41 - Se echó la suerte

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Esteban cabalgó todo lo que quedaba de ese día hasta dejar exhausto al pobre Faraón a quien montaba hacía horas. Su corazón no conciliaba la emoción de aquella revelación, él no sabía qué hacer.

Una parte de él le decía que María no era de confianza y que él tenía que dejarla atrás de una vez, olvidar todo lo que sucedió entre ellos y otra parte le gritaba para que él corriera hacia María y, de rodillas, le suplicara que ella lo perdonara, que los tres juntos podrían superar todo y construir una familia.

Y, como si fuera poco aún existía aquella dote. Esa maldita dote entre ellos que lo hacía sentirse el peor y el más miserable de los hombres. Si normalmente él ya se sentiría indigno de María al recordar que le había arrebatado su honor y la abandonado, cuando se acordaba las condiciones de ese matrimonio y esa fatídica noche de nupcias las cosas eran peores.

La humillación que María impuso a Esteban solo no era más grande que la que él mismo sentía. Se detuvo en un café que solía frecuentar en los tiempos que había intentado hacer fortuna invirtiendo en la bolsa de valores. Había vendido un pequeño sitio en los alrededores de las tierras que le dejó su padre y, durante algunos meses, apostado en títulos de valores, pero acabó renunciando a ese negocio que era todavía una novedad en Brasil.

Se sentó yo una de las mesas, pidió un café y se quedó perdido reflejando en los hechos de su vida. De pronto, Lúcio, un antiguo amigo de esos tiempos lo vio sentado allí y se le acercó.

— ¿Esteban? — llamó al darse cuenta de que el amigo no había notado su presencia.

— Lucho ¡Que sorpresa! — Esteban saludó simpático a pesar del peso que traía dentro de sí. — Siéntate.

— ¿Sabes que te he estado buscando? Necesitaba hablar contigo. — Lúcio lo sorprendió.

— ¿Conmigo? — Esteban no esperaba tener asuntos pendientes con Lúcio.

— Sí, incluso he dejado mensajes con tus amigos, pero, al parecer, ninguno de ellos vio importancia en el tema que yo tenía que tratar contigo.

— Pues fíjate, el destino nos puso frente al frente.

— Bueno, yo supe que te has casado con una de las mujeres de más grande fortuna en Río de Janeiro. — Esteban se tragó seco con esa observación. Era mejor no hablar de María en aquel momento, no quería. — Entonces quizás realmente no sea algo que te llame la atención, pero tienes un valor a rescatar en títulos.

— ¿Valor? ¿Estás hablando de dinero? — La sorpresa de Esteban no podía ser más grande.

— ¡Sí! Me imaginé que tú incluso pudiste haber olvidado esa inversión, y más ahora que los valores pequeños ya no forman parte de tu vida. — volvió a tocar la herida invisible a los ojos de la sociedad que tanto humillaba a Esteban — Pero para un hombre común es una ganancia que haría la alegría de cualquiera que tenga un espíritu apostador e inversor como el tuyo.

— ¿De cuánto estaríamos hablando, Lucho? — Esteban luchó para fingir desinterés. ¿Estaría la suerte volviendo a sonreírle?

— No conozco los valores exactos, pero cuando yo lo consulté y te envié los mensajes, era algo alrededor de 150 a 200 mil dólares.

La respuesta de Lúcio le movió el piso a Esteban. Desde que se casó con María se ahorraba cada centavo para que pudiera tener, que fuera más de un año después, la oportunidad de rescatar su honor. En aquellos meses en que estuvieron casados había reunido la mísera cantidad de 20 mil dólares y parte de ese dinero era lo que le quedara de la cantidad que tomó por adelantado de la dote de María. Si 150 mil dólares aparecían en su camino en aquel momento, podría ser su rescate, podría ser su libertad. Pero... ¿y hacia donde caminaría ese amor?

El marido que me compréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora