XI Capítulo. La cita romántica de los colibudentes

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Al día siguiente, amanecieron hacinados en el departamento de una pareja, amistades de Nalguth y, cuando salieron de ahí se dirigieron a una estación ferroviaria; de camino, Nalguth los iba sermoneando:

  -No sé en qué yo estaba como para haberlos llevado a hospedarse donde ellos, que son amistades de hace ya tiempo, no vieron el desastre que dejaron donde los alemanes, si sólo fuera que taponearon el retrete, no cesaron de hacer bullicio hasta horas de la madrugada, roncaban tan fuerte como de costumbre, arrasaron con gran parte de lo que había en el refrigerador, y ahora por su culpa no me volverán a recibir cada vez que pase por Berlín. Donde Rigo se embriagaron y le vomitaron el auto; en mi casa, casi me incendian el laboratorio y me dejan sin casa; todo para que no tuvieran que estar pagando más alojamientos, aprovechando la cercanía en ciertos puntos, de amigos y parientes míos que nos recibirían, pero se acabó, de ahora en adelante les tocará pagar hotel o ver a dónde duermen, son partida de mal agradecidos, tras de que me hicieron un motín en Múnich. Su pobre comportamiento no puede compararse ni al del infante peor educado.

-¿Acaso somos más incultos que hindúes? -interrumpió Pulpop.

-No podemos generalizar respecto a los hindúes -respondió Nalguth-, ¡ustedes son como asnos, bestias!... Sin mencionar la otra parte, de cómo han sido tan ineptos en cuánto a cumplir con su asignación, la jefa les ha dado demasiado tiempo.

Los colibudentes en ese momento no respondieron, sólo bajaron sus miradas.

-Pero nos portamos bien tal como nos dijiste antes de entrar ahí, estuvimos calmados -le dijo Gericocho.

-Sí, relativamente -contestó Nalguth-, si eso para ustedes fue portarse bien, ni me los quiero imaginar portándose mal.

En eso vieron que Gericocho llevaba un agujero en medio de la parte de atrás de su pantalón, en forma de plancha, dejando ver parte de su blanco calzoncillo trusa.

-Lo que más me da tristeza es que a su edad no puedan hacerse responsables ni de sí mismos -añadió Nalguth casi sollozando al ver eso.

Mientras los demás, a excepción de Gericocho, al ver el trasero de éste, soltaron vulgares carcajadas, en eso Gericocho recordó que planchaba su pantalón antes de salir de donde las amistades de Nalguth, había dejado la plancha caliente sobre el pantalón, y viendo un agujero igual en la parte delantera que dejaba ver sus calzoncillos de frente, se percató de que la plancha lo había traspasado, de inmediato se tapó ahí con una mano, mientras con la otra llevaba su bolso, entonces las carcajadas se intensificaron.

-¡Imagínense cómo le tenía los pantalones al cantante Willys! -chistó Ortaquiz.

-¿Y ahora dónde iremos? -preguntó Belíver con un tanto de desesperación.

-No lo sé, díganme ustedes -respondió Nalguth acongojado.

Después, un perro de unos asociales, se les escapó y, siguió a los colibudentes y Nalguth por equivocación; el can subió a un metro con ellos y bajó del mismo con ellos, llegaron a un parque y Ortaquiz se le acercó al perro, pero éste gruñía y se inclinaba atrás como temeroso, al sentirle una vibra muy oscura y desagradable.

-¡Ooow, miren que tenemos aquí -anunció Ortaquiz-, quiere ser parte del club, la nueva mascota del club!

-¿Qué otra mascota tenemos? -preguntó Moris.

Se le quedaron viendo a él, a Pulpop, luego a Pernabuco, a Ortaquiz, Gericocho y Belíver, insinuando que cada uno parecía ser una mascota. Más tarde, se les veía repartiéndose unos pocos billetes entre ellos, Nalguth se los topó y preguntó por el perro, más Pulpop le dijo: "Resolvimos con hacer un pequeño negocio, señón."

Los Imperdonables Colibudentes . La comedia del sigloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora