IV Capítulo. De regreso a California

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Amanecía cuando salieron de la cabina fijándose a su alrededor, recogieron la ropa que dejaron en la playa, y ya estando todos en el autobús, reaparecieron los travestis, exigiendo que les pagaran y lo rodearon, pateaban con furia la carrocería, daban golpes con el puño y pedradas a las ventanas, comenzaron a mecerlo mientras el Flatulento no arrancaba.

-Mejor tápense los oídos -advirtió Shaggy a sus compañeros y, tocó la corneta de Ortaquiz, quien yacía sobre unos bolsos atrás al fondo, hasta obligarlos a taparse los oídos y retirarse un poco, en eso el conductor logró arrancar el camión, ofuscado al no poder cubrirse los oídos en ese momento, lo puso en marcha, aceleró y, más adelante comenzaba a subir la pendiente que conecta a la carretera 11; en 2 horas y media llegaron al Puerto de Hilo donde embarcaron el camión con destino a Oakland, y se las ingeniaron para viajar en ese barco de forma gratuita, primero ocultándose, y luego confundiéndose con la tripulación, guiados por Shaggy. En el barco, pidieron aceite para untarle a las piezas del Flatulento que se herrumbraban tras haber tenido contacto con agua de mar.

Mientras tanto, Siggy y sus amigas se dieron cuenta que no les queda dinero suficiente para quedarse otro día más, mientras se maquillaban en la habitación.

-Ha sido el mejor cumpleaños que hasta ahora he tenido, a miles de kilómetros mi esposo y sin preocuparme por el niño, confiando que lo dejé en buenas manos -comentó Siggy entre risas y jolgorio, terminando la oración con una risa escandalosa junto a sus amigas.

-Por eso este viaje es exclusivo para mujeres -añadió Irina-, sin maridos celosos que muy posiblemente van a mirar a otra chica con más cualidades físicas, y que ronquen por las noches.

-Por dicha que ya mandé al diablo al perro de mi ex esposo -dijo Karla-, por cierto que con mi actual amor estaremos de aniversario la próxima semana.

Las 3 pegaron un grito de emoción, y Siggy le dijo:

-¡Qué bien, amiga! Claro, no hay que dejarnos de esos desgraciados.

-Pero el marido de Siggy es algo especial -comentó Irina-, definitivamente se lleva el premio por mayoría de defectos, pero no te apenes, amiga, las 3 sabemos que hemos tenido pésimos maridos, así que puedes contarnos en confianza algunas de las trastadas del tuyo para reírnos por un buen rato.

-Algunas de las innumerables; va ésta; cuando... -contestó Siggy, y habló de las ridiculeces que hizo Ortaquiz durante el viaje a Bósforo el año anterior, cuando hacían una breve escala en París, más ellas rieron desaforadamente.

-Pues para la próxima hay que traerlo para reírnos como no hemos podido -propuso Karla, más Irina con la mirada asustada dijo:" ¡No! ¿Estás loca?"

-Está bien reírnos mucho, pero no demasiado -agregó Siggy-. ¿Se imaginan a Ortaquiz aquí?...La vergüenza que nos hubiera hecho pasar, aunque eso sería parte de la diversión, pero demasiados problemas no es bueno, ustedes se preguntarán que rayos estoy haciendo al lado de ese payaso, pues nuestro hijo nos ha comprometido, porque tiene un gran vínculo con su padre y conmigo, y no quiero dejarlo, pero apenas crezca un poco más...

En ese momento, Jean Carlo llamó la puerta, para invitarlas a desayunar. En la mesa, Siggy le dijo:

-No te comentamos que ya debemos irnos, apenas tenemos dinero para el regreso y todavía no quiero irme.

-De eso no hay problema -contestó Jean Carlo-, podemos cubrir sus gastos cuanto más quieran quedarse.

-¿Les alcanza para un mes? -preguntó Siggy.

Se miraron entre todos y ambos tríos se rieron. Más tarde caminaban Siggy y Jean Carlo por la playa conversando y entre risas. Al final de la prolongada conversación, mientras sus amigas conversaban con Alfred y Vicent, Jean Carlo le confesó a Siggy con su acento natal:

Los Imperdonables Colibudentes . La comedia del sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora