51 - Tú eres todo lo que quiero

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Al llegar al pueblo de Vila Nova de Benevente, casi a mitad de la tarde, se acomodaron en una pequeña posada que había allí, la única. María y Úrsula ocuparon, con Isabel una habitación doble, con conexión entre las dos y Esteban ocupó solo otra habitación. Terminaron de acomodarse y luego fueron al registro civil de la ciudad para legalizar la situación de Isabel. Fue un procedimiento rápido e Isabel salió de allí con un documento atestando su nacimiento dentro de un matrimonio común, instituido por la iglesia y por las leyes brasileñas. La pequeña tenía en su acta de nacimiento el nombre de su madre y de su padre como siempre había soñado María.

María sintió como que cumplía una misión, la misión de dar a su hija el nombre de su padre, era el primer y más importante requisito para que ella fuera tratada con respeto y dignidad en aquella sociedad hipócrita.

María y Esteban, felices de concluir esa importante etapa se abrazaron cuando recibieron en las manos la acta de nacimiento de su hija. Después del abrazo, se miraron constreñidos. Isabel, que estaba en el suelo, cerca de María le agarró por las piernas haciendo que se rompiera el momento embarazoso.

Se dirigieron a la posada, donde Doña Úrsula fue a descansar con Isabel después de comer algo en el pequeño restaurante del establecimiento. Esteban creyó que María también se iba a descansar y se fue al baño. Cuando regresó, miró de lejos María caminando sola hacia la playa que estaba muy cerca de la posada. Por supuesto que decidió ir detrás de ella.

Esteban sabía que no era bueno que una mujer caminara sola por las calles y, si María no podría descansar, posiblemente le haría bien caminar y se suponía que a ella le gustaría su compañía. No tardó mucho para que él la alcanzara en la playa.

— ¿Qué haces aquí? — Le preguntó María cuando lo vio.

— Te vi desde lejos y decidí acompañarte. Ya sabes que ocurren habladurías cuando una mujer se manda sola.

— Ya sabes que me importa un comino lo que diga la gente, pero... te agradezco la compañía. Yo estaba muy emocionada, no podría descansar.

— Yo también. — Le confesó Esteban.

La alegría que ambos sentían por el futuro de Isabel se fundía con el la perturbación que la cercanía y el contacto con el otro les provocaba. Caminaron en silencio o hablando amenidades aprovechándose del clima solar que hacía en el pequeño pueblo.

Pocas personas circulaban por las calles y se detuvieron en un pequeño jardín muy cerca de la playa. María jugaba con las flores y las mariposas distraídas mientras Esteban la observaba encantado. En un determinado momento él no pudo contenerse y le dijo:

— ¿Puedo recitarte un poema?

— Por supuesto. Me encantaría.

[...] Y al encontrares consuelo, cuando
Nuestra hija balbuciar,
Enseñalá a decir "papá",
¿Si mi desvelo va a faltar?

Cuando las manitas te aprieten
Y ella tu labio haya besado,
Piensa en mí, que te bendeciré
Tu amor me habría bendecido

Si se parecieren sus rasgos
Con los de quien ya no puedes ver,
Tu corazón latirá suave,
Y fiel a mí ha de temblar [...]

María se volvió emocionada, tocada con las palabras del poema que Esteban acababa de recitar.

— Hace tanto tiempo que no te oía recitar un poema.

— Hace mucho tiempo que no me acometía la inspiración. Verte ahí, con esas flores, cerca de esta playa tan bella me pareció una visión tan maravillosa que merecía un poema. Y más este... Para que puedas enseñar a nuestra hija que ella tiene un padre, aunque quizás no te traigas recuerdos tan bonitos como los que sugiere el poema.

— ¿Es tuyo?

— ¡No! — sonrió Esteban — Es una traducción de un poema de Lord Byron. Es sólo una parte de él. Es muy triste. Es de un hombre que sabe que se está muriendo. Son sus últimas palabras para la mujer amada, su hija acaba de nacer y él apenas pudo conocerla.

— ¡Ay, por favor, Esteban! Tú no te vas a morir, qué cosa mórbida. — María sintió un frío escalofrío con esas palabras de Esteban. Como puedes decir esto aqui, ¿en esta playa, tan cerca de la naturaleza?

— Así es como me siento. Me siento como si me escapara la vida, como si la hubiera perdido desde que perdí a tu amor. — Le confesó mirándola a los ojos.

María se perturbó, empezó a caminar hacia el mar e se detuvo bien a borde al paso que Esteban la siguió. Sin vacilar, le tomó la mano, le dio un beso con la mirada conmovida y le confesó:

— Después de experimentar tu amor. Después de poseer a la mujer más maravillosa del mundo a mi lado y por necio, por tonto haberla perdido ¿qué es lo que me queda? Tu amor fue la cosa más valiosa que conocí y yo lo perdí, María, lo perdí. ¿Qué me queda a mí?

Hizo esa indagación mirándola a los ojos sin poder evitar pedirle con los ojos que le diera una señal, una palabra que fuera de que él todavía tenía esperanza. Que no había perdido todo, que todavía podía esperar una señal de su amor. María miró a su mano que sostenía la suya. Sentía que el corazón iba a salir por la boca, echarse fuera del pecho con esas palabras, con aquella mirada, con aquel contacto.

— ¿Por qué dices que me perdiste?

— Sé que me dijiste que no tienes nada con Gerardo, pero... él te ama María y posee honor, al contrario a mí.

— Esteban, ya te dije que no tengo nada con Gerardo. No tenía que contarte esto, pero...

— ¿Pero qué? ¿Qué es lo que no puedes contar? — Esteban volvió ponerse celoso.

— Supe que Gerardo está con problemas financieros. Por eso lo invité a mi casa. De alguna manera, yo tenía una deuda con él.

— ¿Le debías dinero a Gerardo?

— No oficialmente, porque no me hizo un préstamo, pero... Gerardo pagó todos los gastos del funeral de mi madre. Jamás me pidió que firmara un pagaré o me cobró cualquier cosa. Ni siquiera cuando me hice rica.

— Pero él lo hizo con intenciones de...

— Aunque fuera verdad, Esteban, debes de entender que estoy agradecida a Gerardo de por vida. La muerte de mi madre fue el momento más difícil de mi vida y su apoyo fue fundamental para que yo pudiera salir adelante porque fue precisamente cuando supe que esperaba a Isabel. Además, él fue quien llevó a mi casa el emisário de mi abuelo días después.

— Tienes razón. — reconoció Esteban. — Por eso lo invitaste, ¿para ayudarlo?

— Sí, como él fue tan generoso a punto de hacerlo por mí. Jamás le di esperanzas, pero aún así, él me regaló su amistad. Él ya entendió que no puedo amarlo.

— Y ¿como lo entendió?

— Por qué sabe que nos casamos y...

— Pero jamás se preocupó por esto. ¿De verdad no quieres a Gerardo?

— Ya te dije que no. Esteban yo... — ella dijo casi sin conseguir completar la palabra mirando a los ojos del marido que estaba con el rostro muy cerca del suyo sentían el água del mar tocandoles los pies. — ¿Qué quieres de mí? ¿Qué esperas de mí?

— ¿Tú no sabes? ¿Realmente no lo sabes María? — él indagó afligido.

— No.

— ¡Yo te quiero... a ti! ¡Tú eres todo lo que quiero!

Después de decir esas palabras envolvió con sus brazos su cintura y lentamente acercó su cara de la suya, su boca a la suya, rozando suavemente sus labios en los suyos. Tenía una urgente impaciencia por volver a besarla, su boca pedía desesperadamente ese contacto. Ella cerró los ojos y sus labios se tocaron con suavidad, con deseo. Luego el beso se fue cargando de pasión, de desesperación de ganas. María reposó sus manos en las espaldas de Esteban y él la agarró junto a sí haciendo que los dos se fundieran así frente al mar en un cuadro, una pintura. La pintura de un beso de una pareja enamorada.

***

El marido que me compréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora