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— Yo no tengo las garantías, María. Sé que me equivoqué muchísimo contigo, todavía no me perdono por haber destrozado a tu confianza, no puedo hablar de futuro y ni del pasado, solamente tenemos el presente.— Esto fue lo que yo te dije el otro día, que no podía pensar en un futuro contigo. — Le recordó María.
Él la besó en la mejilla, cariñoso y levantó su barbilla afable. Tanta ternura la confundía y dejaba María estremecida.
— Entonces vivamos juntos el momento. Vamos a vivir este momento. No tenemos nada que perder. Desde que estuvimos juntos esa vez en el carruaje, no sabes, como hago fantasías con eso, como sueño en hacerte mía aquí, en llevarte al cielo.
María sonrió tímida bajando los ojos. Él entendió que, con su gesto, ella no se negaba y envolvió su cuerpo entre sus brazos y su boca con sus labios besándola ávido y vorazmente. María se sentía sin aliento, el corazón latía desesperado, las piernas no la obedecían. Lo abrazó y se entregó totalmente en el beso y en las caricias.
Él subió nuevamente las manos por debajo de sus faldas y delicadamente alejó sus ropas íntimas. Cuando su dedo accedió por su feminidad húmeda ella soltó un gemido sofocado. Él sonrió y siguió besándola y dándole placer con sus dedos. María se descontrolaba a cada movimiento suyo, las piernas no la obedecían y parecían tener vida propia.
Debatiéndose, se cruzaban una contra la otra, se chocaban con el brazo de Esteban que estaba entre ellas. Con sus manos ella agarraba el cuello de Esteban como que refugiándose de los espasmos provocados por su estimulación. Él la besaba en el cuello y jugaba con la lengua en su oreja haciéndole sentir amada de los pies hasta la cabeza y olvidarse de todo lo demás.
Algo en su mente decía que aquello no estaba bien, que ella no debía hacer el amor con Esteban con tantas cosas no solucionadas y todas las dudas que existían entre ellos, pero, había ciertos momentos en que el amor hablaba más alto y cuando él actuaba tan tierno y seductor ella no podía resistir las carícias. Porque, a pesar de los dolores y las penas, ella lo amaba. Lo amaba inevitablemente y ese amor era como un cuchillo de dos hilos.
Cuando él la hacía recordar porque se había casado con él y lo que representaba, de hecho, aquel matrimonio, sentía que su corazón se llenaba de amargura y sed de venganza. Al mismo tiempo, cuando él actuaba tierno y pícaro, seduciéndola para hacerle amor, se sentía en el cielo, con inmensas ganas de pertenecerle, de sentir placer en los brazos del hombre que amaba, de sentir que sus cuerpos eran uno solo.
Esteban seguía dándole placer intensamente y María se soltó de él y comprimió su cuerpo contra la pared del carruaje, sin poder controlarse. Empujaba fuertemente las paredes del carruaje con las manos abiertas, intentando comprimir los gemidos cuanto podía para que no fueran oídos por Alceu, pero a veces no podía cuando los dedos de Esteban le tocaban en un punto más sensible. Cuando dio por si había estallado de placer y alcanzado el orgasmo allí mismo en el carruaje.
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El marido que me compré
RomanceMaría fue traicionada y abandonada por Esteban en 1868. Dos años después, una inesperada herencia le da la oportunidad de vengarse de su antiguo amor. Obligado a casarse con ella para satisfacer el capricho de su venganza, Esteban tendrá dos opcione...