38. Eso de amar.

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Esas explosiones de ira no eran muy comunes en mí. Fueron muchos años de contener mis emociones y últimamente ellas afloraban sin que siquiera pudiera detenerlas. El problema no era que alguien las viera, ya no me importaba tanto aquello, eso de ocultarlas era sólo costumbre. El problema era que el que hubiera ocasionado aquello hubiera sido Milo.

Supongo que tenía que ver con el hecho de que me sentía bien con él, con el hecho de que quería seguir sintiéndome así. Pero ya no estaba tan seguro de que fuera sólo eso, porque de ser así, el hecho de que Milo me hubiera llamado por otro nombre no tendría haberme importado demasiado. Pero claro que lo hizo. Cuando el nombre del chico que amaba resbaló tras un jadeo sentí que podía explotar en ese mismo momento.

Lo empujé y lo alejé de mi cuerpo con más fuerza de la que hubiera deseado. Huí de allí antes de decir algo innecesario, pero cuando su mano cálida y suave afirmó la mía me sentí realmente asqueado y la aparté de mí.

—¿Qué? ¿Qué demonios vas a decir? —consulté girándome a verlo, sentía mi garganta apretada y la ira rozaba mis manos. Demonios, quería golpearlo por haber nombrado a otro hombre mientras yo no podía hacer otra cosa que pensar en él.

Milo me observó en silencio, con su rostro pálido y lleno de preguntas mientras yo intentaba en vano respirar con normalidad.

Él estiró su mano nuevamente a la mía y la tomó con fuerzas pero aquello realmente me hacía muy mal. ¿Qué sentido tenía aquello? ¿Por qué él quería detenerme? ¿Para terminar lo que habíamos empezado y poder imaginar que era Alex y no yo quién le hacía el amor?

—Así que las cosas sí eran así después de todo.

Levanté mis ojos de nuestras manos unidas y busqué la voz del recién llegado.

Alex se encontraba de pie, en la entrada de mi casa, con sus brazos cruzados sobre su pecho y el disgusto palpitando en su mirada.

Tardé apenas unos segundos en recomponerme. Tranquilicé mi respiración concentrándome en la presión que ejercía en mis manos. Tragué saliva disimuladamente y sonreí con falsedad.

—Qué sorpresa Alex —saludé de manera formal. Hacía mucho tiempo que no me costaba forzar algo, haber estado con Milo esas dos semanas, con mis padrinos, habían hecho que me desacostumbre a mostrarme amable todo el tiempo. El hecho de que fuera Alex con quién tenía que hacerlo lo hacía incluso más difícil.

Miré de reojo a Milo y puse una distancia prudente mientras era él quien miraba a la visita, con su rostro increíblemente inteligible.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —quise saber respirando despacio, con normalidad.

—Fue una historia muy graciosa de hecho. Vine a buscar a Milo, estaba un poco perdido, me costó encontrar la casa. Entonces encontré a dos sujetos en la esquina, hay una verdulería allí ¿La conoces? —asentí con desinterés, ya sabía cómo terminaba esa historia. Barb y Lance solían ser muy confiados a veces. —Pregunté por la familia Benjumea y puedes creer que justo eran ellos.

—¿Y simplemente te dieron la dirección exacta y la llave de su casa? Lance y Barb no son así de confiados —mentí. Yo sabía exactamente que ellos harían algo así y más aún sabiendo que ese sujeto de aspecto galante y sonrisa amable era familiar de Milo, el chico que había hecho feliz a su ahijado.

—Oh, ellos se mostraron muy contentos cuando me presenté —dijo el muy maldito con arrogancia. —Dijeron que habían hablado de mí, del hermanastro de Milo en alguna oportunidad y se pusieron tan contentos de que hubiera venido por ti que me dieron la dirección y la llave. Ellos tenían que hacer algunos mandados más y no me querían hacer perder el tiempo...

Temporal: Presente FuturoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora