🚨 ALERTA 🚨⚠️
Capítulo con descripción del acto sexual.
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Los brazos de Esteban ampararon a María como que sostuvieran a su bien más precioso. Acariciaba a su pelo mientras ella se sostenía firme en su abrazo, sintiéndose segura ahí, en los brazos de Esteban. Él alejó su rostro con las dos manos y, sin evitar llorar, dijo:— Perdóname. Perdóname por hacerte sufrir. Yo puedo con todo en esta vida, María, menos con tus lágrimas. Yo haría cualquier cosa, cualquier cosa para que nunca más tuvieses que llorar.
María lo miraba tomada por la emoción. No pudo contestar nada. Durante algunos segundos los dos se miraron descortinando las emociones el uno del otro a través de sus ojos hasta que se lanzaron en un beso lleno de emoción. Se encerraron en aquel beso con exasperación y el gusto de la boca de ellos se mezclaba al sabor de las lágrimas de María que bañaban su rostro incesantemente.
Pronto Esteban la comprimió contra sí por la cintura con la mano derecha y con la mano izquierda seguía sosteniendo a su cabeza que giraba al ritmo de la voracidad del deseo de los dos. Los labios de María se condensaban con los de Esteban que invadía su boca con su lengua y encontraba una receptividad en la boca de la María dictada por la pasión que no dejaba libre a ninguno de los dos. Lentamente los dos fueron dejando de besarse, pero no se soltaron por sentir la necesidad del calor del cuerpo el uno del otro.
Sosteniéndola por la cintura, Esteban miró a María completamente extasiado por la pasión. En aquel instante, poco importaban las penas y las palabras que habían sido desferidas entre ellos, sólo el amor y el deseo que él sentía al mirarla en los ojos: tan hermosa, tan suya, tan al alcance.
María permaneció mirándolo sin poder decir una palabra y se soltó de él. Se giró de espaldas a él y, sin mirarlo, le dijo como quien le daba un orden a un criado:
— ¡Quítame el vestido!
Esteban se acercó incrédulo. No quería que ella sintiera que él la veía como una meretriz, como había dado a entender el otro día, pero no había nada en el mundo que quisiera más que hacerle el amor.
— María no quiero que tú pienses...
— No digas nada, Esteban. ¡Haz lo que te dije!
Esteban obedeció y comenzó a deshacer las amarras del vestido apresurado. Tenía miedo de que ella retrocediera, desistiera o volviera a decirle que no sentía nada al estar con él. Pero en aquel momento, ante la oportunidad de hacer suya a la mujer que amaba con adoración, no tuvo en cuenta nada de eso. En pocos segundos el vestido estaba en el piso y María traía apenas alguna ropa interior.
— ¿Puedo pedirte una cosa? — Le indagó Esteban mirándola hipnotizada.
— ¿Qué? — María se mostró solícita.
— Suéltate el pelo. Me encanta tu pelo suelto. — dijo Esteban mientras acariciaba su barbilla levemente.
María atendió al pedido de Esteban y, para él fue como una representación teatral exclusiva esa escena. Cuando María se quitó la grapa que sostenía el pelo y ellos cayeron por los hombros Esteban vibró a través del brillo en sus ojos y de una sonrisa en los labios.
Después de quitarse la ropa, llevó María a la cama y la acostó suavemente. Con una mirada romántica miraba su cuerpo sin creer que ella era suya.
— ¡Eres una obra de arte! — Dijo galante. — La personificación de la perfección esculpida por la divinidad. Quiero que seas mía.
— Yo soy tuya, Esteban. Completamente tuya y, esta vez, de verdad.
Esteban entrelazó sus dos manos con las suyas sosteniendo sus brazos por encima de la cabeza de María y envolvió su boca en otro beso apasionado. María se entregó al beso y ya sentía su cuerpo inflamarse de deseo por tener sobre él el calor del cuerpo de Esteban. Era maravillosa la sensación de ser besada con deseo por el hombre que amaba, su marido.
Los dolores que corroían su pecho durante tantos días y se materializaron en tantas lágrimas, parecían haber sido aniquilados al sentirse amada por Esteban. Sin dejar de besar su cara y su boca Esteban soltó sus manos y comenzó a estimular los senos de María, acariciándolos y envolviéndolos completamente en sus manos. Cuando él se detenía en los pezones, María sentía un estremecimiento provocado por descargas de placer que aquel contacto producía. Para extravasar toda aquella satisfacción que esas caricias le producían, María apretaba el brazo de Esteban que disfrutaba de sentir sus uñas clavándose sobre su piel.
María sentía las caricias provocadas por las manos de Esteban con los ojos cerrados y se desesperaba deseando que no se terminaran, que fueran más intensas. Esteban bajó la mano hasta su feminidad y percibió que ella estaba muy excitada. María gemia bajito entregada a las sensaciones del amor. Esteban, acostado a su lado dijo casi en un susurro con los labios pegados en su oído:
— ¡Yo te amo! ¡Te amo!
María envuelta por sus estímulos y sumergida en el placer de su mano pegada a su feminidad tocándola no se dio cuenta cuando le contestó:
— Yo también te amo, Esteban. ¡Te amo mucho!
Esteban sintió que su corazón iba a salir del pecho al oírla decir que lo amaba. Quizás no fuera verdad, tal vez ella lo había dicho en el calor del placer, pero aún así era maravilloso. Se acostó sobre ella embebiendo su pezón con la boca haciendo que el deseo y el anhelo de María por ser suya aumentara y llegara al nivel en que ella se sentía descomedida. Ella arqueaba su cuerpo y gemía dejando a Esteban satisfecho por el placer que le proporcionaba. Él se encajó sobre su cuerpo alejando sus muslos y empezando a penetrarla levemente haciendo que María perdiera el control de su cuerpo:
— ¿Quieres, mi amor? ¿Quieres ser mía?
— ¡Hazme tuya, Esteban! ¡Hazme el amor! — exigía María.
Mientras Esteban precipitaba sus movimientos cada vez más contra sus caderas, bajó su cabeza sobre su rostro para besarla dando ligeros toques sobre su piel inflamando aún más su deseo. María envolvió su cuello con los brazos mientras él seguía penetrándola aumentando el ritmo provocando fuertes gemidos en María y alterando la respiración de Esteban. Con sus manos ella se agarraba en sus espaldas apretando y afligiendo la piel de Esteban con sus uñas. Con la intensificación del ritmo, los dos estaban muy cerca del orgasmo cuando María se soltó de su cuello como que buscando un lugar para refugiarse. De pronto, María se sintió caer en el vacío sin equilibrio y gritó al alcanzar el orgasmo junto a él.
Antes de que María recuperara todo el control de su cuerpo Esteban, que también estaba exhausto, la tiró de hacia él y la estrechó junto a sí agarrándola tan fuerte que dejó María sorpresa.
— ¿Por qué me abrazas tan fuerte? — Le preguntó sorpresa
— ¿Lo siento, te estoy lastimando? — Esteban se dio cuenta que la comprimía mucho.
— No, es que no puedo moverme. — Ella dijo sonriendo.
— Es que no quiero que salgas nunca de junto a mí. Quiero que este momento sea eterno. — Esteban, por más que intentara, no podía evitar mostrarse sensible ante ella.
— No me voy a ninguna parte. Estoy aquí, junto a ti, ¿no? — Ella dijo tocada por su inseguridad.
— Y, esta vez, sin una sola gota de alcohol. — Esteban no podía superar el desprecio de María.
¿Sería ese amor capaz de vencer el dolor y la inseguridad? Solo el tiempo sería capaz de decírselo.
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El marido que me compré
RomanceMaría fue traicionada y abandonada por Esteban en 1868. Dos años después, una inesperada herencia le da la oportunidad de vengarse de su antiguo amor. Obligado a casarse con ella para satisfacer el capricho de su venganza, Esteban tendrá dos opcione...