¿Tú conoces el texto "El Menestrel"?
— Sí Lo conozco. — Lo confirmó Esteban.
— Hay una parte que dice: "Y uno empieza a aprender que los besos no son contratos y los regalos no son promesas". ¡Pues si! Me tardé mucho tiempo en entenderlo Esteban. Principalmente por lo que sentía mi corazón cada vez que me tocabas. ¡Pero ya no quiero! No interrumpo nuestros besos inoportunamente. Los interrumpo y te detengo porque no puedo más besarte, dejar que me hagas el amor porque cada vez que lo hago, tú vuelves a romperme el corazón.
— ¿Por qué?
Esteban provocó que ella lo dijera todo. Quería conocer sus sentimientos, como deseaba descifrar los sentimientos de María.
— ¿Cómo? ¿Por qué que cosa? — María no comprendió su pregunta.
— ¿Por qué te rompo el corazón al besarte, al tocarte? — Dijo de nuevo con un susurro.
— ¡Porque yo te amo! — María dijo de una vez — Y no hay nada tan doloroso que ser besada, tocada o tener sexo con el hombre que una ama sin... sin amor. — Concluyó con tristeza.
— ¡Yo nunca! Jamás en todas las veces que te besé, que fueron tan pocas cerca de las que yo deseo y espero volver a besar, te di un solo beso sin amor. — Se sinceró Esteban. — Todo lo que he hecho contigo y para ti fue con amor, María. ¡Absolutamente todo!
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El marido que me compré
Roman d'amourMaría fue traicionada y abandonada por Esteban en 1868. Dos años después, una inesperada herencia le da la oportunidad de vengarse de su antiguo amor. Obligado a casarse con ella para satisfacer el capricho de su venganza, Esteban tendrá dos opcione...