María fue traicionada y abandonada por Esteban en 1868. Dos años después, una inesperada herencia le da la oportunidad de vengarse de su antiguo amor. Obligado a casarse con ella para satisfacer el capricho de su venganza, Esteban tendrá dos opcione...
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*** Antes de que ella contestara, él envolvió sus labios cómo que robándole el aire y la lucidez. Ella no tenía fuerzas para resistirse, sus besos eran tan afables, ¿como negarse ante a esa sensación? Sin dejar de besarla, él le decía susurrando:
— Ven, ¿ven conmigo?
María no contestó, pero envolvió sus brazos en su cuello y correspondió a los besos de Esteban de una manera que le hizo entender su actitud como un sí. Aferrados, tan juntos como si fueran uno y sin dejar de besarse, los dos siguieron por el pasillo rumbo a aquella cámara nupcial que no compartían desde su noche de bodas. A veces pasaban por allí solos, sin la compañía el uno del otro y revivían aquel momento tan doloroso en su relación.
Después de recorrer el pasillo vacío intercambiando ardientes y arrebatadores besos, Esteban comprimió el cuerpo de María contra la puerta de la habitación y dejó de besarla mirándola desesperado de deseo.
— ¡Te amo! ¡Te amo!
Por detrás del cuerpo de María, abrió la puerta la condujo hasta el centro de la cámara nupcial donde dejó de besarla y se alejó un poco de ella, mirándola impetrante.
— ¿Que pasa? ¿Por qué me miras así? — le preguntó María sonriendo.
— Permíteme mirarte. Así como... — dijo con los ojos tomados de un intenso brillo. — Para mí eres una diva. Tan increíble, tan bella, tan...
— ¿Tan qué? — Se interesó por su peculiar declaración.
— Tan inalcanzable. — Dijo con cierto pesar en la voz
— Yo estoy aquí, ¿no estoy? — Dijo como que dudara. No estaba segura de hacer el amor con Esteban.
— ¡Y no te vas a ninguna parte!
Afirmó a Esteban mientras la tomaba de nuevo en sus brazos para besarla. La giró y la estrechó entre sus brazos besando a su cuello haciendo que María cerrara los ojos al sentir el toque tan sensible y apasionado del hombre que amaba. ¿Sería real? ¿No sería todo aquello un sueño como tantos que había tenido con él?
Tantas veces soñó que los dos olvidaban las penas y se entregaban a la pasión y que él le hacía suya, que ella era enteramente de él otra vez y la emoción de sentir sus caricias abrasadoras no la dejaban saber si era una fantasía o si era real.
Decidió que, si era un sueño, lo viviría intensamente hasta el último instante sin pensar en nada más. Suspiró al sentir un aligeramiento de la presión en su tórax cuando Esteban soltó los primeros amarillos del corsé que sostenía el vestido y dibujaba su silueta.
Esteban lentamente deshizo cada uno de los amarillos con una paciencia curiosa. También vivía cada partícula de aquel momento con un afán de que durara para siempre, que fuera eterno. Sentía también que podía ser sólo un devaneo, un delirio como los que había tenido tantas veces.
Algunas veces había fantaseado que María irrumpía por la puerta de su habitación y le decía que lo amaba, que quería ser suya. En su mente apreciaba cada instante de aquel momento desde cuando la desvestía, como en ahora, hasta el insuperable instante en que sus cuerpos se unían en uno solo. Pero luego la tristeza se apoderaba de él cuando aquella imagen se desvanecía y se desaparecía en el vacío porque nunca, jamás había ocurrido.
Ya sin el corsé y con pocas piezas del vestido que cubría su hermoso cuerpo jovial, María se quedó frente a Esteban y, acercándose a él, comenzó a desabotonar su camisa. Él ya se había deshecho del traje, de la corbata y del chaleco al entrar en la habitación y disfrutaba de las manos de su mujer sobre su última pieza de ropa que cubría su cuerpo. Él cargó a María, y, en sus brazos, la llevó hacia la cama donde acarició su pelo rojo tratando de encontrar una manera de soltarlo.
— Tu pelo... Tus cabellos son tan lindos.
Le besaba a cada parte del rostro de María y ella lo miraba con cierta agonía. Esteban acarició sus senos y ella cerró sus ojos y deliró de deseo con ese estímulo. Él le sonrió:
— No tengas miedo, pequeña. Va a ser hermoso, te lo aseguro.
María recordó sus palabras cuando hicieron el amor por primera vez, como allí también él le había hecho promesas. Promesas que nunca alcanzó cumplir. Sintió amargura al recordarlo, como si no debiera hacer el amor con Esteban sin estar segura de que lo había perdonado.
Esteban besaba su cuello y acariciaba a su cuerpo mientras ella se mantenía junto a él envolviendo a su cuerpo con sus brazos y, cuando él le daba una caricia más intensa, clavaba sus uñas sobre las espaldas caucásicas de Esteban que disfrutaba de su reacción.
— ¿Quieres mi Doña? ¿Quieres que te haga mía? — le preguntó Esteban mirándola desnuda en la cama tomada por reacciones provocadas por sus caricias.
— Ya soy tu, Esteban. ¡Te pertenezco! — Le contestó María.
Esteban apartó sus muslos y se arrodilló en la cama poniéndola a la altura de las rodillas para encajar su cuerpo en el suyo. Al sentir la primera comedida incursión de las caderas de Esteban contra su feminidad María gimió bajito. Al verla así, como la primera vez que la hicieron el amor, delante de sí fue Esteban quien recordó aquella noche, aquella noche donde había experimentado la más sublime felicidad para luego arrojarla por la ventana por estupidez.
Los cuerpos de María y de Esteban sacudían con sus incursiones y la reacción del cuerpo de ella y los dos devanecían con el placer provocado por esas incursiones. ¡Cómo se deseaban, cómo se amaban!
Esteban descendió su rostro hasta el de María y, interrumpiendo los movimientos por algunos segundos, invadió su boca con su lengua haciendo que ella delirara de placer. María pronto alcanzó el orgasmo casi al mismo tiempo que Saúl, que cayó cansado al lado de ella.
Él se acostó a su lado y observó cómo se recuperaba del ápice y en la belleza de sus pelo rojo desgranado, que cubría su rostro, su cuerpo desnudo, cansado por haberle pertenecido tan intensamente, como era bella. Llevó su mano derecha a su cara y apartó su pelo delicadamente:
— Eres el único amor de mi vida. Quiero dedicar mi vida entera a hacerte feliz.
María no contestó. Se sentía incómoda con él, estaba confundida. Se giró dándole la espalda y cerró los ojos. Él se acercó a ella y la anidó junto a sí como si fueran de nuevo uno solo.
María no quería mirarlo, no quería encararlo. Al mismo tiempo que estaba feliz de haberle pertenecido fue tomada por sus miedos y su dolor. Dolores que regían la relación de los dos mucho más que el amor. ¿Cómo olvidarlo todo? ¿Cómo olvidar todo el pasado? ¿Cómo ser completa con él?
María cerró los ojos y Esteban creyó que ella se había quedado dormida. Sin embargo ella simplemente pensaba en la mejor manera de hacerlo saber que no lo había perdonado, que aunque estuvieron juntos, no había podido olvidar el rencor. Quizás jamás podría hacerlo.