25 - Máscaras y disfraces

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María sostenía el nudo en su garganta, sentía que en cualquier momento iba a explotar en lágrimas frente a Esteban y no quería que eso sucediera, no podía permitirse mostrarse frágil, él nunca más la vería frágil otra vez.

— Me dijiste que merecías una explicación. Y yo estoy de acuerdo contigo. Fue una insensatez lo que sucedió a noche. No hay por qué cambiar las cosas entre nosotros. — María buscaba de todas maneras mantener su postura aparentemente insensible.

Esteban seguía sin reacción. ¿Cómo pudo haber sido tan tonto? Creyó que ella había estado en sus brazos por amor, por el mismo amor inmensurable que él sentía por ella y María trataba todo aquello con una frialdad que lo chocaba. Él ya había sospechado que ella no había sentido igual que él, por eso lo abandonó por la mañana, y fue en busca de, quizás, su amante... Pero oírla hablar de esa manera era demasiado para él, de hecho, María estaba irreconocible. Ante la inacción de Esteban, María siguió lanzando palabras crueles en contra de él.

— Esteban, por favor. — Dijo María con una sonrisa cínica. — ¿No me digas que pensaste que lo qué pasó cambiaría las cosas entre nosotros? Las cosas entre nosotros están claramente definidas y no será una noche de sexo que va a cambiar nada. Fue sólo eso, sólo sexo. Yo quería, tú querías y terminamos en la cama. ¡Punto! Todavía soy La Doña y tú, mi marido comprado.

— ¿Por qué haces eso? ¿Por qué actúas así? — él finalmente reaccionó — Sé que no eres completamente sincera. En algún rincón dentro de ti, sabes que las cosas no fueron así. Que lo que sucedió entre nosotros fue un encuentro de amor. Para mí fue tan sublime, tan maravilloso, tan singular. No hay manera de seguir la vida como antes de lo que sucedió entre nosotros.

María volvió a sonreír, pero esta vez de manera más escandalosa dejando a Esteban atónito, petrificado.

— Esteban, hablas como una jovencita enamorada de las novelas que yo leía antes de... Bueno, hace mucho tiempo. Por favor, no hay razón para esos romanticismos, esto es cosa de los libros, fue sólo una noche sin importancia, sin ningún significado...

Esteban se molestó y se arrojó hacia ella agarrándola muy fuerte por los dos brazos. Ella no se impactó y lo miró provocadora con una leve sonrisa en sus labios.

— Entonces si es así... ¡Yo quiero más! — Dijo mirándola lleno de coraje y de deseo.

— ¿Qué? — Por primera vez María demostró alguna sorpresa. No esperaba esa reacción de Esteban.

— ¿No fuiste tú la que no sentiste nada? Para ti fue una insensatez provocada por el alcohol, ¿verdad?

— Sí, fue precisamente lo que sucedió. — Se recuperó del asombro y pasó a mirarle a una de sus manos que comprimía fuertemente su brazo y la mantenía junto al cuerpo de él inmóvil.

— Y entonces tampoco va a significar nada para ti que suceda otra vez, ¿no es así? — Le instigó mirando sediento su boca rosada.

María coró y no contestó. Permaneció mirándolo desafiante. Él voluptuosamente envolvió su boca en un beso cálido, girando su rostro y con lascivia exploraba su boca con su lengua, atacaba su lengua, literalmente la comía a besos. María sintió que flotaba, ¿por qué cuando la besaba le hacía sentir así? ¿Por qué sólo él podía darle esa sensación de alcanzar las nubes mientras lo besaba, mientras sentía su gusto y su respiración caliente sobre su piel anhelante de más, de mucho más de él?

María se quedó sin aire y se alejó de él en un impulso, los besos de Esteban la dejaban sin control de sus emociones y, en aquel momento, ella necesitaba mantenerse firme.

— Si piensas que volveré a estar contigo, estás loco. — Dijo como pudo por cómo jadeaba después del beso de Esteban.

— ¿Y sólo ahora te das cuenta? — Lá retó.

— ¡Las cosas no son así! — Se negó.

— ¿Y cómo son? — Dijo Esteban sosteniéndola por el brazo otra vez — ¿Cómo son? — gritó sacudiéndola. — ¿Cuál es el problema de que te bese si no sentiste nada cuando te hice el amor? Dijiste que estoy loco. ¡Sí lo estoy! Estoy loco, desesperado y tú eres la que me dejas así, mi Doña.

— Nunca me había dado cuenta de que eras tan sentimental. — María intentaba de todos modos esquivarse de su excitación. No quería de ninguna manera hablar de amor.

— ¡Son muchas las cosas que no sabías sobre mí! ¡Y yo nunca me había dado cuenta que tú podías lastimar tanto! — Le atacó Esteban.

— ¿Lastimar? — Ella se soltó de él poniéndose de espaldas. Una lágrima se le escapó y ella la secó disimuladamente. — Realmente estás actuando como una niñita de las novelas, Esteban. No pareces un hombre. En mi vida ya no hay espacio para eses sentimentalismos.

— Desde el primer día de este maldito matrimonio te empeñas en humillarme. Lo más terrible es que ya me estoy acostumbrando a la manera que me tratas y te permito que me utilices y que me humilles. Me tratas como tu esclavo y yo me someto a ese papel porque reconozco mis culpas...

— Entonces, ¿por qué insistes en preguntarme cómo son las cosas? ¿Están claras no? Tú lo has recordado muy bien. Cada uno de nosotros tiene su papel a desempeñar dentro de esa tragedia, o comedia, poco importa. No hay nada más que aclarar, ¿no te parece?

— ¡Tú no eres así! Esta es una armadura que te pusiste por... — se detuvo al recordar las razones por las que ella había cambiado.

— Quizás tengas razón. — Dijo con desprecio. — Pero conoces muy bien los motivos que me hicieron meterme los muchos disfraces y máscaras que exige esta sociedad que tú, precisamente tú tanto admiras...

— ¡Al diablo la sociedad! — la interrumpió enojado.

— No esperes que yo sea cómo antes porque no pretendo ser otra vez esa idiota que podía ser fácilmente engañada. — Ella ignoró su intervención. — Lo aprendí a conocer a la gente, Esteban y, sobre todo, aprendí a dar a cada uno su debido lugar. ¿No es eso lo que exige esta sociedad? ¿Qué cada uno desempeñe su papel? ¡Pues es esto! Es esto lo que hago, desempeño el papel de señora de la sociedad que el dinero de mi abuelo me dio. ¿Acaso te estoy defraudando como esposa?

— ¿Y cómo puedo saberlo? — Le gritó, enfurecido.

— ¿Qué es lo que insinuas? — María le indagó ofendida.

— Primero te comportas como una mujer que crees que el sexo es algo... banal. Y luego, luego de tener una noche que creo que sea de amor, me dices que fue simplemente fruto de un poco más de alcohol, me abandonas antes del día amanecer para un maldito destino que yo desconozco. — Volvió a descontrolarse y a gritarle enojado.

— ¡Eso no me hace una cualquiera! — se defendió María indignada.

— ¡Tampoco te hace una Doña respetada! - Le atacó Esteban por celos — Si no estabas con otro hombre, si no es Gerardo o cualquier otro maldito que vas a encontrar todos los días, ¿por qué diablos no me dices dónde estuviste? ¿Por qué? — Le preguntó gritando.

— ¡Por qué no te importa! ¡Mi vida no te importa! Lo que importa entre nosotros es el contrato que tenemos. Eres mi marido porque yo... te compré y estoy cumpliendo impecablemente todos mis papeles de esposa.

Esteban se acercó a su rostro alterado por la expresión de enojo y, si no supiera que ella disfrutaba de herirlo, podía garantizar que había algo de dolor en sus ojos. Pero no, era locura... Estaba claro que María era una mujer insensible y todo lo que quería de él era venganza. Sí, todo lo que quería y esperaba de él era una venganza despiadada, ya no se crearía ilusiones. 

Si no podía conquistar su amor que pudiera al menos tener de ella algo que tanto deseaba. Ahora sólo le quedaba encarar su juego. Acarició levemente su cara y dijo cargado de cinismo:

— No todos, mi pequeña...

— ¿Qué dices? — María se sorprendió.

— Lo que entendiste. Que quiero que cumplas a todos tus papeles de esposa. Te empeñas en tratar de hacerme creer que no te importo nada. Que te da igual estar conmigo o no. Pues ¡pruébamelo¡ Que me demuestres que eres capaz de ser mi esposa por completo todas las noches y no sentir nada. ¿Puedes hacerlo mi Doña?

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El marido que me compréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora