50. Brújula.

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Ni siquiera me di cuenta cuándo fue que la gente se comenzó a ir, sólo noté cómo poco a poco la borrachera de Nash se fue evaporando y él comenzó a tomar conciencia de la situación, él comenzó a ser más consciente de que estaba allí, conmigo, como antes, como si nada hubiera pasado.

Incluso me había susurrado al oído que nada de lo que había dicho antes, en casa de sus padrinos, había sido mentira. Y yo me había puesto feliz, literalmente podía morir de la felicidad en ese mismo momento, pero sabía que esa sensación no duraría para siempre, porque yo tenía cosas que confesarles y él tenía cosas que contarme también.

Cuando Josh y Merlina abandonaron la casa me dirigí a las reposeras, como aquella vez en que ambos nos habíamos confesado un par de cosas sin siquiera soportarnos. No sería muy distinto de esa vez, pero ahora nos implicaría directamente a nosotros dos y a lo que sentíamos en ese momento.

Nash se sentó frente a mí una vez que hubo despedido al último de los inviados. Lo miré varias veces pero no pude encontrar las palabras para comunicarle lo que debía hacer, porque habían muchas posibilidades, grandes posibilidades, de que él me echara de su departamento y también de su vida y eso me aterraba a sobremanera.

Cada vez que levantaba mis ojos a los suyos podía verlo diciéndome que me marchara, que no me quería volver a ver, que era incluso peor que Ian por lo que había hecho. Me dolía de solo imaginarlo, me dolía pensar que luego de eso no habría retorno. No como esa vez que me había echado de casa de sus padrinos, porque en esa oportunidad yo no había hecho nada y él sólo estaba enojado, yo lo sabía. Pero en ese momento, allí, en esa terraza, lo que iba a decirle era real y lo que él dijera sería definitivo.

En algún momento sentí algo recorrer mis mejillas. Pensé que había comenzado a llover pero de inmediato noté que eran lágrimas, que yo estaba llorando. Me limpié con urgencia y dejé de ver a Nash por mucho rato, debía hacer eso con valentía, no podía confesarle que me había acostado con Alex llorando como un maldito cobarde, porque había sido una elección, mi elección aunque en ese momento me estuviera arrepintiendo por las consecuencias que aquello podría tener.

Respiré por mucho rato, concentrándome en eso y sólo en eso, sabía que las palabras llegarían solas luego. Suspiré una vez más y lo miré con determinación, lo diría, no era algo tan difícil. Pero no, él y su mirada cálida y paciente derrumbaron todo en mí, porque no quería verlo enojado, porque no quería verlo dolido, porque no quería que me alejara de su lado.

Escondí mi rostro entre mis manos y me quebré, por completo. No podía dejar de pensar en lo que podía decirme, en lo que podría llegar a salir por esa boca con tal de alejarme de él y no volverme a ver. Y yo no quería que eso pasara pero no podía mentirle tampoco, no quería mentirle.

No tardó mucho en llegar a mí, se sentó a mi lado y su cálida caricia comenzó a recorrer mi espalda haciendo que me lamente aún más, porque a pesar de todo Nash seguía preocupándose por mí, y lo que yo estaba por confesarle haría que me odie y lo último que yo quería era el odio de Nash.

Me abracé a sus rodillas mientras sus caricias se extendían a mi cabello y su calidez me envolvía de inmediato. Yo ni siquiera merecía su consuelo, me sentía como una basura en ese momento, como si lo hubiera engañado aunque claramente el único que se había engañado era yo. Sabía lo que sentía por Nash y a pesar de eso accedí a intentarlo con Alex ¿Por qué? ¿Por despecho? ¿Por capricho? No lo sabía. Lo único que sabía era que me sentía terrible y eso recién estaba comenzando porque esa noche no terminaría para nada bien.

—Lo sé... —aseguró con la garganta apretada. Me afirmé más a él porque sentía que si él me dejaba allí, en ese momento, no sabría cómo seguir. Sonaba estúpido, pero realmente sentía que Nash había sido mi brújula entre tanta tempestad. —Está bien Milo, lo sé.

Suspiré con ganas buscando fuerzas para enderezarme, mirarlo a la cara y decirle lo que quería decirle, pero antes de mover un músculo volvía a llorar, como un maldito crío. Lo único que me consolaba en ese momento era la mano de Nash pegada a mi cabello acariciándome suavemente a pesar de decir que ya sabía que le iba a decir. Yo estaba seguro que él ni siquiera se lo imaginaba.

—Milo... no hace falta que lo digas, está bien —insistió con su voz aún más apretada. Me tomó por los hombros y me obligó a sepárame de él para mirarme a los ojos. —Hey, basta... en serio, ya está.

Nash incluso me sonrió. A pesar de todo, el muy maldito me estaba sonriendo. Yo no me merecía ni una de sus sonrisas. Tapé mi rostro para no verlo, para no recibir nada más de él y de inmediato me abrazó, tan fuerte y tan amablemente que me sentí asqueado por mí mismo. Lo aparté con brusquedad y me alejé de su cuerpo. Su mirada era de completo desentendimiento.

—Milo... —se lamentó y levanté mi mano para que se calle, porque sabía que luego de lo que iba a decir él no tendría palabras ni gestos lindos para mí. —No quiero oírte, no lo necesito. Yo no quiero oír...

—Me acosté con Alex —solté con brusquedad y lo vi. Vi cómo aquellas cuatro palabras lo habían golpeado mucha más fuerza que si le hubiera dado un maldito golpe.

Su rostro se convirtiendo en una piedra de inmediato, inmutable. Él ni siquiera se imaginaba que yo podría decir algo así, seguramente pensaba que mi confesión tenía que ver con algunos inocentes besos o un intento de relación con Alex, pero por el gesto de su rostro, no se lo veía venir.

Se puso de pie alejándose de mí y sentí cómo mi corazón se apretaba con fuerza en mi pecho. De verdad quise tirar mi mano para detenerlo, pero me dolía todo el cuerpo y no pude. Lo observé fijamente por varios minutos hasta que me devolvió la mirada. Yo ya no estaba llorando pero me sentía terrible.

—No sé por qué lo hice... —susurré mientras mis ojos comenzaban a arder una vez más.

Nash suspiró con fuerza y se acercó a mí. Tragué saliva, ahí venía, el golpe, el corte, la despedida.

—Sí sabes —aseguró con enojo. Tiré mi mano a la suya, pero él se apartó. Comprensible ¿qué esperaba, que me acepté así como así? Yo era un idiota. —Lo lamento...

—¿Tú lo lamentas? —consulté con voz rota, dejé caer mi cabeza en mis manos y apreté mis ojos con fuerzas. Yo sabía que de nada serviría llorar. —¿Por qué? ¿No debería ser yo quien estuviera diciendo eso?

—Claro que no —aseguró con su rostro lleno de furia.

Bajé la mirada y suspiré con fuerzas, no podía seguir llorando, no quería hacerlo más. No por lo menos frente a él. Pensé en ponerme de pie, largarme de allí y preservar un poco de mi dignidad, pero antes de siquiera moverme Nash se arrodilló frente a mí y me obligó a verlo.

—Milo —dijo con ternura. —Está bien.

—¡No está bien! —exclamé alejándolo de mí. —No debes decir que está bien porque no lo está... demonios —me quejé largando unas lágrimas más, patético, eso era, un patético.

—Milo, escúchame —rogó tomando mi rostro entre sus manos. —No estoy contento ¿De acuerdo? Estoy triste, estoy dolido. No estoy feliz. Pero está bien...

—Te odio —dije aunque claramente no era a él a quien estaba odiando en ese momento. —Odio que me hagas amarte de esta manera.

Me quedé duro ante mis propias palabras. ¿Me acababade declarar a él? ¿Acaba de decirle que lo amaba? Sí, claramente eso habíahecho

Temporal: Presente FuturoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora