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La rutina era algo que me pego al paso de la semana, no era chica de las rutinas o de la planificación, pero en esta casa-castillo todo tenía su tiempo y su lugar en concreto. Y si te sales de los parámetros... ¡A la hoguera! Bueno, no tan exagerado, pero con mi bisabuela todo era posible, así que no desobedecía nada, a excepción de los zapatos.

Podía obligarme a mí misma de no moverme el vestido o levantarlo, también a llevar el pelo recogido e intentar no ser tan ruidosa, pero no podía llevar esos zapatos las 24/7. Con el tiempo se estaban volviendo más incomodos en lugar de acostumbrarme, me habían salido ampollas y dolían horrores; así que cuando estaba sola me quedaba descalza con la mirada reprobatoria de Pinky a mi lado.

En cuanto al perro y yo, seguíamos con nuestra relación de odio mutuo. Yo lo molestaba en ocasiones lanzándole mis zapatos para asustarlo cuando estaba entretenido y el a veces se metía entre mis pierna o enrollaba su cola en uno de mis tobillos para hacerme tropezar. En fin, nos odiábamos.

— ¿Entendiste? —me dijo mi abuela con una mirada seria. Mire una de las lavadoras industriales junto al resto de equipos de la habitación de servicio que era más enorme que mi casa en Caracas, eso era definitivo. Asentí. — ¿Segura? No quiero salir corriendo con el señor Park para sacarte de la lavadora.

Rodee los ojos, pero en el fondo sabía que yo era capaz de terminar dentro de la lavadora por mis propias torpezas o porque Pinky me empujara cuando estuviera inclinada.

—Estaré bien, lo aseguro.

Mi bisabuela lo dudaba, pero aun así salió de la habitación dejando la puerta abierta por si acaso, no sin antes recordarme las cosas que no debía hacer. Camine lentamente hasta la entrada y vi a mi abuela perderse por el largo pasillo que la llevaría a la cocina. Sonreí.

Me gire y de una patada me quite los zapatos para tomar la cesta donde estaba una torre de sabanas y las metí en una de las lavadoras siguiendo el proceso que ya me había explicado mi abuela. Sonreí el doble cuando todo funciono a la perfección.

Tome otra cesta donde había ropa del señor Park y que mi abuela había lavado el día anterior, tenía que plancharla y colgarla, así que comencé con ello. Pero a mitad del proceso estaba aburrida, era extremadamente aburrido estar allí sola y sin poder hablar con nadie como hacía con mi familia.

Con ellos siempre me la pasaba hablando y riendo de estupideces. ¿Comíamos? Hablábamos, ¿Limpiábamos? Hablábamos, ¿Paseábamos? Hablábamos. Todo lo contrario a este sitio que todo era extremadamente silencioso, pero era comprensible ahora... el señor Park tenía un gran sentido de la audición y olfato por su naturaleza vampiresca, así que era capaz de escuchar cualquier cosa de la planta baja desde su despacho en la torre más alta del castillo, por lo tanto sufría constantes dolores de cabeza, eso sin contar su extrema velocidad y reflejos. Mi abuela me había contado ello y agradecí que fuera siendo honesta de a poco, era más de lo que cualquiera esperaría de ella.

Saque mis audífonos del bolsillo de mi vestido junto a mi teléfono. Coloque música a un nivel bajo y con ello fui capaz de seguir con mi trabajo, tarareaba de vez en cuando y miraba a Pinky aburrirse hasta que se acostó por completo y se quedó dormido prácticamente en medio de la sala.

Deseaba con todas mis fuerzas también tomar una siesta. El trabajo era matador a pesar de que estaba comenzando a acostumbrarme a las largas horas de limpieza general.

El señor Park tenía ropa muy elegante y de colores neutros. Camisas mangas largas y pantalones hecho a la medida. Eso me hizo preguntarme, ¿Que hacía él para tener tanto dinero como para tener un castillo, ropa a medida y pagarle una cantidad de dinero estrafalario a una simple empleada? Ser vampiro no te hace automáticamente rico a esta escala.

En tus venas (Saga Paranormal #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora