57 - ¿Por que la tienes?

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***Después de esperar por mucho tiempo por María que había quedado de comer con él, Esteban decidió subir a la habitación para saber porque ella se tardaba tanto

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Después de esperar por mucho tiempo por María que había quedado de comer con él, Esteban decidió subir a la habitación para saber porque ella se tardaba tanto. Se preocupó de que algo malo le pudiera haber pasado, por eso no había bajado a comer con su familia. La señora Úrsula se ofreció a ir con él, pero Esteban prefirió ir solo. Úrsula se quedó con Isabel, saldría a pasear con la niña cerca de la posada, si la necesitaba, la mandaría buscar.

Llegando a la habitación que desde la primera noche compartían disfrutando su amor y la compañía el uno del otro, Esteban sintió algo en el aire. Un peso, algo soturno, algo que no podía identificar, pero no parecía bueno. Llamó por María, pero ella no contestó. Cuando entró un poco más adentro, la vio sentada en un sillón callada, con un libro en la mano.

— Estás ahí, mi amor. ¿No me escutaste? — Le preguntó dándole un beso al que ella no reaccionó.

— No te escuché. — Dijo María ahorrando las palabras.

— Subí a ver cómo estabas. No bajaste y habías dicho que comerías con nosotros. — Dijo Esteban se extrañando del comportamiento de María.

— No me di cuenta de la hora. — Dijo enseñando el libro que estaba en su mano esperando alguna reacción de Esteban. — Me he distraído con este libro. — explicó.

— ¿Que libro es? — Esteban se acercó sin lograr leer el título del libro.

— Don Quijote de la Mancha. — Dijo María otra vez enseñando el libro esta vez dejando que Esteban viera la portada.

— Oh, un libro mío... — Dijo Esteban algo desconcertado. — ¿Y te está gustando la novela?

— Mucho. — Dijo María tragando en seco. — Ya sabes que me gusta todo lo que huye del convencional aplauso del circo que es esta sociedad.

— Si es para criticar a nuestra sociedad sus disfraces y disimulaciones, Don Quijote de la Mancha es la novela perfecta. — Dijo Esteban sentándose junto a María.

— Tienes razón. Por eso me distraje tanto leyendo la novela. ¿Sabes que me pareció más curioso? — Dijo María levantándose del sillón.

Ella caminó hacia la ventana de donde era posible ver esa playa por donde se enredaron ese día que lograron finalmente olvidarse del mundo y de sus rencores.

— ¿Qué cosa? — Le preguntó Esteban poniéndose detrás de ella y tocándola levemente en los hombros.

— Aunque este hombre estuviera loco, siempre logró encontrar a alguien que le creyera y que le ayudara en sus batallas.

— Bueno, Sancho no le cree, él simplemente finge para que Don Quijote no se meta en más problemas.

— Pero le ayuda. — Lo recordó María. — Aunque sabe que todo puede terminar mal, está a su lado porque lo quiere y lo respeta.

— Como un buen amigo.

— Pero hay una batalla, una única que Don Quijote necesita luchar solo y en la que nadie puede ayudarle, ni siquiera su tan fiel amigo y escudero, Sancho. — Dijo María girando.

— La batalla por el amor de Dulcinea. — Le contestó Esteban.

— Y es la primera lección que traigo de esta novela. — Dijo María con un aire amargo. — Que no importa cuantas batallas luchemos con la ayuda de amigos que nos aman y nos quieren, la batalla más importante tenemos que enfrentarla sola.

— Ya no estás hablando de la novela de Cervantes. — Esteban se dio cuenta.

— No. — Le confesó María.

— ¿Entonces? — Le preguntó Esteban aunque sospechaba de que hablaba su esposa.

— Como Don Quijote, hoy descubrí algo que me obligó a luchar en contra de enemigos que... quizás yo mismo haya creado, pero eso no hace que ellos sean más sencillos de vencer.

— ¿Qué has descubierto?

— Esto. — caminó hacia el tocador y sacó de ahí ese sobre que por horas la asombró.

Esteban no dijo nada. Creyó que ella todavía tenía de que hablar y la esperó.

— Huele a un perfume francés, muy sofisticado, pero cuando leí el nombre de quien lo escribió... Y está destinado hacia ti. Yo estaba buscando el otro libro para seguir la lectura de Don Quijote de la Mancha, pero en cuanto me encontré a ese sobre, todos los caballeros y enemigos que el hidalgo se enfrentó vinieron hacia este cuarto y reposaron en mis pensamientos.

— ¿Leíste la carta? — Preguntó Esteban muy tranquilo.

Sin embargo la tranquilidad era solo en el exterior, por dentro temblaba, sabía que Ana Rosa podría ser una amenaza y anular todos los avanzos que había logrado con mucho esfuerzo con María.

— ¡Por supuesto que no, Esteban! — María contestó con una firmeza que no iba con lo que sentía en la realidad.

— Es... Bue... — Esteban trató de hablar, pero las palabras lo traían, tartamudeaba.

— Bueno, debo de confesar que yo tampoco estoy tan segura como quise parecer. Es cierto que no he leído la carta, pero... Fue la batalla más grande que tuve que vencer. Alcancé abrirlo algunas veces, pero al final la educación que me dio mi mamá habló más fuerte. No lo hice, pero debo confesarte que quise hacerlo algunas veces. Pero yo sabía que no estaría bien.

— Me imagino que no fue agradável encontrarlo, pero no significa nada María, tienes que creerme. — Le suplicó Esteban.

— Sí es difícil y lo sabes bien. Me dejaste por Ana Rosa hace más de dos años. Me abandonaste por ella y, por esta carta me doy cuenta que se siguen en contacto. — María subió la voz demostrando toda su moléstia.

— Olvidemos el pasado, ¿sí? — Le rogó Esteban.

— ¿Cómo? — Le gritó María. — Como puedo olvidar al pasado sí él sigue aquí, interponiéndose entre nosotros y esta carta me lo demuestra muy claro. ¿Es la única? ¿Hace cuanto están en contacto? ¿Se estuvieran viendo mientras estuvimos separados?

— Son muchas preguntas, María.

— ¡Yo lo sé! ¡Lo sé pero no me importa! — María estaba muchísimo molesta. — Tú me vas a contestar a todas y a cada una de ellas. Y créeme, no son las únicas.

— ¿Por que estás tan molesta si ni siquiera me has dado la oportunidad de explicarme, María?

— ¿Por qué? ¿Por qué? Por qué no hay manera de que esta carta tenga una buena explicación. Ya me las repasé todas en la cabeza y no es posible, bajo ninguna circunstancia, que se refiera a algo bueno.

— Como siempre tienes que tener tudo bajo tu control. — Se quejó Esteban.

— Veámoslo. Si ella te escribió esta carta en las semanas que estuvimos separados, puede que se andaban viendo y que le diste esperanzas. Si la escribió mientras estuvimos casados o antes, cuando estaban prometidos, me molesta tanto como si fuera escrita hace una semana porque de todas las maneras lo peor no es que Ana Rosa la haya escrito, lo peor es que ¡la tienes, Esteban! La tienes contigo y la trajiste en este viaje que planeamos para dos días. Solo cargamos las cosas importantes y tú trajiste esta carta escrita por Ana Rosa, la mujer por la que me dejaste en 1868.

— María yo...

— Habla Esteban, habla. Contesta a mis preguntas y dame una explicación convincente para que tengas entre tus cosas una carta de tu exprometida por la que me dejaste. ¿Sigues viéndote con ella? ¿Le diste alguna esperanza? ¿Por qué trajiste esta carta en este viaje? Habla, Esteban. Te escucho.

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El marido que me compréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora