13 - Antes de romperme el corazón

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Rio de Janeiro - 1868

Después de más de una hora en aquel asiento el que solía dividir momentos alegres con su papá y que ahora era el mismo sitio en donde experimentaba el más amargo dolor de su aun corta vida, María volvió a sí al tener la impresión de oír su madre llamándola. Sofía estaba débil y el médico no había sido muy optimista en el pronóstico en su última visita. Ella había sido diagnosticada con neumonía y María se esforzaba mucho para conseguir los medicamentos y atenderla como ella necesitaba aunque con recursos escasos.

Sofía llamaba a María porque había sido sorprendida con la visita de Gerardo Salgado.

— Hija, sé que no es de recomendable que una muchacha soltera, aunque comprometida, reciba sola una visita, pero yo no me siento bien y me voy a acostar. ¿Puedes acompañar a Gerardo que fue tan amable en venir a saber noticias mías?

— Por supuesto que sí, mamá. Acuéstate, pronto voy allá contigo. La señora Úrsula salió a entregar unos encargos y pronto estará de vuelta. — dijo María disfrazando su tono de voz.

Sofía estaba muy debilitada y no se dio cuenta que su hija estaba triste, pero Gerardo, quien consideraba a María como su mundo, ¿cómo no se daría cuenta? Cuando Sofía se retiró, María le pidió que se sentara y ofreció un café.

— No quiero nada, estoy bien. — Él rechazó.

— ¿Entonces ha venido a saber de mi mamá? — María indagó — Qué amable de su parte.

— Ustedes siempre tendrán mi amistad, aunque no pueda pretenderte, María. Sabes que te tengo a ti y a tu familia en alta estima.

— Yo le agradezco por su amistad. Como debió haber notado, mi mamá no está muy bien, estoy muy preocupada por ella.

— Ya lo sé, por eso vine. Hablé con el doctor Ramos, él me comentó de su estado salud. Les traje esto.

El muchacho amablemente extendió un paquete de papel pardo hacia María que estaba sentada a su lado.

— ¿Usted se molestó por nosotras? ¿Qué és esto?

— Ya te pedí que no me digas usted. Estas formalidades son anticuadas y innecesarias.

— Estoy de acuerdo contigo. — Dijo María esbozando una sonrisa por primera vez.

— Son algunas medicinas para el tratamiento de tu madre. Los que el doctor Ramos me indicó. Sé que tú y la señora Úrsula se esfuerzan trabajando para conseguir pagar sus medicinas, pero no es algo fácil.

— No lo es. — María suspiró. — Yo te agradezco tanta demostración de amistad.

— María puedes contar conmigo para cualquier cosa, lo que necesites. — Le dijo sosteniendo su mano y mirándola tiernamente.

— Te agradezco otra vez, Gerardo. — dijo María quitando la mano y levantándose. Sentía que iba a llorar, no podía, necesitaba mantenerse firme.

— ¿Por esto estás así? — Él le preguntó levantándose y acercándose a ella por sus espaldas.

— ¿Cómo? — Ella dijo con dificultad conteniendo el llanto sin valor de volverse a él.

— Tan triste. — dijo Gerardo tocando tiernamente su hombro.

— Gerardo, quiero hacerte una pregunta. — Dijo María tratando de desviarse del tema.

— Lo que quieras.

— ¿Te casarías con una mujer que no fuera más virgen?

María dijo extrañamente sin inhibición. Su antipatía por las convenciones hacía que ella actuara, muchas veces, de manera sorprendente. Pero ella no se atrevió a girarse. Aunque no había tenido inhibición de hacer esa pregunta a su amigo, no tenía el valor de mirarlo mientras él le contestaba. Gerardo se extrañó la pregunta, pero no le demostró.

El marido que me compréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora